jueves, 29 de agosto de 2019

Contra la corrupción, ni siquiera simulación.


Arnoldo Cuellar.

Cada vez que hay un fuerte escándalo público con un tema de corrupción que involucra a políticos de alto nivel, la solución que se les ocurre a quienes sobreviven al terremoto es impulsar una nueva reforma anticorrupción.

Después del desordenado sexenio lopezportillista a fines de los años setenta del siglo pasado, que culminó en devaluación, crisis económica y una gran quiebra institucional, el nuevo Presidente, Miguel de la Madrid, basó su campaña en una “renovación moral” y creó la Secretaría de la Contraloría a nivel nacional, con sus respectivos émulos en los estados.

El chivo expiatorio que visitó la prisión fue el ex director de Pemex, Jorge Díaz Serrano, uno de los funcionarios más poderosos del anterior Gobierno. Otro encarcelado para ejemplo, fue el jefe policiaco Arturo Durazo.

La ilusión no duró ni un sexenio. Al propio Miguel de la Madrid le estallaron escándalos en su gabinete y uno de sus secretarios de Estado, Eduardo Pesqueira Olea, fue encarcelado por Carlos Salinas; además el nuevo Presidente quiso dar una lección al detener al líder petrolero Joaquín Hernández Galicia y derribar al jerarca magisterial Carlos Jonguitud Barrios. Lo malo es que en su lugar entronizó a Carlos Romero Deschamps y a Elba Esther Gordillo con las historias que todos conocemos.

Ernesto Zedillo decidió entregarle la Procuraduría General de la República a un panista, Antonio Lozano Gracia, después de que no aceptara Diego Fernández de Cevallos. La vendetta sobre Salinas incluyó encarcelar a su hermano Raúl, acusado de ser autor intelectual de un asesinato sin que nunca pudiera probarse el vínculo, ni siquiera se logró acreditar el enriquecimiento inexplicable y años después salió en libertad, exonerado.

En los regímenes panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón la corrupción fue galopante: Martha Sahagún, sus hijos; Oceanografía; los negocios con las empresas de energía eléctrica; las concesiones mineras; la compra de medicamentos; la Estela de Luz y las múltiples fiestas del Bicentenario; además de Pemex y su proveeduría. Fueron los años del bono petrolero, debido a los altos precios del crudo, el festín fue de antología.

No parecía que nada hubiera cambiado.

Enrique Peña Nieto empezó su largo camino de corrupción en el estado de México, con mega proyectos y con un impresionante dispendio que incluyó una precampaña presidencial de todo un sexenio. Apoyos a priistas de todo el país en efectivo contante y sonante; generosos pagos a los medios de comunicación. La llegada a la presidencia fue un mero trámite y la normalización de la idea que las elecciones se ganan con cantidades ingentes de dinero sin importar leyes y topes de campaña.

La Casa Blanca no fue más que la consecuencia de una borrachera de dinero público gastado por fuera de cualquier regulación. Peña Nieto perdió la Presidencia como la había ganado: nadando en bóvedas de dinero, de frivolidad y de alejamiento de la realidad, todo cobijado por una prensa complaciente, cara y sin ninguna eficiencia, como muestra la misérrima popularidad con la que navegó la segunda parte de su sexenio.

El escándalo de la Casa Blanca produjo otra diarrea de iniciativas contra la corrupción, impulsadas por los mismos que la practicaban sin recato: así nace el sistema nacional anticorrupción y sus homólogos estatales, tan artificiosos y enredados como inútiles.

En 40 años de instituciones contra la corrupción, costosas, faraónicas, burocráticas, las cosas no sólo no han cambiado, sino que han empeorado significativamente.

Ahora, además de contralorías a todos los niveles, órganos de auditoría superior, fiscalías anticorrupción, órganos de transparencia, de derechos humanos y comités ciudadanos, la corrupción es peor que en el pasado.

De acuerdo al Índice de Transparencia Internacional, México ocupa en 2018 el lugar 138 entre 180 países y los últimos 4 años el índice muestra descensos de 7 puntos, pasando de 35 a 28, en una escala de 100.

Definitivamente, algo estamos haciendo muy mal en la lucha contra la corrupción. Mientras más dinero gasta el Gobierno en organismos para combatirla, esta crece más.

El día de hoy se realiza un panel sobre el tema al que convocan el Comité de Participación Ciudadana del Sistema Estatal Anticorrupción y el Tribunal de Justicia Administrativa. Allí estaremos, abundando sobre este tema.

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