Ricardo Ravelo.
El ataque al bar “El Caballo Blanco”, en Coatzacoalcos,
Veracruz, evidencia por donde se le vea que el Gobierno de la Cuarta
Transformación carece de una estrategia para enfrentar los embates terroristas
del crimen organizado. El Estado simplemente está ausente, por ello, donde
hay vacío de poder el crimen encuentra su mejor asidero.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador sigue pensando que
la pobreza causa delincuencia y pierde de vista que la delincuencia aumenta en
los territorios donde hay vacíos de Estado.
A nueve meses de Gobierno, no ha implementado acciones contundentes para
despojar al crimen de sus capitales; tampoco parece estar dispuesto a procesar
a la clase política y empresarial que está aliada con los mafiosos ni mucho
menos se ve para cuando empiece el desmantelamiento de los cuerpos de policía
municipales, el brazo armado de la delincuencia organizada.
Simplemente, no hay estrategia.
Y esto es grave en un país que ve trastocada su
gobernabilidad por los embates de los cárteles que operan en el país y que en
la mayoría de los casos están ligados a los intereses políticos.
El lamentable suceso de Coatzacoalcos, que dejó 28 muertos,
empañó los festejos de primer informe de Gobierno que con días de anticipación
al 1 de septiembre comenzó el Presidente Andrés Manuel López Obrador con un
amplio despliegue publicitario –al más puro estilo del viejo régimen –con el
que el mandatario festina sus logros: las becas para los estudiantes, los
apoyos a los adultos mayores, el respaldo para los aprendices, la creación de
empleos y la atención directa a los más pobres, su más poderosa estructura
electoral.
A través de los spots y en sus conferencias mañaneras, a
penas y reconoce que su Gobierno no ha podido frenar a la delincuencia
organizada, la cual crece por todas partes y, desafiante ante un Gobierno
tibio, asesina multitudes, descuartiza cuerpos y con toda saña emprende actos
que rayan en el terrorismo, como ocurría en los peores tiempos de la violencia
que se vivió en Colombia como consecuencia de la guerra entre cárteles.
Llama la atención la desatención del Presidente cuando un
grupo de personas de Veracruz le piden que intervenga el Ejército porque ya no
saben qué hacer con tanta violencia.
Y el Presidente responde un sinsentido: que los criminales
también son parte del pueblo y que no utilizará al ejército para reprimir al
pueblo. ¿Qué hay detrás de esta respuesta? ¿Es la inconsciencia presidencial?
¿Hay pactos con el crimen organizado o realmente el Presidente ya cayó en la
ceguera que causa el poder absoluto?
El mes de agosto –por citar sólo uno de los nueve meses de
Gobierno fallido en materia de seguridad –fue uno de los más críticos: el día
19, en Uruapan, Michoacán, irrumpió un grupo armado cuyos hombres se
identificaron como miembros del Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Anunciaban el inicio de una guerra sin tregua en ese territorio. Un día antes,
el CJNG había asesinado a 19 personas: algunas de ellas fueron descuartizadas y
otras colgadas en un puente. Fue toda una carnicería humana. El Presidente
López Obrador sólo lamentó los hechos y añadió un lacónico mensaje a los
autores materiales: “Pórtense bien”.
A estos hechos violentos siguieron otros en Tamaulipas,
tierra de nadie; luego tronó la polémica por el supuesto acercamiento del
Gobierno federal con grupos armados y de autodefensas que se habían sentado a
dialogar, en La Huacana, Michoacán, con Ricardo Peralta, Subsecretario de
Gobernación.
Todo parecía ser una línea de trabajo –la negociación –del
Gobierno Federal para pacificar el territorio y hasta la Secretaria de
Gobernación, Olga Sánchez Cordero, dijo muy optimista que había avances en las
negociaciones con los grupos armados, que ellos querían deponer sus armas
porque deseaban la paz.
Sin embargo, al trascender que el Gobierno Federal estaba
negociando con criminales, el Presidente Andrés Manuel López Obrador desmintió
Sánchez Cordero y dijo que su Gobierno no negocia con criminales y que el
Estado tiene la obligación de garantizar la paz en el país.
Pero en estricto sentido el Gobierno de López Obrador no ha
mostrado capacidad para garantizar no sólo la paz en el país: no tiene con qué
garantizar la vida ni el patrimonio de nadie.
El caso más ejemplificativo por ser reciente es el incendio
que provocó un grupo de criminales del CJNG en Coatzacoalcos, Veracruz, donde
murieron 28 personas quemadas. Esa región petrolera lleva veinte años sumida en
la violencia y ningún Gobierno ha podido rescatar ese territorio que hoy sigue
en manos del crimen.
En abril último, otro episodio violento sacudió al sur de
Veracruz: un grupo armado irrumpió en una fiesta, en el municipio de
Minatitlán, a menos de diez kilómetros de Coatzacoalcos, para ejecutar a
catorce personas. El caso, dijeron las autoridades, tuvo relación con disputas
por temas de drogas, pero lo extraño es que los verdaderos autores de esa
masacre siguen libres.
Este hecho estruendoso hizo que el Presidente López Obrador
pusiera en marcha a la Guardia Nacional precisamente en el municipio de
Minatitlán. Se desplazaron unos 600 elementos de esa corporación –insuficientes
para el tamaño del problema –pero de nada sirvió: los homicidios continuaron
ocurriendo lo mismo que los secuestros y los robos.
El problema de Coatzacoalcos y de buena parte de la región
sur de Veracruz es el mismo que en todo el país: hay ausencia del Estado y, por
ende, mucha presencia del crimen organizado. Las policías del corredor
Minatitlán-Coatzacoalcos-Molocaán, Nanchital-Las Choapas están coludidas con el
crimen, por ello, no pueden responder a la seguridad que reclaman los
ciudadanos.
El incendio ocurrido en el bar “El Caballo Blanco” –un centro
nocturno donde había espectáculo de Table Dance, venta de droga y prostitución
–fue provocado porque el dueño se negó a pagar el derecho de piso
correspondiente, al cual estaba obligado por los miembros del CJNG para que
pudiera seguir operando el negocio.
El trágico hecho causó, otra vez, corto circuito entre el
Gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García y el fiscal Jorge Winkler –éste
aliado del ex Gobernador Miguel Ángel Yunes Linares –porque un tal Ricardo N.,
alias “La Loca” –señalado como presunto autor del incendio –supuestamente había
sido detenido por la Fiscalía del estado y luego puesto en libertad.
Con este dato, Cuitláhuac García embarcó al Presidente López
Obrador, quien acusó a la Fiscalía encabezada por Winkler de haber dejado ir al
principal sospechoso del incendio en Coatzacoalcos y, por ende, responsable de
la muerte de 28 personas.
Winkler atajó la acusación presidencial con un documento en
el que demostró que, en efecto, el sujeto apodado “La Loca” había sido detenido
y puesto en libertad, pero por la Fiscalía General de la República y no por la
que él representa. El hecho es que el trágico caso de Coatzacoalcos sigue bajo
investigación y hasta la fecha ni la Fiscalía del Estado ni la General de la
República saben a ciencia cierta si “La Loca” participó o no en los hechos. El
presunto delincuente se deslindó de los hechos a través de un video que subió a
las redes sociales.
Lo que resulta verdaderamente escandaloso es que, a nueve
meses de Gobierno, y cuando el Presidente festina su primer informe resaltando
las bondades de su administración, no existe una estrategia de seguridad para
atajar la violencia del crimen organizado.
López Obrador aduce que su Gobierno no va a reprimir a nadie
porque “estamos atacando las causas”, pero lo que el Presidente debe tener
claro es que la pobreza no causa la delincuencia, de ahí las fallas en este
rubro.
La violencia se genera porque el Estado está ausente en la
mayor parte del territorio y ese vacío lo aprovecha el crimen organizado. El
Gobierno no ha implementado el desmantelamiento financiero del crimen, tampoco
está en la cabeza del Presidente procesar a la clase política y empresarial
ligada a los intereses de la criminalidad y al lavado de dinero, por esa razón,
los cárteles tienen capacidad de maniobra: disponen de toda la fuerza de sus
aliados y, además, tienen el capital para generar desestabilización y seguir
corrompiendo a las instituciones.
El Gobierno de López Obrador –como lo estuvo el de Fox,
Calderón y Peña –está maniatado por el crimen: existen zonas del país donde la
sociedad está feudalizada por la delincuencia organizada. ¿Por qué ocurre esto?
Porque hay vacío de Estado. El Estado está ausente y los territorios donde hay vacío
de poder se convierten en el mejor asidero para el crimen organizado. Y un caso
ejemplificativo es Veracruz, donde tres cárteles se disputan el control de la
entidad.
Para ganar esta batalla no se necesita repartirle dinero a
los pobres para que no los enganche el crimen: lo que el Presidente debe
atender es el vacío de poder.
Mientras el Estado esté ausente, el crimen organizado estará
presente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.