Arnoldo
Cuellar.
Hubiera
bastado una silla y un escritorio, algún fondo alusivo, mucha sobriedad y una
gran empatía. Hubiera sido mejor por la noche, cuando las familias suelen
reunirse en torno al televisor, hubiera sido genial un discurso ordenado y con
claras separaciones en los temas: COVID-19, solidaridad con quienes están
amenazados o ya afectados, planteamientos concretos de apoyo, un mensaje de
esperanza.
No fue así y
él hubiera no existe. Los consejeros de Diego Sinhue Rodríguez, el
Gobernador de Guanajuato que no acaba de convencerse de que lo es, lo
encaramaron de nuevo en un foro rutilante digno de un programa de concursos:
televisión a la última moda, política a la antigua.
Compraron
las portadas de todos los periódicos de Guanajuato, hoy eso es posible e
incluso más. Compraron la opinión de periodistas presuntamente independientes
en las redes sociales. Usaron como porristas a un Alcalde, un líder empresarial
y una joven “centennial”, in situ, ni siquiera para el seguimiento del día
después.
Pese a eso,
la unidad no cuaja y el mensaje no convence.
El plan
de Diego Sinhue para reactivar Guanajuato suena cojo, incompleto, a destiempo.
No parece sensato reabrir empresas no esenciales, ni siquiera al 30 por ciento,
cuando el pico de contagios comienza a despuntar.
No parece
inteligente usar un aumento de impuestos para declarar una guerra al gobierno
federal, así sea a través de un tercero.
Parece
prematuro anunciar un incremento fiscal para el 2021 cuando aún no sabemos
cuántas empresas sobrevivirán a la pandemia.
Anunciar
un endeudamiento hoy para el próximo año, cuando el mundo entra a una espiral
de inestabilidad financiera y económica, es solo un bonito plan en el papel.
Desaparecer
una Secretaría para revivir un instituto, fusionar dos descentralizadas de
mínimo gasto, nada de eso apunta a transformar modelos ni a crear sinergias. Es
más, ni ahorro burocrático se producirá, solo confusión y nuevas curvas de
aprendizaje.
Se trata
de la típica respuesta con la que un Gobierno desgastado busca relanzarse,
salvo que esta vez el contexto es otro: la peor amenaza sanitaria de la
historia reciente y el cambio mundial del modelo económico prevaleciente,
además del Gobierno desgastado desde antes de nacer.
Ninguno
de esos anuncios parece “innovador” y tampoco “inteligente”, dos de los
adjetivos más usados en las intervenciones que se escucharon en las pantallas
del Teatro Bicentenario, donde ya no se hace buen teatro ni opera excelsa, pero
sí mala televisión.
El plan
es pobre, el orador es regular, pero la escenografía y la producción quieren
ser espectaculares, lo que hace todo doblemente malo, pues cuando la propaganda
se empeña en vender un mal producto lo único que hace es hundirlo.
Por lo
pronto, el auge de la pandemia, que muy probablemente se acelere por la
movilidad que aumentará a partir del próximo lunes, cambiará todos los
escenarios sobre los cuales fue montado el espectáculo.
¿En verdad
era necesario? ¿No era mejor concentrarse en lo esencial? Por ejemplo:
disciplina en el confinamiento, atención sanitaria de calidad, apoyo real a los
médicos y trabajadores sanitarios, aumentar y agilizar los programas de rescate
financiero, planear una reestructuración seria del Gobierno agigantado que
heredaron los últimos gobernadores en su afán de controlar al PAN vía la
nómina, sobre todo para volverlo funcional y eficiente.
Aunque si
no funciona, siempre queda el recurso de comprar la primera plana de los
periódicos y algunas docenas de tuits, eso no falla.
¿O sí?
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