Enrique
Quintana.
Hay quien
piensa que, en cuanto termine el confinamiento y los ciudadanos salgamos
nuevamente a las calles, la situación de la economía empezará visiblemente a
mejorar.
Lamento
decirle que si usted así lo cree… está equivocado.
El que la
gente vuelva a estar en plazas comerciales, restaurantes, parques públicos,
etcétera no va a ser suficiente para cambiar las cosas.
Una de las
claves para entenderlo se puede encontrar en los datos respecto a la confianza
del consumidor que ayer dio a conocer el Inegi.
La caída del
índice en abril es histórica. Nunca había retrocedido como lo hizo en abril.
En los
puntos con los que está construido el índice, el retroceso es de 13 unidades.
Si lo traducimos en equivalencias porcentuales la caída sería de 29 por ciento.
Le recuerdo
que este índice se construye sobre la base de una serie de preguntas relativas
al pasado, al presente y a las perspectivas de los consumidores.
La caída es
más fuerte cuando se indaga la posibilidad de los consumidores de adquirir
bienes de consumo duradero y cuando se compara la situación económica de los
miembros del hogar con la que tenían hace doce meses.
Es claro que
en este momento los consumidores tienen una enorme incertidumbre respecto a su
condición económica en los próximos meses. Muchos de ellos probablemente hayan
perdido ingresos sea porque se hayan desempleado o bien porque la ocupación que
tenían les genere ya solamente una parte del ingreso con el que contaban.
Cuando la
gente vuelva a salir a las calles no va a consumir como lo hacía en el pasado.
No sólo las
ventas no van a recuperarse rápidamente, sino que es probable que por largos
meses estén muy por debajo de lo acostumbrado.
Le pongo el
ejemplo más sencillo, el de un restaurante. Durante un cierto tiempo, no
sabemos cuánto, tendrá que operar sólo con un porcentaje de su capacidad, de su
aforo.
Esto quiere
decir, por ejemplo, que si vendía 100 en el pasado ahora venderá 30. Después de
un cierto tiempo podrá llegar a vender 60 y quizás por mucho tiempo ya no
vuelva a vender 100.
Si los
gastos fijos de ese restaurante, entre los que están, por ejemplo, la renta, el
pago de servicios como agua, luz, gas, etcétera, no logran financiarse con el
porcentaje de las ventas que se obtendrá, ese negocio dejará de ser viable y
probablemente deberá cerrar.
El efecto no
solamente estará en los negocios. Los consumidores mantendrán una actitud
sumamente cautelosa por un tiempo largo. Un porcentaje de ellos probablemente
porque no tenga ingresos o porque haya visto reducidas sus entradas. Pero,
incluso, quienes no hayan perdido ingresos dejarán de gastar ante un futuro
imprevisible.
Obviamente,
el efecto será diverso dependiendo del tipo de negocio. Habrá de priorizarse el
consumo de los bienes indispensables y se quedará en un término muy distante el
consumo de bienes y servicios de los cuales se puede, por lo menos
temporalmente, prescindir.
Esto va a
golpear a una multitud de giros comerciales por un tiempo largo.
Cuando
salgamos a la calle, como ya le he comentado más de una vez en este espacio,
veremos gradualmente los efectos destructivos de esta recesión, que por su
duración y profundidad previstas algunos ya la califican de depresión.
No quisiera
transmitirle esta perspectiva sombría, pero sería mucho peor que, pensando en
que las cosas pueden cambiar positivamente en el corto plazo se encontrara con
la desilusión de que no es así.
Más vale
prepararnos para una recesión larga o incluso para una depresión.
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