Enrique
Quintana.
Durante los
últimos días se ha presentado una polémica en torno a la llamada tasa de
letalidad del Covid-19 en México.
Sobre la
base de los datos oficiales reportados a organismos internacionales, en México
dicha proporción llega a 11 por ciento, sobre la base de los datos que se
dieron ayer por la tarde es la más alta en América Latina y también una de las
más altas a nivel internacional.
El
presidente López Obrador ha señalado que esto no es así. Y creo que tiene
razón. En este caso coincido con él… aunque las razones para afirmarlo sean
completamente diferentes.
Él señala
que México no tiene la tasa más alta porque si ponderamos los fallecidos
oficiales entre la población total estamos en la parte media baja de la tabla.
En efecto, la cifra es de 67 por cada millón de habitantes.
El problema
es que la propia Secretaría de Salud del gobierno mexicano, hasta hace un par
de días definía la tasa de letalidad como la proporción de los fallecidos entre
los contagiados y no sobre la población total.
Y así lo
hacían las autoridades sanitarias del país por ser la práctica internacional. A
partir de ayer, tras el enojo de AMLO, cambiaron el indicador, lo que muestra
que han construido algunos datos al gusto del presidente.
La tasa de
letalidad, como la definen en todo el mundo, es una variable de la que
realmente no tenemos ni idea en México porque la información que tenemos es
imprecisa.
En virtud
del escaso número de pruebas que se han aplicado, los casos confirmados tienen
una de las mayores subestimaciones del mundo.
Y en el caso
de los fallecidos, en diferentes ocasiones hemos comentado que hay indicios de
que también se subestiman, sobre la base de los análisis que se han hecho en
actas de defunción.
Hay que
subrayar que en todo el mundo hay subregistro pues las pruebas aplicadas son,
en general, bajas.
El país,
entre los de mayores contagios, que ha hecho más pruebas en proporción a su
población es España, que ha indagado al 7.6 por ciento de sus habitantes.
En Estados
Unidos, muchas de las críticas que se hacen a la gestión del presidente Trump
tienen que ver con el escaso número de pruebas, que corresponden al 4.7 por
ciento de su población.
Con el 0.18
por ciento de la población mexicana a la que se han hecho pruebas, como
diversos especialistas han dicho, estamos con una venda en los ojos.
El tema
principal en este momento respecto a las pruebas ya no es el pasado.
Olvidémonos por lo pronto de lo que pudimos hacer si se hubieran aplicado en un
número mucho mayor en los pasados meses. Lo relevante ahora es lo que haremos
para organizar el fin del confinamiento, periodo en el que es indispensable
contar con muchas más pruebas para poder detectar casos y aislarlos para evitar
que se vuelva a desatar un nuevo brote.
La
información imprecisa y poco confiable con la que contamos ya ha dado lugar a
que diversos gobiernos estatales abiertamente hayan rechazado los indicadores
generales que se expresarán a través de semáforos fijados por la autoridad
federal.
Lejos de ser
algo positivo, ese hecho puede dar lugar a una gestión ineficiente del regreso
a las actividades y eleva la probabilidad de que tengamos un próximo rebrote.
Una gestión
del regreso coordinada a nivel federal es mucho mejor que la suma de decisiones
locales que eventualmente pueden entrar en conflicto. El problema es que ya hay
desconfianza.
Ayer, en su
reunión con senadores, el doctor López-Gatell se curó en salud y dijo que no se
puede garantizar que no haya un rebrote. Así que…
Más vale que
tome sus providencias porque la historia de esta pandemia todavía,
lamentablemente, tiene muchos capítulos por delante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.