Diego
Petersen Farah.
Las cifras
de muertes y contagios por coronavirus pasaron de ser una información útil cada
día para convertirse en un debate ideológico. Hoy medir las muertes dejó de ser
un dato necesario en la toma de decisiones de los gobiernos para convertirse en
un campo de batalla, en una forma de evaluación del desempeño gubernamental en
el manejo de la pandemia. No tengo duda que el primero, como siempre, en hacer
uso de los datos para decir que “vamos muy bien” fue el Presidente, pero eso
desató una ola de desinformación cuyo efecto puede ser una parálisis por
desconocimiento, o peor, una incremento en los contagios por falta de
credibilidad en las instituciones.
Ningún país
ha podido tener un dato fidedigno de cuántas personas mueren a causa de este
virus. Todos los días hay correcciones al alza porque poco a poco las
instituciones, paralizadas por el virus, van teniendo más capacidad de generar
esos datos. En México sabremos exactamente cuántas personas murieron a causa
del virus cuando comparemos actas de defunción de un año a otro y sin duda,
insisto, cómo ha sucedido en todo el mundo, serán muchas más de las reportadas
en las rueda de prensa de la tarde. Todo el modelo de prevención y cuidado de
la Secretaría de Salud tiene por objeto sí que se muera el menor número de
personas, pero sobre todo que no se muera por falta de atención hospitalaria.
Por eso el objetivo desde le principio ha sido manejar la pandemia de manera
que no se sature el sistema hospitalario.
El dato de
muertes y contagios de cada noche es muestral, un termómetro para que las
autoridades de salud tomen decisiones. No es que de lo mimo si los muertos son
8 mil o 40 mil, pero el dato de cada noche junto con la saturación hospitalaria
es la guía de la toma de decisiones. El problema es que esos datos, que lo
importante es que sean consistente en sí mismos, se usen para presumir que
vamos mejor (como lo hizo el Presidente) o peor (como se ha hecho en varios
medios) que otros países. Convertir el dato de referencia en verdad absoluta,
dogma de fe o fuente de duda sólo ha llevado a una absurda politización de la
pandemia. El caso más claro es la dificultad para establecer un semáforo
nacional pues los gobernadores, no sin razón, pero sobre todo con motivaciones
políticas, ponen en duda las decisiones del Gobierno federal.
El principal
riesgo de salud hoy por hoy es el manejo político de la pandemia. La
destrucción de la confianza baja las defensas sociales y para la etapa de
regreso a las actividades que viene a partir del lunes eso es (quizá tendríamos
que decir era) lo más importante. Reabrir la economía en medio de tanta
incertidumbre y desconfianza en la información hará mucho más complejo el
manejo de la epidemia.
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