Pablo Gómez.
Cuando en México había partido-Estado no había elecciones libres. Por eso, no era necesario que el gobierno participara declaradamente en los procesos comiciales, ya que los dirigía de principio a fin. El presidente de la República designaba a todos los gobernadores y a la mayoría calificada de las cámaras (senadores, todos), pero jamás llamaba al pueblo a apoyarle dando el voto por su partido.
En el
momento que el jefe del Ejecutivo empezó a ser una persona cada vez más
desprestigiada y se iniciaba la competencia electoral, el presidente callaba
para deslindar a su partido de sus personales repudios, aunque seguía
controlando el proceso electoral y hacía toda clase de fraudes.
Sin embargo,
poco a poco la gente empezó a decidir su voto en función de la calificación que
le daba al presidente en las elecciones intermedias. El número de 260 diputados
de Carlos Salinas fue producto de un fraude en las urnas y en el tercer piso,
pero Ernesto Zedillo fue el primer presidente que perdió formalmente la mayoría
en la Cámara de Diputados y, aunque no hubo entonces un partido con mayoría por
sí mismo, las oposiciones empezaron a hacer algo para hacer valer el dictado
popular.
El PAN nunca
tuvo mayoría y cedió casi todo al PRI en el largo y penoso camino hacia el
PRIAN, con el cual se profundizó la corrupción y se afianzó el neoliberalismo.
Así fue como se concentró el ingreso y se empobreció a la mayor parte del país.
Peña Nieto recuperó la mayoría, pero fue mediante un fraude a la ley cobijada
por algunos de los actuales consejeros electorales.
Aunque con
cautela, desde 1991, los presidentes empezaron a pronunciarse públicamente
durante las campañas electorales. En 2006, el ministro Gudiño Pelayo concedió
la suspensión de unos espots de Vicente Fox a solicitud de la Cámara de
Diputados. Eran clara y groseramente ilegales porque eran pagados con recursos
de la Presidencia de la República.
Los fraudes
electorales de aquel largo periodo siempre fueron intervenciones directas del
poder. De otra manera no hubieran tenido éxito. En 2006, por iniciativa
presidencial, PAN y PRI llegaron al extremo de intentar cancelar la candidatura
de la izquierda, la de López Obrador y se unieron en el terreno para apoyar al
candidato panista. Seis años después esos mismos se pusieron de acuerdo para
que Peña Nieto llegara luego de pagar con dinero público la más amplia campaña
propagandística de político alguno.
En síntesis,
los presidentes intervenían en las elecciones, pero de manera hipócrita: todo
mundo lo sabía. La lucha política era un enmarañado proceso de engaños,
hipocresías, fraudes, robos, farsas, a cargo de unos políticos siempre
inescrupulosos.
En otros países,
los presidentes intervienen siempre en las luchas electorales, ya sean locales
o nacionales. El poder no es ajeno a la lucha por él. La cuestión no consiste en dejar de hablar
sino en intervenir con apego a unas normas válidas y reconocidas por todos.
La lucha
contra las conferencias de prensa del actual presidente se ha colgado del
periodo electoral para seguir cuestionando lo que se pueda, ahora ya con
argumentos legales, aunque a veces bastante retorcidos. No puede haber ley que
impida expresar alguna opinión. Los servidores públicos no están autorizados a
realizar propaganda personalizada pagada con recursos públicos, pero eso es
siempre, no sólo cuando hay campañas. Pero no se puede multar a un legislador,
gobernador, ministro de la Corte o presidente de la República cuando dice lo
que piensa, ya que la Constitución señala unos límites bien precisos a las
libertades de manifestación de ideas y difusión de las mismas (ataque a la
moral o a derechos de terceros, provocación de delito y perturbación del orden
público).
En otros
países ocurre lo mismo que en el nuestro: la gente vota tomando en cuenta el
desempeño del gobierno. Pero en el México de los días corrientes se trata de
impedir que así sea. Lo que es normal en el mundo es aberrante aquí. Sin
embargo, no se puede en realidad impedir que se conozcan las acciones y los
planteamientos de los gobernantes de los diversos niveles, ni se le puede hacer
una lobotomía a la gente para evitar que piense en congruencia con sus
evaluaciones e ideas.
Por lo
demás, la lucha política del momento no está dada en una coyuntura en la que
algún partido de oposición pudiera lograr por sí solo alcanzar la mayoría en la
Cámara de Diputados. Eso no está en el horizonte. Lo que PAN y PRI desean es
que la 4T pierda esa mayoría. Es decir, que el presidente de la República
reduzca su fuerza política para que las oposiciones impongan una política de
gasto diferente y logren bloquear cualquier iniciativa de ley del Ejecutivo.
Son, por tanto, las dos oposiciones más fuertes (PAN y PRI) las que están
poniendo a López Obrador en el centro de sus campañas políticas y, al tiempo,
piden que se le silencie.
Si esas
oposiciones realmente creyeran en lo que dicen, estarían especialmente
interesadas en que el presidente expusiera sus puntos de vista, calificados por
ellas mismas como desacertados y francamente nefastos. Pero viven en el
autoengaño de que todo lo que hace el gobierno es rechazado por el pueblo en su
gran mayoría. Confunden sus personas con la generalidad de la ciudadanía. Así
es más difícil hacer política y hacer oposición. Así no era antes, lo es desde
que se unieron PAN y PRI bajo el mismo sello electoral. En el pecado llevan la
penitencia.
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