martes, 13 de abril de 2021

Una vacuna como anillo al dedo.

Jorge Zepeda Patterson.

 

La jornada para vacunarse fue un suplicio. Nueve horas transcurridas la mayor parte de ellas bajo el sol para no perder lugar en la fila y en medio de angustiantes especulaciones por la implacable aritmética: los rumores que corren entre los ancianos informan de solo mil vacunas disponibles para los dos mil que esperamos calcinados por el calor. Es difícil evitar la indignación que deriva de una simple reflexión: hace casi un año que las autoridades sabían que este día habría de llegar, ¿qué, no hubo manera de organizarlo mejor? Y ya metidos en este infierno, ¿no podrían contar las vacunas que tienen en este centro y mandar a su casa al resto de la gente en lugar de hacerla esperar ocho horas para enterarse que no alcanzaron las dosis? En fin, nueve horas rumiando pensamientos insurreccionales ante nuestra desorganización e irresponsabilidad burocrática. Finalmente, a las cinco de la tarde hacen corte de caja y anuncian que solo ingresarán cincuenta personas más al centro de vacunación, me toca el lugar 42 y cruzó el portón con el ánimo del sobreviviente, y debo confesar que la exultación venció la incomodidad que tendría que haber causado el reclamo de los cientos que quedaron atrás. A partir de allí todo funciona con sorprendente eficiencia. Media hora más tarde estoy en la calle con una sonrisa gandhiana, exhumando un profundo agradecimiento. Me doy cuenta de que no soy el único; todos rebozan gratitud y se despiden de las enfermeras y siervos de la Nación como de sus nuevos mejores amigos.

Entiendo que en algunas ciudades el procedimiento fue más ágil, notablemente en la Ciudad de México, pero no en Morelos, donde a mí me tocó. Por lo que revela la prensa, parecería que en la mayor parte del país la espera y la desorganización resultaron igualmente frustrantes. Y, sin embargo, el sentimiento que prevalece entre la población vacunada, según las encuestas, es la gratitud. No es de extrañar; durante un año los seres humanos, particularmente los que peinan canas y buscan descuentos por la edad, vivimos con la sensación de estar en una ruleta rusa que dispensaba vida o muerte con caótica e incomprensible regularidad. Y aun cuando enterarse de la estadística apaciguaba la razón porque tampoco es que se tratara de la peste negra, lo cierto es que todos tenemos una lista de los conocidos que se van sumando a la tragedia, hasta dejarnos la sensación de que todo es cuestión de tiempo para que el bicho mortal toque a nuestra puerta. Resulta lógico que la vacunación se reciba como la bendición mágica que por encanto disipa la pesadilla bajo la que hemos vivido tantos meses. Y tampoco es extraño que deparemos un sentido agradecimiento para esos personajes que en un instante nos han quitado ese peso de encima.

Dicho lo anterior, pero multiplicado por millones de personas, es obvio que la experiencia tendrá un correlato político. Las primeras encuestas dan cuenta de que ese alivio frente a la amenaza del contagio se traduce en alrededor de 10 puntos en los niveles de aprobación de Andrés Manuel López Obrador entre las personas inoculadas, depositario último de la sensación de alivio de los que reciben la vacuna. No con ello quedan olvidadas las muchas contradicciones exhibidas por las autoridades de salud, incluyendo las veleidades de Hugo López-Gatell. Tampoco quedan atrás los sinsabores por un programa de vacunación que injustamente discriminó a dentistas, doctores y enfermeras que, sin estar asignados a la trinchera de la COVID-19, se mantuvieron expuestos en la primera línea de batalla en defensa de nuestra salud. Y, sin embargo, parecería que, a pesar de estos cuestionamientos, en la mayoría prevalece la gratitud inmediata.

Por supuesto que eso no cambiará el voto de los contrarios al obradorismo o el de los decepcionados por las decisiones del Gobierno de la 4T. Después de todo, la vacunación en tiempos de pandemia es lo que tendría que esperarse de un gobierno en funciones. Pero ciertamente fortalecerá las convicciones de todos aquellos que profesaban simpatías por AMLO y los que aun con reservas seguían concediéndole el beneficio de la duda.

Pero no olvidar que un número importante de votantes no tiene una posición categórica asumida antes de los comicios; personas que escuchan con oídos vacilantes los argumentos a favor y en contra vertidos en una campaña, pero que en última instancia emiten su voto en función de la relación personal que tengan con la administración en turno y sus programas sociales. Es allí donde la vacunación masiva podría tener algún efecto.

De aquí al día de las elecciones alrededor de 40 millones de votantes habrán recibido al menos la primera dosis y habrán pasado por el momentáneo alivio que significa escapar del riesgo. ¿Cuántos de ellos acudirán a las urnas bajo el relativo influjo de una sensación de agradecimiento? Imposible saberlo, pero en elecciones regionales cuyo desenlace penderá de una pestaña, eso podría hacer alguna diferencia. En todo caso, se trata de un fenómeno inédito, una variable nunca antes valorada en las ecuaciones electorales.

No nos extrañe que la veda electoral a la que están sujetos los actores políticos, particularmente la Presidencia, se “sublime” con una narrativa obsesiva en torno a la campaña de vacunación, a sus cifras y a sus logros.

Andrés Manuel López Obrador padeció el infortunio de que su sexenio fuera terriblemente vapuleado por la pandemia y la profunda crisis que arrasó con la economía en todo el mundo. Mala suerte para todos nosotros, especialmente para los caídos, pero también para este político que esperó tanto tiempo para llegar al poder y estar en condiciones de buscar el país prometido.

La desafortunada frase “como anillo al dedo” que pronunció hace algunos meses en referencia a la pandemia, cuando en realidad fue todo lo contrario para sus aspiraciones de cambio, hoy se cumplen de una manera inesperada. La vacunación vendrá como anillo al dedo que habrá de sufragar este verano. O así parece; veremos.

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