Salvador
Camarena.
Jaime
Bonilla parece dispuesto a probar la resistencia de la sociedad mexicana para
sobrellevar el cinismo de sus políticos.
El gobernador
de Baja California ha decidido que, contra esa mala costumbre de los ejecutivos
estatales de dar notarías a sus cuates al momento de despedirse del gobierno,
él innovará tan discrecional rito y ha entregado ya, cuando aún no termina ni
el primer semestre de su gestión, el permiso notarial a su cuate Xicoténcatl
Leyva, exmandatario de aquella entidad que ni siquiera Carlos Salinas aguantó.
Pero el caso
reviste mucho más que una estampa de cómo el viejo priismo ha vuelto de la mano
de Morena.
Porque no
estamos ante un asunto más de nuestra pícara cultura política. Es mucho más
grave. Si algo nos han enseñado los últimos años es que si queremos corregir la
impunidad y la corrupción, debemos tomar nota de lo que pasa en las notarías.
Sí, en esas oficinas que gobernadores como Bonilla regalan como si fueran
títulos nobiliarios.
Durante
años, por ejemplo, los reporteros de Mexicanos Contra la Corrupción y la
Impunidad, entre muchos otros periodistas, se han topado con una constante. En
la creación de empresas fantasma o fachada, o de entidades mercantiles que se
usan para simular operaciones o desviar recursos, siempre sale a relucir que
hubo notarios a quienes pasó de largo que las gentes que estaban suscribiendo
como suyas varias empresas eran, notoriamente, personas de escasos recursos e
improbable perfil empresarial. Si eso lo descubre un reportero a simple vista,
¿por qué un notario ni se da por enterado?
El papel de
los notarios en las presuntas tramas de corrupción que han sacudido a México no
es menor. En las historias de sistemas de desfalco y de las redes de empresas
fantasma, ellos son los que, en muchas ocasiones, unen las piezas. Constituyen
un nodo del que se pueden extender hilos hacia otras empresas fachada, otros
socios de paja, otros desvíos, otros políticos y sus escándalos.
Por ejemplo,
en Nuevo León, el registro Público da cuenta que un mismo notario dio fe a 15
empresas catalogadas como fantasma que participaron en esquemas de desvío con
la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) y la llamada Estafa Maestra.
¿Mucha coincidencia?
En otra
región: empresas de Veracruz cumplen más o menos el mismo patrón, en una sola
notaría se crean, con horas de diferencia, racimos de compañías que tienen en
común tanto accionistas como representantes legales.
En Quintana
Roo fue a través de notarios como funcionarios del entonces gobernador Roberto
Borge se hicieron de terrenos de alto valor comercial a precios de risa al
simular juicios laborales o adeudos. Un esquema de despojos que afectó
intereses nacionales y extranjeros.
Ejemplo final:
los despojos de Nayarit en tiempos del gobernador (es un decir) Roberto
Sandoval y del fiscal narco Edgar Veytia, eran legalizados por notarios.
El argumento
de algunos notarios es que ellos no pueden discriminar a quienes van a abrir
empresas, que la ley (promovida por ellos, por cierto) así los obliga. Según
eso para evitar discriminación. Pero, al mismo tiempo, están obligados por la
Ley Antilavado a dar parte de acciones sospechosas, como que una misma persona
tenga acciones en más de 10 empresas creadas en menos de tres años.
Ejemplos,
pues, sobran. Pero mientras los gobernadores las den a sus cuates, y ellos se
hacen los que la virgen les habla, seguirán las estafas, maestras o burdas.
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