Diego
Petersen Farah.
Campañas,
hagamos una campaña. El Presidente sigue empeñado en resolver los problemas el
país moralizando a sus habitantes. Falta nos hace sin duda ser mejores
ciudadanos, los países exitosos no son los que tienen buenos gobiernos sino
buenos ciudadanos, pero eso no se resuelve con campañas o no sólo con campañas.
López
Obrador dio una vuelta de turca más al pésimo diagnóstico sobre el problema de
seguridad, o al menos al discurso sobre el problema, que nos han repetido desde
Fox para acá. Pasamos del “se matan entre ellos”, de los gobiernos neoliberales
(cualquier cosa que ello signifique a estas alturas de la confusión) a “los matan
por pachecos”, pues 60 por ciento de los asesinados el año pasado, dice el
Presidente, estaban bajo el influjo del alcohol o las drogas. El axioma es
extraño en sí mismo, pues implica que los jóvenes no hubieran muerto si no
hubiesen estado bajo los efectos de dichas sustancias, sea porque en sus cinco
habrían fácilmente evitado la bala asesina, sea porque fue la adicción la única
causa que los llevó a las filas del crimen organizado. Sin embargo, más extraña
aún es la resolución: por este motivo el Presidente ha decidido mejor
retractarse de proponer la liberación de la marihuana para uso lúdico y en su
lugar intensificar la campaña contra las adicciones. Liberar el consumo de la
mariguana en todas su vertientes tiene como objetivo acabar con el mercado
negro que hoy controla el crimen organizado no facilitar el acceso a la
sustancia, que, por cierto, hoy es prácticamente universal.
Por otro
lado, tras varias pifias en lo referente al temas de feminicidios, después de
haber tirado a la basura el lugar de corregir los tres programas que
empoderaban a las mujeres (estancias infantiles, casa de atención a víctimas de
violencia y escuelas de tiempo completo) y
de haber ninguneado el paro del 9 de marzo porque, según él, está
infiltrado por los conservadores (que al parecer de repente se pusieron a
trabajar o el presidente descubrió su guarida secreta porque nunca los habíamos
visto tan activos) no se le ocurrió mejor idea que hacer una campaña de
publicidad contra el machismo.
Si las
campañas no tienen una correlativo en políticas públicas (y hasta ahora no lo
tienen) terminarán siendo una extensión de los sermones mañaneros, una forma
más de moralizar a la sociedad con discursos sobre el comportamiento esperado y
no un refuerzo a las acciones de Gobierno ni un mecanismo de información que
nos permita a los ciudadanos acceder a programas gubernamentales.
No hay
campaña publicitaria, por buena e intensa que sea, que supla la ineficiencia
gubernamental ni los problemas que tenemos como sociedad; no hay, pues, campaña
que quite lo macho.
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