Por AP
La violencia
del narcotráfico se concentraba mayormente en las ciudades de la frontera con
Estados Unidos y en las plantaciones de amapolas de las montañas del sur, pero ahora
se ha desplazado también al cinturón industrial de Guanajuato, generando una
extraña dinámica: Florecen fábricas modernas de autos y la inversión extranjera
al tiempo que el estado pasa a ser el más violento de México.
Hay
fábricas de automóviles junto a resplandecientes carreteras de cuatro carriles
y la gente lleva colchonetas de yoga y toma chai en cafés de suburbios caros.
Todos los años surgen nuevos fraccionamientos (barrios cerrados caros) en la
ciudad colonial de San Miguel de Allende, que atrae muchos extranjeros.
La
riqueza palpable de Guanajuato, no obstante, contrasta con los sombríos
titulares de los diarios: Siete individuos asesinados en un basurero. Baño de
sangre en un restaurante sobre una ruta en la que desconocidos mataron a tiros
a nueve personas. Siete personas abatidas en un puesto callejero de venta de
tacos.
Todos estos
episodios se produjeron en una misma semana de fines de enero. El Gobierno
dijo que Guanajuato, que tiene el 5 por ciento de la población de México,
registra el 20 por ciento de los homicidios. En el 2019, su tasa de homicidios
fue de 61 por cada 100 mil habitantes, que hizo de Guanajuato el estado más
violento del país.
Las
autoridades destacan que las víctimas no son los ejecutivos de las fábricas de
autos ni los extranjeros, sino elementos de la banda local Santa Rosa de Lima y
del poderoso Cartel Nueva Generación de Jalisco, que trata de penetrar en
Guanajuato y libra una feroz batalla con los narcos locales. El estado resulta
atractivo para los carteles de las drogas por la misma razón que para las casas
automotrices: Cuenta con carreteras y trenes que van directo a la frontera con
Estados Unidos.
La
directora de la comisión de seguridad estatal Sofía Huett describe la curiosa
situación de Guanajuato así: “En algunas ocasiones se confunde la violencia con
inseguridad en Guanajuato, pero son temas totalmente distintos”.
Aparentemente
Huett alude a que la violencia no afecta a los ciudadanos comunes,
respetuosos de la ley, sino a los narcotraficantes, que se matan entre sí. Esa
noción está muy difundida aquí, lo mismo que la idea de que el grueso de los
delincuentes no es de este estado profundamente católico sino más bien de
Jalisco y de Michoacán.
“Los
homicidios que ocurren en este estado no son homicidios que se producen en un
asalto, no son homicidios resultado de una extorsión, no son homicidios
relacionados con un secuestro”, dijo Huett. Señaló que la incidencia de robos
en el estado es una de las más bajas de la nación. “En un gran número de
delitos, que son los que afectan a la ciudadanía, estamos muy por debajo de la
media nacional”.
La
mayoría de los inversionistas -e incluso las autoridades locales- tienden a
restar importancia a la ola de asesinatos por considerarla un ajuste de cuentas
entre narcos.
Moisés
Guerrero, alcalde de Apaseo El Grande, donde este mes fue inaugurada una
planta de mil millones de dólares que producirá pickups para Toyota, es de ese
parecer. Al hablar de las matanzas entre narcos, dijo: “Ellos no se equivocan,
van contra el que van”.
Huett dice
que “entre el 80 por ciento y 85 por ciento de los homicidios que ocurren en el
estado de Guanajuato estarían relacionados con actividades criminales”, que
atribuye a gente de afuera.
Ese tipo de
comentarios no hace sino aumentar el dolor de personas como Alondra Mora, cuyo
esposo, Miguel Flores López, desapareció el 10 de enero tras ser sacado por la
fuerza de un taxi por individuos armados. Mora trata de contener las lágrimas
al mostrar una foto de su marido en la modesta casa que alquilaban en las
afueras de Irapuato. La vivienda es tan pequeña que las rodillas de los
visitantes se tocan al sentarse en sillas de la sala de estar.
Mora y su
esposo vinieron a Guanajuato de Michoacán, un estado donde abundan los narcos,
a mediados del 2019, decididos a instalar una zapatería en un estado más
próspero.
“Que
dejen de discriminar a uno, porque es discriminación”, afirmó Mora aludiendo a
los funcionarios estatales. “La gente que tienen dinero y la secuestran,
¿cuánto tiempo dura secuestrada, un día? Y sin embargo, la vida de los que no
tenemos con qué pagar, hasta la vida les cuesta. No los buscan hasta
encontrarlos”.
Mora
experimentó en carne propia la predisposición de las autoridades a ignorar los
asesinatos de gente pobre de otros estados. Dijo que la persona que le tomó la
denuncia se burló de ella por ser de Michoacán. Los fiscales le dijeron incluso
que investigase ella misma, aseguró.
La
tarjeta de débito de la pareja había sido usada después de la desaparición de
su esposo y ella tuvo que preguntarle al banco dónde se había retirado el
dinero. Los investigadores jamás revisaron los archivos de llamadas
telefónicas, aparentemente empeñados en hacer a un lado el caso, presentándolo
como un ajuste de cuentas entre narcos.
“Para
ellos, toda la gente que desaparece es porque es mala, porque algo malo hizo,
cuando en realidad estamos viendo muchos casos donde no es así”, expresó Mora.
María
Guadalupe Gallardo López es una de unos 80 activistas que buscan parientes
desaparecidos en Guanajuato como parte de la agrupación “A Tu Encuentro”.
Individuos
armados se llevaron a su marido, Juan Carlos Medina Serrano, de su casa el 3 de
diciembre. Unos pocos días después las autoridades encontraron 19 cadáveres
descompuestos en un basurero de un pueblo cercano, pero les tomó dos meses
informar a Gallardo López que su esposo era uno de los muertos. Fue
identificado mediante análisis genéticos.
Cuando le
entregaron los restos, la familia hizo un modesto velorio, con unas pocas velas
junto a una cruz en su vivienda. En la mesa había una vela encendida cerca de
una imagen de San Judas Tadeo, el santo patrón de los casos perdidos o
desaparecidos del bajo mundo.
Gallardo
López no puede, o no quiere, explicar qué hacía su marido. “Era comerciante
ambulante” que vendía cosas en la calle, expresó con ambigüedad. Agregó que si
las autoridades siguen ignorando las muertes de gente como su marido, eso no le
hace bien a nadie. “No quiero que más gente sufra lo que yo sufrí”.
Mientras
familias como la suya sufren, la vida en Guanajuato transcurre sin mayores
roces con la violencia.
Jorge
Barroso, joven director de márketing de Tenis Court, que fabrica zapatillas en
León, Guanajuato, dice que vive sin miedo y que va a restaurantes y clubes sin
demasiadas preocupaciones.
“La
verdad, ni lo siento, ni lo percibo en la vida diaria”, expresó Barroso. “A
veces leo los periódicos y siento que están hablando de otro estado”.
El
Gobernador Diego Sinhue dice que “Guanajuato no es Sinaloa”, el estado mexicano
donde surgió el cartel del mismo nombre.
Pero al
igual que Sinaloa, Guanajuato tiene una banda local, el cartel de Santa Rosa
de Lima, que empezó robando trenes y luego se dedicó al robo de gasolina y
diésel de una refinería petrolera de la ciudad de Salamanca.
Cuando el
Gobierno reprimió el robo de gasolina, la Santa Rosa empezó a extorsionar a los
comerciantes a cambio de protección. Arrancaron con los negocios de venta de
tortillas y siguieron con las concesionarias de autos y las inmobiliarias.
Ahora estarían enfocándose en los bares y los nightclubs.
Parte de
la curiosa realidad de Guanajuato deriva del éxito que tuvo en la erradicación
de los delitos que afectaban los negocios y del hecho de que no es capaz de
frenar la guerra entre narcos.
Los robos
en vagones de trenes –que habían empezado a afectar el transporte de neumáticos
y repuestos de autos– cayeron significativamente cuando policías y soldados
empezaron a custodiar los trenes y se instalaron grandes carteles junto a las
vías anunciando condenas de hasta 17 años para los ladrones de trenas.
En otras
partes de México, manifestantes, grupos de presión o miembros de los carteles
bloquean con frecuencia carreteras y las vías de los trenes, pero eso no sucede
en Guanajuato. El estado no se afana mucho por investigar los homicidios, pero
reprime severamente las protestas, acusando incluso de terrorismo a los
manifestantes.
“Aquí no
hay bloqueos, ni de grupos sociales, ni tampoco de grupos delincuenciales. Y
esto es atractivo para las empresas”, manifestó Huett, la comisionada de seguridad.
El año
pasado 79 policías fueron asesinados en el estado. Para frenar esos episodios,
el gobierno nacional le dio prioridad a Guanajuato y construyó aquí algunos de
los primeros cuarteles de la Guardia Nacional.
La más
golpeada ha sido la ciudad de Apaseo El Alto, donde la alcaldesa María del
Carmen Ortiz asumió luego de que su marido -el favorito para ganar las
elecciones- fue asesinado a tiros en el 2018. Entre fines del 2019 y principios
del 2020 fueron abatidos a tiros el jefe de la policía, un concejal y un agente
policial.
“El 2018 y
el 2019 fueron años horribles”, admite Ortiz.
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