Martín
Moreno.
Yo, el
miserable, que desde Palacio Nacional insulto y divido a un país con propósitos
políticos.
Yo, el
miserable, que a la mentira la he convertido en un patrón de conducta.
Yo, el
miserable, que tengo arruinada a la economía por mis delirios de imponer el
socialismo marxista.
Yo, el
miserable, que ofendo a compatriotas que osan criticarme, llama perros a los
periodistas que me cuestionan y crucifica a los medios críticos de la 4T.
Yo, el
miserable, que ofrece a los ciudadanos presupuestos de miseria a cambio de
mantener intactos mis programas clientelares.
Yo, el
miserable, porque le quito apoyos a los niños con cáncer.
Yo, el
miserable, porque elimino programas sociales para madres solteras, estancias
infantiles y refugios para mujeres violentadas.
Yo, el
miserable, porque les doy limosnas al sector salud y mantengo mis caprichos
personales en tiempos de emergencia pandémica.
Yo, el
miserable, que ha dejado morir al turismo y al fomento de empleos y fortalecido
a mi Ejército, a Hacienda y a Energía, con fines personales.
Yo, el
miserable, que ni siquiera me he parado en un hospital para supervisar que se
esté atendiendo adecuadamente a mis
compatriotas ante el coronavirus.
Yo, el
miserable, que pido a los doctores y enfermeras comprar sus propias medicinas y
equipos de salud, mientras adquiero con recursos públicos un estadio de béisbol
por quinientos millones de pesos.
Yo, el
miserable, que acuso a médicos y a doctoras de ser mercenarios de la salud,
cuando la mayoría se está partiendo el alma y jugándose la vida en los
hospitales contra la COVID-19.
Yo, el
miserable, que a pesar de que lo supe con anterioridad – desde marzo -, pidió a
sus compatriotas salir a las calles, abrazarse e ignorar las restricciones
sanitarias ante la pandemia que ya nos mataba, y de la cual festiné
públicamente que nada nos haría.
Yo, el
miserable, que festeja la llegada de una pandemia terrible al decir que “nos
vino esto como anillo al dedo” mientras, hasta ahora, han muerto 7 mil 633
personas, más de un millón han perdido su empleo y miles de empresas están
quebrando por falta de apoyos de mi Gobierno.
Yo, el
miserable, que asegura que la curva de muertes por el virus ya se está
aplanando y que la pandemia ya se ha domado, cuando miles siguen muriendo sin
atención médica adecuada y decenas de miles contagiándose sin ningún remedio y
condenados a su desgracia.
Yo, el
miserable, que tengo a los hospitales públicos en el abandono y celebro que mi
nieto nazca en un hospital privado en Houston.
Yo, el
miserable, que le estoy permitiendo a mis hijos hacer jugosos negocios con una
fábrica de chocolates que nadie conoce ni fiscaliza y una fábrica de cerveza
que nadie conoce ni fiscaliza, mientras miles de compatriotas pierden a diario
su trabajo y sus negocios.
Yo, el
miserable, porque a través de programas sociales – al estilo de mi ex partido,
el PRI-, condiciono votos y mantengo clientelas electorales.
Yo, el
miserable, que le presto con intereses usureros 25 mil pesos a los micros,
pequeños y medianos empresarios, bicoca que de muy poco les servirá en tiempos
de pandemia, en tanto no le arrebato ni un peso a un Refinería inviable que nos
costará 12 mil millones de dólares.
Yo, el
miserable, que mientras otras naciones le entregan dinero de forma directa a
sus habitantes para que sobrevivan encerrados en sus casas – hasta Trump ordenó
darles 2 mil dólares a cada familia -, yo no les doy ni un centavo mientras
continúo con la construcción de un Aeropuerto que en nada apoyará al desarrollo
del país.
Yo, el
miserable, que permito quebrar a empresas que generan ocho de cada diez empleos
para hombres y mujeres productivas, en tanto destino miles de millones de pesos
a un tren del sureste que solo es un capricho inútil emanado de mis traumas y
prejuicios.
Yo, el
miserable, que miente al decir que “tan bien que íbamos…y que se nos presenta
la pandemia”, cuando en mi primer año de Gobierno la economía registró menos
cero punto uno por ciento de crecimiento, hubo medio millón de desempleados y
la inversión pública nacional y extranjera se desplomó.
Yo, el
miserable, que en tiempos de pandemia ha negado apoyos al sector productivo
contribuyendo a que un millón cien mil trabajadores perdieran su empleo.
Yo, el
miserable, que por su obsesión petrolera ha permitido que Pemex pierda 25 mil
millones de dólares durante el primer trimestre del año y se le sigan
inyectando recursos, en tanto la cadena productiva se encuentra desamparada.
Yo, el
miserable, que promete crear dos millones de empleos que sé perfectamente que
no podré generar.
Yo, el
miserable, que devora como bestia insaciable los recursos de fideicomisos
destinados a cultura, arte, ciencia y deporte, para desviarlos a mis barriles
gubernamentales sin fondo.
Yo, el
miserable, que desde el atril insensible desprecio los feminicidios y niego que
haya maltrato a las mujeres en la medida en la que la reportan los medios.
Yo, el
miserable, que despojé a mi país de una Comisión Nacional de los Derechos
Humanos independiente y confiable, para convertirla en una oficina burocrática
arrodillada a mi presidencia mediante una inculta y fanatizada ombudsman.
Yo, el
miserable, que dice que “el objetivo de una revolución es una transformación”,
azuzando a millones a enfrentarse entre sí, bajo el credo del socialismo marxista.
Yo, el
miserable, que se ha desentendido de la seguridad nacional y cierra los ojos
ante el baño de sangre que ya marca los niveles de violencia más altos en
comparación a los dos sexenios anteriores durante diecisiete meses.
Yo, el
miserable, que dice que “la tarea del Gobierno no es capturar a
narcotraficantes” y saluda de mano a la madre del narcotraficante más poderoso
de México.
Yo, el
miserable, que blande un pañuelito blanco para festejar de manera tramposa que
la corrupción ha terminado y a mi espalda me aplauden Manuel Bartlett y
Napoleón Gómez Urrutia protegidos por el manto de la impunidad, mientras las
cifras me demuestran que durante mi Gobierno, la corrupción aumentó.
Yo, el
miserable, que le niego recursos y apoyos suficientes a los estados donde
gobierna la oposición.
Yo, el
miserable, que para ocultar mi fracaso absoluto e irrebatible en la conducción
de la economía nacional y finanzas públicas, recurro a la trama de mutar al
crecimiento en “desarrollo”, al PIB en “bienestar” y a lo material en
“espiritual”.
Yo, el
miserable, que despreció vivir en la casa presidencial para mudarse, literal, a
un palacio.
Yo, el
miserable, el peor Presidente que ha tenido la historia de mi país durante los
primeros diecisiete meses de Gobierno.
Yo, el
miserable.
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