Raymundo
Riva Palacio.
Como sucede
cada vez que se siente acorralado por la realidad y la crítica, el presidente
Andrés Manuel López Obrador se lanzó una vez más en contra de la prensa y sus
críticos para intimidarlos. El pretexto fue la acusación contra Genaro García
Luna, en Estados Unidos, por conspiración para tráfico de drogas y falsedad de
declaraciones, señalando genéricamente a periodistas que, dijo, iban al “búnker
de Constituyentes” de donde salían hablando “maravillas”. Consistente en la
marca de la casa, López Obrador dijo verdades a medias, imprecisiones y
falsedades.
El “búnker
de Constituyentes” está en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana,
aunque en la actualidad se encuentra en ruinas, y fue construido durante el
gobierno del presidente Felipe Calderón con recursos públicos y tecnología de
última generación, adquirida bajo el paraguas de la Iniciativa Mérida. Se
edificó bajo tierra, y era el asiento de Plataforma México, una red de
interconexión de telecomunicaciones para el resguardo y procesamiento de datos.
Operaba más de 15 mil conexiones simultáneas y 40 millones de transmisiones
protegidas de información. Era la base de inteligencia criminal más importante
de América Latina, y la confiabilidad que tenía, por ejemplo, permitía que las
visas Global Entry de Estados Unidos, tuvieran en ella su primer control de
seguridad.
En ese búnker
había muchas más áreas. Dentro de él se construyó un centro de mando
estratégico para el Presidente de la República en un caso de emergencia extrema
que le permitiría mantenerse al frente del país y gobernando, sin quedar
desconectado, por ejemplo, en un terremoto devastador con una magnitud superior
de nueve. Dentro de él se encontraban alrededor de 600 estaciones de
intervención telefónica, que al llegar el gobierno del presidente Enrique Peña
Nieto, fueron trasladadas al Cisen, y se cambió el propósito de la vigilancia.
Había otra área, restringida para todos aquellos que no tuvieran doble
certificación por parte de la CIA y la DEA, donde se daba seguimiento a las
operaciones secretas de los dos países contra el crimen organizado trasnacional
en tiempo real.
Ese “búnker
de Constituyentes” es una figura utilizada por López Obrador para denostar a
periodistas y generar, una vez más, una campaña para que se les vuelva a
estigmatizar. Lo que hacía García Luna con invitaciones a periodistas era
hablar abiertamente sobre el estado de la seguridad pública en el país y para
expresar sus propias valoraciones. Quien esto escribe fue varias veces a esas
reuniones, que tienen una modalidad de briefings, normales en el mundo entero
y, desde el gobierno del presidente Carlos Salinas, usuales en distintas áreas
de la administración. El gobierno de López Obrador también las hace de manera
rutinaria. Nada malo, ni extraño en ello. Es parte de lo que debe hacer un
gobierno para expresar de manera abierta sus acciones y razones, y de
periodistas para intercambiar puntos de vista y cuestionar políticas.
El “búnker
de Constituyentes” lo solía mostrar García Luna a sus visitantes, aunque no
había acceso más que a la base de datos criminal, donde solía ejemplificar su
efectividad corriendo la información personal del visitante que accediera a
ello. De acuerdo con el nivel de acceso a información, el entonces secretario
de Seguridad Pública mostraba toda la instalación. Una visitante regular era la
entonces procuradora de Estados Unidos, Janet Napolitano, quien varias veces le
pidió a Calderón que le ayudara a construir una réplica en Centroamérica. Otros
visitantes fueron Michele Leonhardt, directora de la DEA, Leo Panetta, en su
calidad de director de la CIA, Ronald Noble, que era el jefe de Interpol, y
todos los secretarios de Seguridad Pública de América Latina. En una ocasión
viajaron los comités de Inteligencia de la Cámara de Representantes y el Senado
de Estados Unidos, sólo para ver cómo funcionaba.
Hubo
políticos y empresarios nacionales que visitaron no sólo Plataforma México,
sino las áreas donde se encontraban otros cuerpos, como la Policía Cibernética,
donde se podían apreciar en tiempo real los ataques a los que estaba sometido
México, o criminalística forense. Entre los empresarios que acudieron al
“búnker de Constituyentes” sobresalen dos personas muy cercanas a López
Obrador, Alfonso Romo, jefe de Oficina de la Presidencia, y Carlos Slim, en
quien se ha apoyado para darle legitimidad con el gran capital.
Los briefings
que sostenía García Luna con periodistas eran, como sucede en este tipo de
reuniones en México y en el mundo, off-the-record, el anglicismo que significa
que no se puede acreditar la fuente de la información. Siempre había
información o contexto útil para la información, y en ocasiones, fortuitamente,
podría haber situaciones excepcionales. Una de ellas, donde quien escribe
estuvo presente, fue cuando sucedió el accidente fatal del secretario de
Gobernación, José Francisco Blake.
García Luna
estaba retrasado para el briefing programado y lo justificaban porque se había
producido una “situación”. Cuando llegó a su sala de juntas en un edificio
contiguo al búnker, dijo que estaba perdido un helicóptero. Quien esto escribe
le preguntó si se trataba de aquel donde viajaba Blake, y lo confirmó. Quienes
estuvimos presentes en esa reunión tuvimos la oportunidad de ver las imágenes
que estaban transmitiendo los cuerpos de rescate de la Policía Federal en
tiempo real y el desenlace. El Ejército llevaba una hora y media buscándolo sin
éxito y la Policía Federal, con el apoyo tecnológico en Plataforma México, lo
ubicó 20 minutos después de que pidió su apoyo Calderón.
El “búnker
de Constituyentes” era una joya de tecnología contra criminales. Fue una
desgracia que en el gobierno de Peña Nieto se desmantelara, al grado que
funcionarios federales lopezobradoristas piensan que hoy es mejor arrancar de
cero, que tratar de arreglarlo. Su pérdida es una desgracia para la nación. Lo
demás, es propaganda.
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