Salvador
Camarena.
Hay buenos
libros mexicanos en las últimas fechas. Uno que debería leerse más y más es La
casa del dolor ajeno, de Julián Herbert, sobre –entre otras cosas– la tragedia
de los migrantes chinos en Torreón en la época revolucionaria.
Cuánto de
hoy comprenderíamos si leyéramos, entre otras, esa obra editada hace unos
cuántos años por Random House. Cuánto dimensionaríamos sobre lo que nos hace
falta entender, repensar e incluso perdonar como sociedad.
Cuánto de la
violencia que hoy sufren grupos vulnerables, o las mujeres, se debe a que no
hemos comprendido quiénes –vergonzantemente– hemos sido. Y cuánto de lo que no
llegamos a ser se encuentra atado a cosas que no aprendemos de nuestra
historia.
De ahí lo
relevante de una ceremonia sencilla pero solemne que ayer se llevó a cabo en la
Secretaría de Gobernación, en la que el Estado mexicano pidió perdón a miembros
de la comunidad china expulsados de nuestro territorio nacional entre los años
treinta y cincuenta, y algunos de ellos felizmente repatriados años después.
Es otra
comunidad china a la que padeció a los revolucionarios en Torreón y otras
partes, pero en esencia fue víctima de la misma segregación, xenofobia,
discriminación y complejos nacionalistas que hoy, por desgracia, no hemos
erradicado.
La ceremonia
de ayer está alineada, según las autoridades, a la petición de perdón que el
presidente Andrés Manuel López Obrador “ha propuesto para el 2021, cuyo
propósito es lograr un acuerdo general para obtener una reconciliación
histórica”.
En el salón
Juárez se reunieron una decena de esos ciudadanos de origen chino y sus
descendientes. Y entre ellos estaba Alicia Woong Castañeda. Aquí empieza mi
anécdota personal. Permiso.
Colón
Industrial era un fraccionamiento en la orilla sur de Guadalajara al comenzar
la década de los setenta. Estaba, como su nombre lo indica, al lado de la zona
fabril de esa parte de la capital jalisciense. La escuela pública Cristóbal
Colón 166 era a la que las familias del barrio querían mandar a sus hijos a
cursar la primaria. Ahí me tocó estar. Y la directora era Alicia Woong
Castañeda.
Entonces
sabíamos que la disciplina férrea de la maestra Woong había logrado un plantel
que destacaba entre las escuelas públicas de la zona, de ahí que entrar a esa
primaria no era cosa fácil. Al poco tiempo, la escuela se saturó y se construyó
un segundo plantel: la Urbana 805, que fue entregada, junto con cientos de
nosotros, a la maestra Woong.
No me
siento, ni remotamente, calificado para hacer aquí un resumen de los atributos
que hicieron de la gestión de la maestra Woong una que destacaba por la entrega
de sus profesores, la limpieza del plantel, el culto a la disciplina y el alto
nivel de exigencia. Pero si en algo es cierto que el sistema educativo mexicano
se debe a sus maestros, en el caso de la maestra Woong hay un ejemplo de cómo
las personas hacen la diferencia en los sistemas.
Ayer me
enteré que la maestra Woong recibió una disculpa del Estado mexicano por haber
sido expulsada, siendo una niña, en tiempos de Calles. Volvería a México al
amparo del general Cárdenas. No me queda claro que ella nunca haya hecho
referencia a esa condición de trasterrada. Para nosotros era una mexicana de
excepción que tras 50 años de docencia hoy vive retirada en su ciudad,
Guadalajara.
Qué bueno
que la secretaria Olga Sánchez Cordero le ofreció una disculpa por atrocidades
de otros tiempos. Yo, a nombre de mis hermanos y del mío, de mis padres y de
muchos en aquel fraccionamiento de Colón Industrial, muchas gracias, maestra
Alicia, si usted no hubiera vuelto a México, muchos no seríamos nosotros.
Literal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.