jueves, 19 de diciembre de 2019

Una disculpa de Estado, una emoción personal.


Salvador Camarena.

Hay buenos libros mexicanos en las últimas fechas. Uno que debería leerse más y más es La casa del dolor ajeno, de Julián Herbert, sobre –entre otras cosas– la tragedia de los migrantes chinos en Torreón en la época revolucionaria.

Cuánto de hoy comprenderíamos si leyéramos, entre otras, esa obra editada hace unos cuántos años por Random House. Cuánto dimensionaríamos sobre lo que nos hace falta entender, repensar e incluso perdonar como sociedad.

Cuánto de la violencia que hoy sufren grupos vulnerables, o las mujeres, se debe a que no hemos comprendido quiénes –vergonzantemente– hemos sido. Y cuánto de lo que no llegamos a ser se encuentra atado a cosas que no aprendemos de nuestra historia.

De ahí lo relevante de una ceremonia sencilla pero solemne que ayer se llevó a cabo en la Secretaría de Gobernación, en la que el Estado mexicano pidió perdón a miembros de la comunidad china expulsados de nuestro territorio nacional entre los años treinta y cincuenta, y algunos de ellos felizmente repatriados años después.

Es otra comunidad china a la que padeció a los revolucionarios en Torreón y otras partes, pero en esencia fue víctima de la misma segregación, xenofobia, discriminación y complejos nacionalistas que hoy, por desgracia, no hemos erradicado.

La ceremonia de ayer está alineada, según las autoridades, a la petición de perdón que el presidente Andrés Manuel López Obrador “ha propuesto para el 2021, cuyo propósito es lograr un acuerdo general para obtener una reconciliación histórica”.

En el salón Juárez se reunieron una decena de esos ciudadanos de origen chino y sus descendientes. Y entre ellos estaba Alicia Woong Castañeda. Aquí empieza mi anécdota personal. Permiso.

Colón Industrial era un fraccionamiento en la orilla sur de Guadalajara al comenzar la década de los setenta. Estaba, como su nombre lo indica, al lado de la zona fabril de esa parte de la capital jalisciense. La escuela pública Cristóbal Colón 166 era a la que las familias del barrio querían mandar a sus hijos a cursar la primaria. Ahí me tocó estar. Y la directora era Alicia Woong Castañeda.

Entonces sabíamos que la disciplina férrea de la maestra Woong había logrado un plantel que destacaba entre las escuelas públicas de la zona, de ahí que entrar a esa primaria no era cosa fácil. Al poco tiempo, la escuela se saturó y se construyó un segundo plantel: la Urbana 805, que fue entregada, junto con cientos de nosotros, a la maestra Woong.

No me siento, ni remotamente, calificado para hacer aquí un resumen de los atributos que hicieron de la gestión de la maestra Woong una que destacaba por la entrega de sus profesores, la limpieza del plantel, el culto a la disciplina y el alto nivel de exigencia. Pero si en algo es cierto que el sistema educativo mexicano se debe a sus maestros, en el caso de la maestra Woong hay un ejemplo de cómo las personas hacen la diferencia en los sistemas.

Ayer me enteré que la maestra Woong recibió una disculpa del Estado mexicano por haber sido expulsada, siendo una niña, en tiempos de Calles. Volvería a México al amparo del general Cárdenas. No me queda claro que ella nunca haya hecho referencia a esa condición de trasterrada. Para nosotros era una mexicana de excepción que tras 50 años de docencia hoy vive retirada en su ciudad, Guadalajara.

Qué bueno que la secretaria Olga Sánchez Cordero le ofreció una disculpa por atrocidades de otros tiempos. Yo, a nombre de mis hermanos y del mío, de mis padres y de muchos en aquel fraccionamiento de Colón Industrial, muchas gracias, maestra Alicia, si usted no hubiera vuelto a México, muchos no seríamos nosotros. Literal.

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