viernes, 27 de diciembre de 2019

Los policías de la mafia


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Ricardo Ravelo.

A lo largo de la historia, diversos jefes policiacos que se encumbraron en el poder no pudieron salir bien librado en los cargos que desempeñaron. Todos, sin excepción, terminaron devorados por la delincuencia organizada, implicados en el narcotráfico, sometidos por la adicción a la cocaína, al poder y al dinero –drogas terriblemente adictivas – y otros más acabaron en prisión, cómplices enfermizos del delito, o bajo el silencio de una tumba.

Si analizamos los perfiles de algunos de los más emblemáticos capos de la policía, podemos afirmar que estas estructuras de seguridad siempre han estado vinculadas a la mafia en México. Desde el sexenio de Miguel Alemán Valdés hasta el de Enrique Peña Nieto, el crimen organizado ha gobernado el país.

Ningún jefe policiaco se ha salvado de verse envuelto en escándalos. ¿Alfonso Durazo saldrá libre de escándalos? No lo sabemos. Lo cierto es que Washington lo vigila día y noche por ser la suya una tarea sensible y delicada, pero no infalible.

El narcotráfico ha sido un negocio boyante que se manejó desde la Presidencia de la República y que el Estado Mayor Presidencial operaba en coordinación con todas las policías del país, brazo armado del crimen. Los presidentes eran los capos, y los procuradores y jefes policiacos, sus operadores. Todos se beneficiaban de esta orgía de corrupción.

Este fenómeno fue verdaderamente claro en los tiempos de José López Portillo, el sexenio de la corrupción. El Presidente nombró General a su amigo de correrías –Arturo Durazo Moreno –sin pasar por el Ejército; le borró los antecedentes criminales en Estados Unidos –donde estaba acusado de narcotráfico — y así pudo imponerlo como jefe de la policía del Distrito Federal, donde Durazo se convirtió en uno de los más viles criminales.

Prepotente y déspota hasta el hartazgo, Durazo se ligó al tráfico de drogas, a la trata de personas, al tráfico de armas, negocios que manejó desde su posición, donde se mantuvo impune durante todo el sexenio lópezportillista.

También se le relacionó con fraudes de todo tipo, tortura y decenas de asesinatos. Sus escándalos de corrupción trascendieron las fronteras, más aún, cuando se descubrió que en Zihuatanejo, Guerrero, construyó el famoso “Partenón”, una obra emblemática, réplica del monumento griego, con columnas de mármol y refinamientos excesivos, símbolo de la atroz corrupción de ese régimen.

El sexenio terminó y Durazo, envuelto en escándalos, salió del gobierno sin ser tocado, impune hasta el último pelo. En 1984, sin embargo, fue detenido por el Buró Federal de Investigación (FBI) en Puerto Rico, donde había hecho una escala, según la versión de entonces, luego de un largo viaje por Brasil y Europa.

Fue trasladado a Los Ángeles, California, y procesado; luego fue extraditado a México en 1986 y compurgó ocho años de cárcel. Murió en el año 2000 por problemas de salud. Se dijo entonces que la cocaína y el alcohol lo exterminaron.

Este jefe policiaco desplegaba todo su poder cuando se dirigía a sus oficinas en la ciudad de México. Por tierra y aire le escoltaban. Se decía que tenía tanto poder como el Presidente. No había capricho que no se le cumpliera. Una botella exclusiva, la mejor cocaína, la más suculenta comida, una mujer atractiva, aunque estuviera casada, la quería con él, esclava del sexo.

En ese tiempo también fue muy cuestionada la figura de Francisco Sahagún Baca, quien se mandó construir una tumba en Michoacán para simular su muerte. No existe registro de su fallecimiento, pero a este personaje oscuro de la historia policiaca parece que se lo tragó la tierra.

Sahagún Baca se convirtió en prófugo de la justicia trece días después de que Arturo Durazo Moreno fue detenido en Puerto Rico, el 30 de junio de 1984.

Corresponsable de la corrupción en la corporación a su cargo, Sahagún Baca era acusado de un delito menor –desacato a una orden judicial –, después lo acusaron de homicidio calificado. También se servir al narco.

Estuvo al frente de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia durante seis años, la cual desapareció en 1983 por órdenes de Miguel de la Madrid. Entonces se dijo que con la disolución de esta corporación terminaban cuarenta años de muertes y torturas cometidas por Sahagún Baca.

Sahagún Baca simplemente renunció al cargo y no se le fincó ninguna responsabilidad. Se fue impune. En 1984 compareció ante un juzgado del fuero común para rendir testimonio sobre cinco millones de pesos que cuatro ex mayores de la DIPD robaron a unos asaltabancos, en 1981.

Sin embargo, este caso le tronó a Sahagún Baca cuando fueron detenidos los asaltantes y algunos de los militares que los protegieron. Uno de ellos dijo: Sólo recibí instrucciones de Sahagún Baca.

Sahagún Baca también fue señalado de proteger al narcotráfico. Tras los escándalos por su detención, a mediados de los años ochenta, el personaje despareció de la escena pública.

Durante años no se supo nada de él. Y hasta la fecha sigue siendo un misterio. En un panteón del municipio de Sahuayo de Morelos, Michoacán, hay una tumba que dice que ahí están los restos de Francisco Sahagún Baca. Sin embargo, en las dependencias de esa municipalidad no hay registro de que este personaje de la historia negra de México esté muerto.

Era un personaje misterioso, siempre escondido en sus oficinas. Un ayudante suyo le conseguía ostias para comer con café. Era su colación recurrente a lo largo del día. Circunspecto, introvertido, pero siniestro y vil, Sahagún Baca quizá este por ahí escondido bajo la protección del sistema.

Con una trayectoria oscura, otro personaje que no fue ajeno a escándalos de torturas, desapariciones forzadas, guerra sucia y narcotráfico, fue Fernando Gutiérrez Barrios, primer titular de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política del régimen.

Era capitán del Ejército, donde se formó; luego se desempeñó en las tareas de seguridad, el espionaje y, gracias a sus buenos oficios, el entonces Presidente Miguel Alemán lo designó director de la DSF.

Hizo una larga carrera y no evitó ser acusado, junto con Miguel Nassar Haro –otro policía de esa época –en casos de tortura y desapariciones. Combatieron con fuerza a la guerrilla en México, particularmente en Guerrero y Oaxaca, exterminaron todo destello de movimientos armados.

Gutiérrez Barrios no fue ajeno al narcotráfico. En su libro “Desde Navolato Vengo” –una suerte de biografía criminal de Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, José Alfredo Andrade Bogorges, en realidad uno de los abogados del capo, escribe que el ala encabezada por Rafael Aguilar, jefe del Cártel de Juárez, era manejada por Gutiérrez Barrios.

A lo largo de sus páginas expone que, en 1993, cuando fue asesinado Aguilar Guajardo en Cancún, Quintana Roo, el político veracruzano se quedó sin operador para manejar el tráfico de drogas. Gutiérrez Barrios fue gobernador de Veracruz de 1986 a 1988. Cuando Carlos Salinas ganó la Presidencia de la República lo nombró Secretario de Gobernación y en 1993 dejó el cargo. Después fue senador de la República y en el año 2000, según la versión oficial, falleció de un infarto. Curiosamente murió cuando Vicente Fox había ganado la Presidencia y se aprestaba a investigar todo lo relacionado con la guerra sucia, muertes y desapariciones forzadas que implicaban, entre otros, a Gutiérrez Barrios, el llamado policía del régimen.

En el sexenio de Carlos Salinas también cobró notoriedad Adrián Carrera Fuentes, quien fue director de la Policía Judicial Federal. Criado en el barrio de La Merced, en la ciudad de México, Carrera Fuentes se inició como carterista. Solía arrebatarle los bolsos a las mujeres y corría como lince. Varias veces fue atrapado por la policía del distrito federal, pero al descubrirle sus habilidades físicas fue incorporado a la mafia oficial. Así, empezó a trabajar para comandantes y jefes policiacos. Esos fueron sus inicios dentro de la policía.

Con el paso del tiempo, Carrera Fuentes dejó de ser un ladrón y se convirtió en un oficial, pues ingresó como agente en 1966. Entonces tenía 24 años.

Se abrió paso a base de trabajo y haciendo favores sucios a sus jefes. Formó parte del grupo “Guanajuato”, fue jefe de grupo de Interpol y comandante del área antinarcóticos. Ahí conoció a Arturo “El Negro” Durazo.

En 1976, cuando Durazo fue nombrado jefe de Policía y Tránsito, llamó a Carrera Fuentes, a quien nombró capitán, cargo que desempeñó de 1977 a 1980, luego fue mayor Inspector de la Brigada de Homicidios y de la Brigada de Robo de Autos.

Su metodología de trabajo era ortodoxa: rentaba hoteles completos y los convertía en casas de seguridad, a donde llevaba a sus presuntos delincuentes para ser torturados. Luego fue titular del grupo “Jaguares” y ahí trabajó al lado del misterioso Francisco Sahagún Baca, director de la DIPD.

En una ocasión le encomendaron la investigación de un mega-robo bancario, en una sucursal de Polanco, donde una banda de colombianos robó diez millones de pesos. Carrera Fuentes logró capturarlos, pero se dijo que se quedó con la mitad del botín.

Con Carlos Salinas fue director de la Policía Judicial Federal y desde ahí brindó protección a Amado Carrillo Fuentes, jefe del Cártel de Juárez. Por ello, compareció en el Consejo de Guerra que se integró en contra del general Arturo Acosta Chaparro, ligado también con Amado Carrillo.

En la Policía Judicial Carrera Fuentes se ligó a los hermanos José Luis y Manuel Patiño Esquivel, quienes trabajaban para Carrillo Fuentes. Tras su encarcelamiento, los Patiño acusaron a Carrera de estar ligado al narcotráfico. Luego, el jefe policiaco aceptó que brindaba protección al capo desde 1993.

La suya es una historia similar a la de Guillermo González Calderoni, otro policía ligado al crimen organizado que fue protegido durante el sexenio de Carlos Salinas.

González Calderoni saltó a la fama por haber detenido a varios de los narcotraficantes más poderosos de entonces, entre otros, a Miguel Ángel Félix Gallardo, “El capo de capos” de entonces, jefe del Cártel de Guadalajara, a quien se le atribuye la autoría del rediseño de los cárteles piramidales a horizontales.

La detención de Félix Gallardo fue singular. Le dieron la orden a González Calderoni de detenerlo. Era el mes de abril de 1989. Ambos eran compadres. El policía arribó a Culiacán, Sinaloa, donde se refugiaba el capo. González Calderoni tocó la puerta y se anunció. Salió Félix Gallardo:

–Copadrito, qué milagro, ¿qué hace usted por acá?

–¡Que compadre ni qué madre¡–respondió González Calderoni: vengo por ti, hijo de tu chingada madre –. Y lo detuvo.

Dos años antes, en 1989, viajó a Ojinaga, Chihuahua, para capturar a Pablo Acosta Villarreal, “El Zorro Plateado”, jefe del Cártel de Juárez.

Al capo le rodearon el rancho. Pablo Acosta estaba con varios de sus hombres, armados hasta los dientes. Magna y voz en mano, González Calderoni le gritó:

–Estás rodeado, Pablo. Entrégate

Bragado y con los güevos en su lugar, Pablo Acosta respondió, a través de otro magnavoz:

–Si tienes tantos güevos, ven por mí, hijo de tu puta madre.

–Y cuando González Calderoni dio la orden a sus hombres para ingresar a la casa, se escuchó una detonación. Pablo Acosta se había suicidado.

González Calderoni se relacionó con el narcotráfico, pero nunca pudieron procesarlo, supuestamente, por falta de pruebas.

En 2003, el ex director de intercepción aérea, terrestre y marítima de la PGR fue asesinado en MacAllen, Texas, donde radicaba. Un sujeto le disparó cuando estaba parado junto a una gasolinera. El caso fue considerado una venganza, aunque nunca se supo el móvil respecto de la muerte de quien fuera brazo derecho de Javier Coello Trejo en la PGR.

Otros policías quizá menores en rango, pero tan perniciosos como los antes citados también fueron implicados en el narcotráfico cuando fungían como jefes policiacos. Se trata de Jesús Miyasawa y Agustín Montiel.

El primero fue implicado en la protección de capos durante el Gobierno de Jorge Carrillo Olea en Morelos. El ex policía responsable del combate al narcotráfico con Carlos Salinas fue relacionado con Amado Carrillo y se afirma que las residencias de ambos tenían conexiones por la parte trasera.

Miyasawa fue una pieza clave en ese entramado de corrupción y, desde tiempo atrás, fue implicado en casos de tortura y desapariciones forzadas.

Otro jefe policiaco que terminó en prisión fue Agustín Montiel. Fue comandante de la Policía Judicial en Morelos, donde protegió al narcotráfico. Eran los tiempos de Sergio Estrada Cajigal como gobernador de Morelos. En ese tiempo el capo ligado al poder era Juan José Esparragoza Moreno, “El Azul”, cuya hija –se dijo –era amante del gobernador panista. Montiel era el protector.

La droga que se movía en Morelos se trasladaba en las patrullas de la policía. Agustín Montiel ya tenía experiencia en esas tareas. Había protegido al crimen organizado en Guerrero, durante el Gobierno de José Francisco Ruiz Massieu, según él mismo contó, fue una etapa en la que amasó una fuerte fortuna.

Montiel fue encarcelado en La Palma. Luego murió. Le llamaban “El viejo panzón”. Así le decían sus amigos del Cártel de Tijuana, con quienes mantuvo estrecha relación hasta su muerte. El jefe policiaco le gustaba quedar bien con todo el mundo y para ello aceitaba sus relaciones con alcohol y regalos caros, por lo menos un Rólex ponía en mano de sus amigos. No se trataba de un “Bao Dai”, pero sí un reloj que bordeaba el millón de pesos, según cuentan algunos testigos.

Se requeriría un libro completo para contar las historias de los jefes policiacos más famosos. Aquí faltó hablar por ejemplo de José Antonio Zorrilla Pérez, encarcelado por el crimen del periodista Manuel Buendía, un hombre que conoce muy bien a Manuel Bartlet, el impune del Gobierno de la Cuarta Transformación, la pieza de Salinas en el Gobierno del cambio.

A nivel judicial, otra historia que está por escribirse es la Genaro García Luna, detenido en Estados Unidos bajo acusaciones de brindar protección al Chapo Guzmán. Ahora enfrenta a la justicia norteamericana y es probable que, si habla, arrastrará a la desgracia al ex Presidente Felipe Calderón, el señor de la guerra contra el narco, guerra desigual, por cierto, porque ahora va quedando en claro que combatió a unos cárteles y negoció con otros.

Sus principales colaboradores –Luis Cárdenas Palominos y Facundo Rosas, al primero se le acusa de proteger al narco en el aeropuerto de la ciudad de México –ya son investigados desde México y es muy probable que sean implicados en la red de corrupción que tejió García Luna durante los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón.

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