Ricardo
Ravelo.
A lo largo
de la historia, diversos jefes policiacos que se encumbraron en el poder no
pudieron salir bien librado en los cargos que desempeñaron. Todos, sin
excepción, terminaron devorados por la delincuencia organizada, implicados en
el narcotráfico, sometidos por la adicción a la cocaína, al poder y al dinero
–drogas terriblemente adictivas – y otros más acabaron en prisión, cómplices
enfermizos del delito, o bajo el silencio de una tumba.
Si
analizamos los perfiles de algunos de los más emblemáticos capos de la policía,
podemos afirmar que estas estructuras de seguridad siempre han estado
vinculadas a la mafia en México. Desde el sexenio de Miguel Alemán Valdés hasta
el de Enrique Peña Nieto, el crimen organizado ha gobernado el país.
Ningún
jefe policiaco se ha salvado de verse envuelto en escándalos. ¿Alfonso Durazo
saldrá libre de escándalos? No lo sabemos. Lo cierto es que Washington lo
vigila día y noche por ser la suya una tarea sensible y delicada, pero no
infalible.
El
narcotráfico ha sido un negocio boyante que se manejó desde la Presidencia de
la República y que el Estado Mayor Presidencial operaba en coordinación con
todas las policías del país, brazo armado del crimen. Los presidentes eran los
capos, y los procuradores y jefes policiacos, sus operadores. Todos se
beneficiaban de esta orgía de corrupción.
Este
fenómeno fue verdaderamente claro en los tiempos de José López Portillo, el
sexenio de la corrupción. El Presidente nombró General a su amigo de correrías
–Arturo Durazo Moreno –sin pasar por el Ejército; le borró los antecedentes
criminales en Estados Unidos –donde estaba acusado de narcotráfico — y así pudo
imponerlo como jefe de la policía del Distrito Federal, donde Durazo se
convirtió en uno de los más viles criminales.
Prepotente
y déspota hasta el hartazgo, Durazo se ligó al tráfico de drogas, a la trata de
personas, al tráfico de armas, negocios que manejó desde su posición, donde se
mantuvo impune durante todo el sexenio lópezportillista.
También se
le relacionó con fraudes de todo tipo, tortura y decenas de asesinatos. Sus
escándalos de corrupción trascendieron las fronteras, más aún, cuando se
descubrió que en Zihuatanejo, Guerrero, construyó el famoso “Partenón”, una
obra emblemática, réplica del monumento griego, con columnas de mármol y
refinamientos excesivos, símbolo de la atroz corrupción de ese régimen.
El
sexenio terminó y Durazo, envuelto en escándalos, salió del gobierno sin ser
tocado, impune hasta el último pelo. En 1984, sin embargo, fue detenido por el
Buró Federal de Investigación (FBI) en Puerto Rico, donde había hecho una
escala, según la versión de entonces, luego de un largo viaje por Brasil y
Europa.
Fue
trasladado a Los Ángeles, California, y procesado; luego fue extraditado a
México en 1986 y compurgó ocho años de cárcel. Murió en el año 2000 por
problemas de salud. Se dijo entonces que la cocaína y el alcohol lo
exterminaron.
Este jefe
policiaco desplegaba todo su poder cuando se dirigía a sus oficinas en la
ciudad de México. Por tierra y aire le escoltaban. Se decía que tenía tanto
poder como el Presidente. No había capricho que no se le cumpliera. Una botella
exclusiva, la mejor cocaína, la más suculenta comida, una mujer atractiva,
aunque estuviera casada, la quería con él, esclava del sexo.
En ese
tiempo también fue muy cuestionada la figura de Francisco Sahagún Baca, quien
se mandó construir una tumba en Michoacán para simular su muerte. No existe
registro de su fallecimiento, pero a este personaje oscuro de la historia
policiaca parece que se lo tragó la tierra.
Sahagún
Baca se convirtió en prófugo de la justicia trece días después de que Arturo
Durazo Moreno fue detenido en Puerto Rico, el 30 de junio de 1984.
Corresponsable
de la corrupción en la corporación a su cargo, Sahagún Baca era acusado de un
delito menor –desacato a una orden judicial –, después lo acusaron de homicidio
calificado. También se servir al narco.
Estuvo al
frente de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia
durante seis años, la cual desapareció en 1983 por órdenes de Miguel de la
Madrid. Entonces se dijo que con la disolución de esta corporación terminaban
cuarenta años de muertes y torturas cometidas por Sahagún Baca.
Sahagún
Baca simplemente renunció al cargo y no se le fincó ninguna responsabilidad. Se
fue impune. En 1984 compareció ante un juzgado del fuero común para rendir
testimonio sobre cinco millones de pesos que cuatro ex mayores de la DIPD
robaron a unos asaltabancos, en 1981.
Sin
embargo, este caso le tronó a Sahagún Baca cuando fueron detenidos los
asaltantes y algunos de los militares que los protegieron. Uno de ellos dijo:
Sólo recibí instrucciones de Sahagún Baca.
Sahagún
Baca también fue señalado de proteger al narcotráfico. Tras los escándalos por
su detención, a mediados de los años ochenta, el personaje despareció de la
escena pública.
Durante
años no se supo nada de él. Y hasta la fecha sigue siendo un misterio. En un
panteón del municipio de Sahuayo de Morelos, Michoacán, hay una tumba que dice
que ahí están los restos de Francisco Sahagún Baca. Sin embargo, en las
dependencias de esa municipalidad no hay registro de que este personaje de la
historia negra de México esté muerto.
Era un
personaje misterioso, siempre escondido en sus oficinas. Un ayudante suyo le
conseguía ostias para comer con café. Era su colación recurrente a lo largo del
día. Circunspecto, introvertido, pero siniestro y vil, Sahagún Baca quizá este
por ahí escondido bajo la protección del sistema.
Con una
trayectoria oscura, otro personaje que no fue ajeno a escándalos de
torturas, desapariciones forzadas, guerra sucia y narcotráfico, fue Fernando
Gutiérrez Barrios, primer titular de la Dirección Federal de Seguridad (DFS),
la policía política del régimen.
Era
capitán del Ejército, donde se formó; luego se desempeñó en las tareas de
seguridad, el espionaje y, gracias a sus buenos oficios, el entonces Presidente
Miguel Alemán lo designó director de la DSF.
Hizo una
larga carrera y no evitó ser acusado, junto con Miguel Nassar Haro –otro
policía de esa época –en casos de tortura y desapariciones. Combatieron con
fuerza a la guerrilla en México, particularmente en Guerrero y Oaxaca,
exterminaron todo destello de movimientos armados.
Gutiérrez
Barrios no fue ajeno al narcotráfico. En su libro “Desde Navolato Vengo” –una
suerte de biografía criminal de Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los
Cielos”, José Alfredo Andrade Bogorges, en realidad uno de los abogados del
capo, escribe que el ala encabezada por Rafael Aguilar, jefe del Cártel de
Juárez, era manejada por Gutiérrez Barrios.
A lo largo
de sus páginas expone que, en 1993, cuando fue asesinado Aguilar Guajardo en
Cancún, Quintana Roo, el político veracruzano se quedó sin operador para
manejar el tráfico de drogas. Gutiérrez Barrios fue gobernador de Veracruz de
1986 a 1988. Cuando Carlos Salinas ganó la Presidencia de la República lo
nombró Secretario de Gobernación y en 1993 dejó el cargo. Después fue senador
de la República y en el año 2000, según la versión oficial, falleció de un
infarto. Curiosamente murió cuando Vicente Fox había ganado la Presidencia y se
aprestaba a investigar todo lo relacionado con la guerra sucia, muertes y
desapariciones forzadas que implicaban, entre otros, a Gutiérrez Barrios, el
llamado policía del régimen.
En el
sexenio de Carlos Salinas también cobró notoriedad Adrián Carrera Fuentes,
quien fue director de la Policía Judicial Federal. Criado en el barrio de La
Merced, en la ciudad de México, Carrera Fuentes se inició como carterista.
Solía arrebatarle los bolsos a las mujeres y corría como lince. Varias veces
fue atrapado por la policía del distrito federal, pero al descubrirle sus
habilidades físicas fue incorporado a la mafia oficial. Así, empezó a trabajar
para comandantes y jefes policiacos. Esos fueron sus inicios dentro de la policía.
Con el paso
del tiempo, Carrera Fuentes dejó de ser un ladrón y se convirtió en un
oficial, pues ingresó como agente en 1966. Entonces tenía 24 años.
Se abrió
paso a base de trabajo y haciendo favores sucios a sus jefes. Formó parte del
grupo “Guanajuato”, fue jefe de grupo de Interpol y comandante del área
antinarcóticos. Ahí conoció a Arturo “El Negro” Durazo.
En 1976,
cuando Durazo fue nombrado jefe de Policía y Tránsito, llamó a Carrera Fuentes,
a quien nombró capitán, cargo que desempeñó de 1977 a 1980, luego fue mayor
Inspector de la Brigada de Homicidios y de la Brigada de Robo de Autos.
Su
metodología de trabajo era ortodoxa: rentaba hoteles completos y los
convertía en casas de seguridad, a donde llevaba a sus presuntos delincuentes
para ser torturados. Luego fue titular del grupo “Jaguares” y ahí trabajó al
lado del misterioso Francisco Sahagún Baca, director de la DIPD.
En una
ocasión le encomendaron la investigación de un mega-robo bancario, en una
sucursal de Polanco, donde una banda de colombianos robó diez millones de
pesos. Carrera Fuentes logró capturarlos, pero se dijo que se quedó con la
mitad del botín.
Con
Carlos Salinas fue director de la Policía Judicial Federal y desde ahí brindó
protección a Amado Carrillo Fuentes, jefe del Cártel de Juárez. Por ello,
compareció en el Consejo de Guerra que se integró en contra del general Arturo
Acosta Chaparro, ligado también con Amado Carrillo.
En la
Policía Judicial Carrera Fuentes se ligó a los hermanos José Luis y Manuel
Patiño Esquivel, quienes trabajaban para Carrillo Fuentes. Tras su
encarcelamiento, los Patiño acusaron a Carrera de estar ligado al narcotráfico.
Luego, el jefe policiaco aceptó que brindaba protección al capo desde 1993.
La suya
es una historia similar a la de Guillermo González Calderoni, otro policía
ligado al crimen organizado que fue protegido durante el sexenio de Carlos
Salinas.
González
Calderoni saltó a la fama por haber detenido a varios de los narcotraficantes
más poderosos de entonces, entre otros, a Miguel Ángel Félix Gallardo, “El capo
de capos” de entonces, jefe del Cártel de Guadalajara, a quien se le atribuye
la autoría del rediseño de los cárteles piramidales a horizontales.
La
detención de Félix Gallardo fue singular. Le dieron la orden a González Calderoni
de detenerlo. Era el mes de abril de 1989. Ambos eran compadres. El policía
arribó a Culiacán, Sinaloa, donde se refugiaba el capo. González Calderoni tocó
la puerta y se anunció. Salió Félix Gallardo:
–Copadrito,
qué milagro, ¿qué hace usted por acá?
–¡Que
compadre ni qué madre¡–respondió González Calderoni: vengo por ti, hijo de tu
chingada madre –. Y lo detuvo.
Dos años
antes, en 1989, viajó a Ojinaga, Chihuahua, para capturar a Pablo Acosta
Villarreal, “El Zorro Plateado”, jefe del Cártel de Juárez.
Al capo le
rodearon el rancho. Pablo Acosta estaba con varios de sus hombres, armados
hasta los dientes. Magna y voz en mano, González Calderoni le gritó:
–Estás
rodeado, Pablo. Entrégate
Bragado y
con los güevos en su lugar, Pablo Acosta respondió, a través de otro magnavoz:
–Si tienes
tantos güevos, ven por mí, hijo de tu puta madre.
–Y cuando
González Calderoni dio la orden a sus hombres para ingresar a la casa, se
escuchó una detonación. Pablo Acosta se había suicidado.
González
Calderoni se relacionó con el narcotráfico, pero nunca pudieron procesarlo,
supuestamente, por falta de pruebas.
En 2003,
el ex director de intercepción aérea, terrestre y marítima de la PGR fue
asesinado en MacAllen, Texas, donde radicaba. Un sujeto le disparó cuando
estaba parado junto a una gasolinera. El caso fue considerado una venganza,
aunque nunca se supo el móvil respecto de la muerte de quien fuera brazo
derecho de Javier Coello Trejo en la PGR.
Otros
policías quizá menores en rango, pero tan perniciosos como los antes citados
también fueron implicados en el narcotráfico cuando fungían como jefes
policiacos. Se trata de Jesús Miyasawa y Agustín Montiel.
El
primero fue implicado en la protección de capos durante el Gobierno de Jorge
Carrillo Olea en Morelos. El ex policía responsable del combate al narcotráfico
con Carlos Salinas fue relacionado con Amado Carrillo y se afirma que las
residencias de ambos tenían conexiones por la parte trasera.
Miyasawa
fue una pieza clave en ese entramado de corrupción y, desde tiempo atrás, fue
implicado en casos de tortura y desapariciones forzadas.
Otro jefe
policiaco que terminó en prisión fue Agustín Montiel. Fue comandante de la
Policía Judicial en Morelos, donde protegió al narcotráfico. Eran los tiempos
de Sergio Estrada Cajigal como gobernador de Morelos. En ese tiempo el capo
ligado al poder era Juan José Esparragoza Moreno, “El Azul”, cuya hija –se dijo
–era amante del gobernador panista. Montiel era el protector.
La droga que
se movía en Morelos se trasladaba en las patrullas de la policía. Agustín
Montiel ya tenía experiencia en esas tareas. Había protegido al crimen
organizado en Guerrero, durante el Gobierno de José Francisco Ruiz Massieu,
según él mismo contó, fue una etapa en la que amasó una fuerte fortuna.
Montiel
fue encarcelado en La Palma. Luego murió. Le llamaban “El viejo panzón”. Así le
decían sus amigos del Cártel de Tijuana, con quienes mantuvo estrecha relación
hasta su muerte. El jefe policiaco le gustaba quedar bien con todo el mundo y
para ello aceitaba sus relaciones con alcohol y regalos caros, por lo menos un
Rólex ponía en mano de sus amigos. No se trataba de un “Bao Dai”, pero sí un
reloj que bordeaba el millón de pesos, según cuentan algunos testigos.
Se
requeriría un libro completo para contar las historias de los jefes policiacos
más famosos. Aquí faltó hablar por ejemplo de José Antonio Zorrilla Pérez,
encarcelado por el crimen del periodista Manuel Buendía, un hombre que conoce
muy bien a Manuel Bartlet, el impune del Gobierno de la Cuarta Transformación,
la pieza de Salinas en el Gobierno del cambio.
A nivel
judicial, otra historia que está por escribirse es la Genaro García Luna,
detenido en Estados Unidos bajo acusaciones de brindar protección al Chapo
Guzmán. Ahora enfrenta a la justicia norteamericana y es probable que, si
habla, arrastrará a la desgracia al ex Presidente Felipe Calderón, el señor de
la guerra contra el narco, guerra desigual, por cierto, porque ahora va
quedando en claro que combatió a unos cárteles y negoció con otros.
Sus
principales colaboradores –Luis Cárdenas Palominos y Facundo Rosas, al primero
se le acusa de proteger al narco en el aeropuerto de la ciudad de México –ya
son investigados desde México y es muy probable que sean implicados en la red
de corrupción que tejió García Luna durante los gobiernos de Vicente Fox y
Felipe Calderón.
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