Martí Batres.
Acostumbrados
a la crisis económica como marca de fin e inicio de sexenio, como maldición de
una sui géneris transición entre una administración y otra —aún del mismo
partido—, analistas de todos los signos no han podido sino reconocer la
curiosa y envidiable estabilidad económica que ha acompañado al nuevo gobierno
federal en su primer año de ejercicio.
La
singularidad se acentúa por dos razones más. Por un lado, se trata de un
gobierno que ha ofrecido, y puesto en práctica, paradigmas económicos distintos,
alternativos, a la línea dominante durante más de tres décadas. De ello podrían
esperarse, y hasta calcularse, sobresaltos y turbulencias justificables. Y no
sucedieron.
Pero por
otra parte, las críticas más agudas vertidas desde el bando contrario a la
opción triunfadora en 2018, apuntaban a la cuestión económica, particularmente
a la dimensión de la macroeconomía y su estabilidad. Se decía desde la campaña
del 2006, y otra vez con fuerte virulencia en 2018, que un gobierno encabezado
por Andrés Manuel López Obrador, atraería la crisis económica. Los capitales se
fugarían, se afirmaba, la bolsa de valores se derrumbaría, la inflación se
dispararía, la devaluación del peso se profundizaría, las tasas de interés
subirían, la gente perdería sus bienes hipotecados. Nada de eso ocurrió.
Un spot
que se repitió miles de veces en la televisión y la radio, en la mejor
tradición 'goebelsiana' según la cual una mentira repetida mil veces se
convierte en verdad, mostraba un conjunto de ladrillos en los que se dibujaban
palabras como “crisis”, “devaluación”, “inflación”, que formando un muro se
derrumbaban al tiempo que una voz en off decía: “López Obrador, un peligro para
México”.
Nada de
eso pasó. El desastre anunciado que llegaría con el arribo del “populista” López
Obrador no sucedió.
Aquí también
se cayó el discurso calderonista. Ni en la guerra ni en la política tuvo razón
Calderón.
José
López Portillo empezó su sexenio con la crisis de la devaluación del peso y
terminó con la crisis de los saca dólares. Miguel de la Madrid Hurtado inició
con la crisis de la banca y continuó con la hiperinflación. Carlos Salinas
comenzó con la crisis de la deuda y la inflación. Ernesto Zedillo dio comienzo
con el error de diciembre, inflación y crisis hipotecaria. Vicente Fox empezó
con recesión. Felipe Calderón llegó con carestía de alimentos, inflación y
continuó con el mayor decrecimiento desde la crisis de 1929. Y Enrique Peña
Nieto inició con caída de los ingresos y de la producción petrolera.
Andrés
Manuel López Obrador ha concluido su primer año con una estabilidad económica
que faltó a, por lo menos, los siete sexenios anteriores. Cierto, es el primer
año y faltan aún cinco por ejercer y evaluar. Pero es el mejor inicio económico
en 50 años.
¿Qué
podemos destacar de este interesante inicio?
Para
empezar, un peso fuerte (la moneda más fuerte del mundo, la última semana), que
no sólo no perdió centavos frente al dólar, sino que ganó.
Una
inflación que no sólo no aumentó, sino que se redujo, llegando a 3% en octubre
pasado.
Tasas de
interés que no sólo no aumentaron, sino que se redujeron en dos ocasiones.
Producción
petrolera que no sólo dejó de caer, sino que incluso aumentó ligeramente.
Recaudación
que aumentó ligeramente.
Un
salario mínimo que tuvo el mayor aumento en 40 años y sin provocar inflación.
Repunte
histórico en el índice de confianza del consumidor.
Repunte
en las ventas minoristas, o sea, en el consumo en la economía popular.
Repunte
en las ganancias de la Bolsa Mexicana de Valores.
Estabilidad
fiscal, pues los impuestos no han aumentado en términos reales
Disminución
de la deuda pública en términos reales, ya descontando inflación.
Superávit
primario, ausencia de déficit. No se ha gastado más de lo que se tiene.
Y aún
así, incremento del gasto social.
Estabilidad
macroeconómica envidiable, buena base para el crecimiento.
¡Feliz 2020!
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