Salvador
Camarena.
Puestos a
elegir uno, el suceso que más consecuencias funestas acarreará a México es la
detención en Estados Unidos de Genaro García Luna, expolicía del régimen.
No pretendo
ofender a las familias que este año han perdido a seres queridos en la ola de
violencia que abrasa al país. Para ellos, 2019 difícilmente será peor. Pero es
precisamente pensando en la descontrolada inseguridad que la aprehensión del
exfuncionario en Texas hace sombrío nuestro panorama.
El gobierno
del presidente Andrés Manuel López Obrador da tumbos en el tema que más
preocupa a los mexicanos.
La creación
de la Guardia Nacional está lejos de ser un proceso acabado. Es comprensible
que en un año no termine de cuajar tan ambicioso plan. Pero no hay señales de
que la constitución de tal cuerpo, compuesto básicamente de Fuerzas Armadas, a la
par de la desintegración de la Policía Federal, vaya por buen camino.
Funcionarios
de gobiernos estatales declaran en corto que no ven coordinación, mando claro o
lógica en el despliegue de la Guardia Nacional.
Si el modelo
calderonista-peñista de usar al Ejército y a la Armada en operaciones de
seguridad pública tenía defectos y acarreaba enormes riesgos, va quedando claro
que el cuerpo militar-policiaco llamado a sustituir a las Fuerzas Armadas no
pasa de ser gente de la milicia o expolicías vestidos de gris.
Por más que
la administración insista en que los homicidios se han estacionado, los
reportes cotidianos de masacres están lejos de ser esperanzadores. Y delitos
como el secuestro vuelven a ser noticia en diversos lugares. Todo ello sin
mencionar a los desaparecidos, flagelo permanente y mal representado en las
estadísticas.
Frente a ese
panorama, los sucesos de Culiacán (el fallido operativo y su desmadrada
explicación) y la matanza en Sonora de mujeres y niños de la comunidad LeBarón,
fueron el punto álgido en el que la opinión pública logró poner en el banquillo
a los autores de la supuesta nueva estrategia.
Las dudas y
los cuestionamientos tenían y tienen legitimidad. México ha padecido ya dos
sexenios de incapacidad institucional en medio de lo que puede ser catalogado
como un conflicto bélico.
Ojalá no
hubiera tragedias como la de los LeBarón, y no hay mayor anhelo que ver a
cuerpos policiales eficaces en lugar de la pobrísima exhibición de capacidades
rebasadas que vimos en Sinaloa cuando se intentó capturar a un presunto capo.
Pero
ocurridos esos fenómenos, lo único pertinente era demandar rendición de
cuentas. En esas estaba el país cuando ocurrió la detención de García Luna. A
partir de ahí, el preso en Estados Unidos se ha convertido en la piñata para
usarse de coartada perfecta.
López
Obrador y su (aún) secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, se sienten
reivindicados en su discurso adanista. Antes de ellos, la nada podrida. A
partir de ellos, toda una época dorada.
Si la
tentación de este gobierno de sepultar el pasado es todo menos nueva, la caída
del símbolo de la guerra calderonista es un ardid inmejorable para desestimar
cualquier aprendizaje, cualquier disenso.
Muchos han
dedicado buena parte de su vida a estudiar las maneras de lidiar con la
violencia. Todos ellos, porque es debido, en algún momento u otro fueron
interlocutores de Calderón o Peña Nieto: desde la crítica y desde la propuesta,
por igual.
Eso es, para
el nuevo gobierno, prueba irrefutable de algo parecido a colaboracionismo. Una
visión chata y soberbia de quienes creen que declarar una transformación es
gestarla bíblicamente.
Por eso, la
detención de García Luna es lo peor que nos podía pasar. Lejos de procurar un
juicio justo para él, también en México o en colaboración con EU, será el
símbolo que la administración utilizará –como ha ocurrido ya desde hace una
semana– para aislarse en una sordera que nos dejará regueros de sangre.
Salir del
problema de la violencia y la impunidad, creados por la debilidad institucional
que nadie –ni este gobierno– se empeñan en corregir (¿hace falta decir que una
Guardia Nacional sin policías estatales y municipales efectivos, sin fiscalías
capacitadas, sin jueces independientes, sin cárceles que sí reformen… no
servirá de nada?), requiere el concurso de todos los niveles y órdenes de
gobierno. Y de la sociedad civil y otros líderes (iglesias, empresarios,
etcétera).
Sin embargo,
el petate del muerto se llamará García Luna. Con él, un gobierno hosco y
deliberadamente ensimismado, se encerrará en su arrogancia. No escucharán ni
críticas ni consejos. Todo blandiendo que los de antes, 'narcos' por añadidura
gracias al proceso en Nueva York contra Genaro, sí los escuchaban.
Qué mala
cosa que la fortuna les haya dado una mano a quienes más necesitaban oídos para
dejarse de escuchar a sí mismos. Qué mala noticia para México.
Así cerramos
el año. A pesar de eso, les deseo que el siguiente sea mejor. Felicidades
en 2020. Nos leemos en enero.
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