viernes, 20 de diciembre de 2019

La peor noticia del año.


Salvador Camarena.

Puestos a elegir uno, el suceso que más consecuencias funestas acarreará a México es la detención en Estados Unidos de Genaro García Luna, expolicía del régimen.

No pretendo ofender a las familias que este año han perdido a seres queridos en la ola de violencia que abrasa al país. Para ellos, 2019 difícilmente será peor. Pero es precisamente pensando en la descontrolada inseguridad que la aprehensión del exfuncionario en Texas hace sombrío nuestro panorama.

El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador da tumbos en el tema que más preocupa a los mexicanos.

La creación de la Guardia Nacional está lejos de ser un proceso acabado. Es comprensible que en un año no termine de cuajar tan ambicioso plan. Pero no hay señales de que la constitución de tal cuerpo, compuesto básicamente de Fuerzas Armadas, a la par de la desintegración de la Policía Federal, vaya por buen camino.

Funcionarios de gobiernos estatales declaran en corto que no ven coordinación, mando claro o lógica en el despliegue de la Guardia Nacional.

Si el modelo calderonista-peñista de usar al Ejército y a la Armada en operaciones de seguridad pública tenía defectos y acarreaba enormes riesgos, va quedando claro que el cuerpo militar-policiaco llamado a sustituir a las Fuerzas Armadas no pasa de ser gente de la milicia o expolicías vestidos de gris.

Por más que la administración insista en que los homicidios se han estacionado, los reportes cotidianos de masacres están lejos de ser esperanzadores. Y delitos como el secuestro vuelven a ser noticia en diversos lugares. Todo ello sin mencionar a los desaparecidos, flagelo permanente y mal representado en las estadísticas.

Frente a ese panorama, los sucesos de Culiacán (el fallido operativo y su desmadrada explicación) y la matanza en Sonora de mujeres y niños de la comunidad LeBarón, fueron el punto álgido en el que la opinión pública logró poner en el banquillo a los autores de la supuesta nueva estrategia.

Las dudas y los cuestionamientos tenían y tienen legitimidad. México ha padecido ya dos sexenios de incapacidad institucional en medio de lo que puede ser catalogado como un conflicto bélico.

Ojalá no hubiera tragedias como la de los LeBarón, y no hay mayor anhelo que ver a cuerpos policiales eficaces en lugar de la pobrísima exhibición de capacidades rebasadas que vimos en Sinaloa cuando se intentó capturar a un presunto capo.

Pero ocurridos esos fenómenos, lo único pertinente era demandar rendición de cuentas. En esas estaba el país cuando ocurrió la detención de García Luna. A partir de ahí, el preso en Estados Unidos se ha convertido en la piñata para usarse de coartada perfecta.

López Obrador y su (aún) secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, se sienten reivindicados en su discurso adanista. Antes de ellos, la nada podrida. A partir de ellos, toda una época dorada.

Si la tentación de este gobierno de sepultar el pasado es todo menos nueva, la caída del símbolo de la guerra calderonista es un ardid inmejorable para desestimar cualquier aprendizaje, cualquier disenso.

Muchos han dedicado buena parte de su vida a estudiar las maneras de lidiar con la violencia. Todos ellos, porque es debido, en algún momento u otro fueron interlocutores de Calderón o Peña Nieto: desde la crítica y desde la propuesta, por igual.

Eso es, para el nuevo gobierno, prueba irrefutable de algo parecido a colaboracionismo. Una visión chata y soberbia de quienes creen que declarar una transformación es gestarla bíblicamente.

Por eso, la detención de García Luna es lo peor que nos podía pasar. Lejos de procurar un juicio justo para él, también en México o en colaboración con EU, será el símbolo que la administración utilizará –como ha ocurrido ya desde hace una semana– para aislarse en una sordera que nos dejará regueros de sangre.

Salir del problema de la violencia y la impunidad, creados por la debilidad institucional que nadie –ni este gobierno– se empeñan en corregir (¿hace falta decir que una Guardia Nacional sin policías estatales y municipales efectivos, sin fiscalías capacitadas, sin jueces independientes, sin cárceles que sí reformen… no servirá de nada?), requiere el concurso de todos los niveles y órdenes de gobierno. Y de la sociedad civil y otros líderes (iglesias, empresarios, etcétera).

Sin embargo, el petate del muerto se llamará García Luna. Con él, un gobierno hosco y deliberadamente ensimismado, se encerrará en su arrogancia. No escucharán ni críticas ni consejos. Todo blandiendo que los de antes, 'narcos' por añadidura gracias al proceso en Nueva York contra Genaro, sí los escuchaban.

Qué mala cosa que la fortuna les haya dado una mano a quienes más necesitaban oídos para dejarse de escuchar a sí mismos. Qué mala noticia para México.

Así cerramos el año. A pesar de eso, les deseo que el siguiente sea mejor. Felicidades en 2020. Nos leemos en enero.

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