Julio Astillero.
El ácido
conflicto interno de Morena pone de relieve, en particular, la crisis del
sistema actual de partidos políticos. Puede confirmarse al ver hoy la deshilachada
textura organizativa e ideológica de un partido que fue espectacularmente
triunfador a pocos años de su constitución, pues obtuvo en 2018 la Presidencia
de la República y la mayoría en el Poder Legislativo federal mediante una
histórica cosecha de votos y que no ha cesado de obtener victorias electorales,
además de estar ensanchando su dominio en el Poder Judicial y en organismos de
gobierno teóricamente autónomos.
Sin embargo,
Morena no ha sido un partido sino un instrumento formal para hacer viable el
acceso al poder público de un personaje con un arrastre social y electoral
impresionante: Andrés Manuel López Obrador, quien ha constituido un movimiento
popular variopinto desde su arribo a las grandes ligas de la política mexicana
en 2000, al ganar la gubernatura de la Ciudad de México al mismo tiempo que su
entonces jefe político y principal impulsor, Cuauhtémoc Cárdenas, perdía en
otro intento por alcanzar la Presidencia de la República.
El poder
político real reside, pues, en la persona del popular López Obrador y no de una
organización partidista estable y trascendente. Por ello es que la vida de
Morena ha sido políticamente paupérrima en comparación con la enorme
prosperidad del personaje dominante: no importa Morena, ni sus conflictos y desaguisados,
pues la fuerza verdadera, el motor electoral, la figura convocante, está en
Palacio Nacional, activa desde las primeras horas del día, viajera en fines de
semana, discursiva y proselitista: un Presidente en campaña y una presidencia
con la vista puesta en las intermedias de 2021 y en la sucesión presidencial de
2024.
Pero, si tal
es la condición maltrecha de la Morena que dicen presidir Yeidckol Polevnsky y
Alfonso Ramírez Cuéllar, cada cual por su lado y en espera de una resolución
del tribunal electoral federal, peor es la situación de sus partidos adversos.
Lo que queda del Partido Revolucionario Institucional es una famélica estampa
de recuerdo de lo que fue el partido hegemónico y el otro partido que ha
ocupado Los Pinos, Acción Nacional, se remueve en la intrascendencia aspirando
a que de ahí salgan himnos guerreros imposibles. Del resto de los partidos poco
hay que decir: son meros amasijos de intereses regionales y grupales, atenidos
a los golpes de suerte de sumarse a proyectos electorales o camarales que les
compartan rebanadas proporcionales.
Es viable,
en ese escenario, aspirar a que tal sistema de partidos, y su tinglado
institucional, el Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), dejen de funcionar como lo
hicieron durante la larga noche controlada por el PRI y el PAN. Es un clamor
popular que ya no se entreguen tales carretadas de dinero a los partidos y que
se reforme, con gastos también a la baja, a los muy desacreditados INE y TEPJF.
Astillas
Donald Trump
rindió ayer su tercer discurso sobre el Estado de la Unión y, con un sostenido
tono de aires electorales y entre constantes aplausos de la élite de sus
seguidores, habló del nuevo tratado comercial entre Estados Unidos, Canadá y
México como un triunfo político de él mismo. Además, mencionó el avance en la
construcción del muro fronterizo. Trump enfila todo hacia la búsqueda de su
segundo periodo presidencial... A diferencia de lo sucedido con los
gobernadores priístas, que luego de una reunión en Palacio Nacional con el
presidente López Obrador anunciaron su adhesión al Instituto Nacional de Salud
para el Bienestar (Insabi), los panistas comieron con el político tabasqueño
pero aún no firmaron los convenios correspondientes, pues esperarán a que haya
corridas financieras sobre el tema que los dejen convencidos... Y, mientras se
ha aceptado la inminencia de la llegada del coronavirus a México (el
subsecretario de Salud dijo que es de altísima probabilidad).
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