Raymundo
Riva Palacio.
¿Alguien se
sorprendió al enterarse de que el primer cuatrimestre de este año es el más
violento en la historia de los registros de incidencia delictiva desde que se
iniciaron, en 1997? Todo se fue al alza, de acuerdo con los datos del
Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, que se han
convertido en una de las estadísticas que se esperan mensualmente con mayor
ansiedad, al haberse convertido en pulso de la gobernabilidad y balanza sobre
el éxito o fracaso del gobierno. El sexenio del presidente Andrés Manuel López
Obrador arrancó con una inercia trágica de la administración del presidente
Enrique Peña Nieto, que destrozó los sistemas policiales por ignorancia e
incapacidad, pero tampoco ha mostrado, más allá de la retórica, una idea clara
de cómo enfrentar el fenómeno.
Los datos
del Secretariado ratifican tendencias delictivas. Colima, donde se dieron 7.3
asesinatos por cada 100 mil habitantes –la tasa más alta del país–, no ha
logrado restablecer la calma después de que hace poco más de dos años, por el
descuido en el puerto de Manzanillo –responsabilidad de la Marina, por cierto–,
empezaron a entrar cargamentos chinos de fentanilo, que recorrieron las viejas
rutas de las metanfetaminas por el noroeste de Michoacán –las zonas protegidas
por los paramilitares patrocinados por el gobierno peñista que incorporaron a
miembros del Cártel Jalisco Nueva Generación– y entraron a Jalisco para que
desde ahí se exportara al ávido mercado de consumidores estadounidenses.
Colima viene
en espiral descendente desde el peñismo, como el caso de Chihuahua, donde el
exgobernador César Duarte relajó el esquema de seguridad que se había
instalado, particularmente en Ciudad Juárez, y que el gobernador Javier Corral
ha sido incapaz de restablecer. Corral ha estado enfocado en encarcelar a
priistas y no ha prestado la atención debida al tema de la seguridad, que se
agravó por un factor externo: los acuerdos de paz en Colombia incluyeron la
petición de las FARC de que se suspendiera la erradicación, por lo que la
producción de cocaína volvió a florecer y se reanudaron las exportaciones hacia
Estados Unidos, que en más del 50 por ciento pasa por el corredor Torreón-Gómez
Palacio-Ciudad Juárez.
Chihuahua
tiene una tasa de homicidios dolosos de 4.8 por cada 100 mil habitantes,
superior en ocho décimas a la de Guanajuato, que desde el gobierno de Miguel
Márquez se vio involucrado en la lucha de organizaciones criminales por el
control del robo de combustible, que llegó a ser más redituable que la cocaína.
La zona era controlada por Los Zetas, cuya subsidiaria es el Cártel de Santa
Rosa de Lima, pero la estabilidad se rompió con el intento del Cártel Jalisco
Nueva Generación de quedarse con el negocio. Van avanzando, en concordancia con
la estrategia del gobierno de López Obrador de acabar con la organización de
Santa Rosa, dejando de lado a los jaliscienses. Sin embargo, nada es claro con
la estrategia actual. Desde hace casi tres meses la Marina tiene interceptadas
las llamadas telefónicas de todo el entorno de su líder en fuga, José Antonio
Yépez, apodado El Marro, pero no lo han detenido. Varias veces lo han tenido
ubicado por zona, según funcionarios federales, pero se les ha escapado.
Las
dinámicas en esas entidades no son levanta cejas, como sí lo son los datos que
arrojan las estadísticas en tres nuevos gobiernos, todos de Morena, que
encabezan el incremento delictivo en el país en términos porcentuales. A la
cabeza se encuentra la Ciudad de México, donde la incidencia delictiva subió
237.5 por ciento en el primer cuatrimestre de este año, seguida de Morelos, que
se incrementó 210 por ciento, y Veracruz, que vivía un desastre en materia de
seguridad y que aun así incrementó su tasa 168.51 por ciento. En los tres casos
han echado la culpa a gobiernos anteriores, pero en los tres casos sus
gobiernos han sido incapaces de restablecer el orden. Problemas de aptitud de
los responsables de la seguridad y ausencia total de estrategia, o acciones
equivocadas, han producido que las peores entidades en la materia estén asociadas
a Morena, aunque en el caso de Morelos es por alianza y el gobernador
Cuauhtémoc Blanco está en choque incluso con el partido que respaldó su
candidatura.
Las
estadísticas de la violencia no son suficientes para entender el fenómeno que
se vive. Hay características locales y regionales, así como dinámicas
diferenciadas. Sin embargo, existe un común denominador que se trata de cubrir
con la retórica y la expectativa de que con la llegada de la Guardia Nacional
habrá un antes y un después. Se trata de la falta de recursos presupuestarios,
de la debilidad institucional que muestra su cara más vulnerable en los
municipios, del quiebre de los equilibrios en varias partes del país, que
muchas veces está asociada con corrupción de autoridades. Igualmente de la
negligencia del sexenio anterior al desmantelar las plataformas de inteligencia
criminal, de inteligencia para la seguridad nacional y del sistema federal de penales.
Todos estos
factores no fueron culpa ni responsabilidad del gobierno de López Obrador.
Tampoco será su culpa ahora, pero sí su responsabilidad. Puede seguir achacando
al pasado todos los males que afectan a su gobierno, pero los muertos de hoy se
le contabilizarán a él, no a Peña Nieto. Por lo mismo, si continúa con la misma
línea estratégica del arranque del gobierno anterior, de dejar hacer dejar
pasar, terminará peor que él en materia de violencia, y la inseguridad irá
erosionando su popularidad y aprobación. Peor aún es que el país aumentará su
teñido de rojo ante la falta de visión, de objetivos claros y de estrategias
confusas como las presentadas hasta ahora, sin señales de que vendrá una
rectificación.
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