Julio Astillero.
Se estima
que mañana por la tarde se hará la votación en el Senado de Estados Unidos para
decidir la suerte de Donald Trump, el presidente sujeto a un proceso de juicio
político que, sin embargo, los observadores calificados aseguran que será
desechado por la mayoría republicana en esa cámara, aun cuando podría haber
legisladores del partido del actual presidente que podrían votar a favor de
enjuiciarlo. Es decir, si se cumplen los pronósticos generalizados, habrá Trump
triunfante rumbo a un segundo periodo en la Casa Blanca.
Ese
resultado haría que el rudo multimillonario sea acompañante político del resto
del sexenio obradorista, con los puntos a favor y en contra que eso entraña. De
entrada, confirmaría que fue correcta la apuesta andresina a favor de Trump
(como la de Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray en su momento, pero durante esa
administración priísta con el poder mexicano muy disminuido, permisivo y
susceptible de ser maltratado e insultado). Como candidato presidencial por
tercera ocasión, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) manejó discurso y actitudes
que parecían presagiar una etapa de vigorosas respuestas mexicanas ante los
improperios verbales e institucionales del citado Trump.
Pero,
llegado al poder, AMLO asumió la realidad geopolítica y pasó de ciertos
destellos rebeldes, como la política de supuestos brazos abiertos a la
migración proveniente de Centroamérica, al cumplimiento de exigencias gringas
dolorosamente irrechazables (como en el caso, justamente, de la conversión de
México en el muro migratorio en nuestra frontera sur y de la Guardia Nacional
en la Migra 4T).
No hay gran
secreto en el acomodo del obradorismo a las presiones de la administración
Trump: la viabilidad del proyecto denominado Cuarta Transformación depende de
la conservación de condiciones de gobernabilidad y de estabilidad que pueden
ser fácilmente trastocadas por el jefe del imperio vecino. El presidente López
Obrador ha debido escoger entre inconvenientes, como él mismo cita para
describir lo que es la política, y uno de ellos es el de aceptar que Trump
sería el acompañante del arranque del gobierno emanado de Morena y que tenía
todas las cartas para enfilarse a un segundo periodo en la Oficina Oval.
No es poca
cosa que, a pesar de amagar con aranceles, con declaratoria de cárteles
mexicanos como organizaciones terroristas foráneas y otras artimañas, Trump no
haya cruzado la raya de la falta de respeto al tabasqueño presidente vecino y
que lo mencione en términos elogiosos que a la luz de la experiencia mexicana
resultan más agrios que dulces. No fue así durante el tiempo que compartió el
peñismo con Trump, cuando este fue desdeñoso y grosero con el ex gobernador
mexiquense.
En otro
tema: ocho personas, entre ellas dos menores de edad, fueron asesinados con
disparos de arma de fuego en un negocio de videojuegos de Uruapan, Michoacán. A
la hora de redactar esta columna las autoridades no daban un móvil de los
hechos más o menos fundado, aunque se identificaba un patrón parecido al de las
venganzas de grupos criminales contra establecimientos comerciales cuyos dueños
se niegan a pagar derecho de piso.
Las noticias
fúnebres relacionadas con violencia criminal se multiplican en el país en una
sucesión que pareciera no llegar a su tope. Eso incentiva la explicable
desesperación de muchos mexicanos a quienes no reportan seguridad los planes
oficiales contra el crimen organizado. Además, obviamente, ese déficit del
obradorismo es aprovechado por sus opositores con explicables intenciones
electorales.
Y, mientras
un grupo de habitantes del municipio de Buenavista, en Michoacán, hostigaban,
hacían retroceder y lanzaban huevos a efectivos de la Guardia Nacional, ¡hasta
mañana, con el vicecoordinador del minigrupo de senadores del Partido
Revolucionario Institucional, Héctor Yunes Landa, advirtiendo que el avión
presidencial que se pretende rifar no es propiedad del gobierno, sino de la
compañía Boeing y está aún en proceso de ser pagado!
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