Javier Risco.
Hace un par
de semanas llegaron a la portada de todos los diarios las fotografías de
decenas de niños cargando varas y rifles. Eran menores entre los seis y 15 años
que viven en Guerrero, en varias comunidades cerca del municipio de Chilapa.
Las imágenes derrumban cualquier “avance” de la estrategia de gobierno federal
y estatal en materia de seguridad, niños armados por miedo a ser asesinados o
secuestrados, es la respuesta trágica de un país que tiene territorios perdidos
desde hace al menos una década. En ese momento tratamos de entenderlo, en el
programa “Así las cosas”, de W Radio, tuve la oportunidad de entrevistar a
Bernardino Rincón, fundador de la Coordinadora Regional de Autoridades
Comunitarias, y encargado de entrenar a los menores. La fotografía de abandono
y desesperanza que nos pintó, justificaba las terribles consecuencias: “Aquí no
hay día normal, aquí cada día los delincuentes amenazan donde están los niños,
amenazan atacar a las comunidades y masacrar a toda la población. Es por esa
razón que hablamos con los padres, con los niños, porque no tenemos otra opción
[…] nosotros preparamos a nuestros niños para que se defiendan, el ejercicio es
cansado, no es tan fácil, nadie nos paga, lo hacemos por una necesidad, para
que nuestros niños al rato se puedan defender y no sean víctimas del grupo
delictivo que opera en esta región que son Los Ardillos”.
Detrás de
esta necesidad de vida o muerte está la incapacidad de un estado de dar uno de
los derechos fundamentales, la educación. Rincón nos cuenta cómo los menores
van una o dos veces a la semana a la escuela porque los maestros se han negado
a ir a sus comunidades. Los docentes son amenazados y asesinados también, “y
ese es el temor, por eso no vienen a territorio comunitario, y no solamente
estamos pidiendo seguridad de los pueblos sino también de los maestros, muchos
de ellos han sido desaparecidos, nada más por ir a trabajar en una comunidad,
si atraviesan su territorio aparecen muertos”.
En este
contexto, el gobernador del estado, Héctor Astudillo, acudió antier al
municipio de Chilapa y a las comunidades de Alcozacán y El Jagüey, con un
discurso que apela a las buenas intenciones más que a los hechos, comentó que
“ya no quiero que se sigan dando enfrentamientos ni confrontaciones […] mi
llamado es a todos y todas por la paz”. A través de un comunicado, el gobierno
estatal informó que se entregaron mochilas y útiles escolares. No es que minimicemos
la presencia del gobernador, pero sus intenciones y sus mochilas no detendrán
al crimen organizado, no les quitarán las armas a los niños y no les dará la
valentía a los maestros para arriesgar su vida. El gobernador va y pone un
curita en un paciente que está en terapia intensiva.
No es la
primera vez; a inicios de 2016, este mismo gobernador dio el banderazo inicial
de lo que llamó Operativo Chilapa. Declaraba a los medios “este operativo es
muestra de la batalla que se da todos los días contra la violencia”. No
funcionó. Hoy los niños de esa región están armados.
¿Cómo se
olvidan comunidades de este país? ¿Cómo grupos del crimen organizado gobiernan
más allá de un sexenio? ¿Cómo simulan los gobiernos locales y cómo los
abandonan los gobiernos federales –todos los que pasan–? ¿Cómo quitarles las
armas a esos niños?
El
Presidente, desde Palacio Nacional, ha dicho que lo que hacen en esas
comunidades al darle armas a los menores es reclutar sicarios... si tan sólo
tuviera un proyecto de nación enfocado a los niños, pero no, sus esfuerzos
apuntan a todos, excepto al verdadero futuro de este país.
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