Jorge Zepeda
Patterson.
Nadie
puede acusar a López Obrador de ser un Presidente que no da la cara. Muchos, en
particular sus adversarios, piensan que la da en demasía. Dedica alrededor de
hora y media de lunes a viernes a presentar mensajes y responder preguntas de
los reporteros que estén dispuestos a llegar a Palacio Nacional antes de las 6
de la mañana. En 14 meses y acercándose a las 300 mañaneras, habrá respondido a
poco más de 5 mil preguntas. Algo que contrasta con la opacidad de los
anteriores presidentes, en particular Enrique Peña Nieto que luego de la pifia
de los libros que no había leído en una sesión abierta de la FIL de Guadalajara
durante la campaña, decidió no volver a convocar una rueda de prensa que no
estuviera arreglada durante su sexenio.
Algunos
aseguran que la mayoría de las preguntas en estas mañaneras son de reporteros
paleros, muchos de ellos procedentes de medios digitales que nadie conocía
hasta hace poco. Me parece que los que afirman lo anterior no se han tomado la
molestia de escuchar estas sesiones recientemente. Es verdad que en los
primeros meses abundaron los “patiño” que buscaban quedar bien con el nuevo
mandatario, fuese por el servilismo congénito de la prensa palera, por
protagonismo o por abrigar la esperanza de que sus zalamerías se tradujeran en
sendas partidas de publicidad oficial.
Pero con
el transcurso de los meses las mañaneras se han ido convirtiendo en verdaderas
sesiones de toma y daca entre un mandatario que le gusta explicarse y un
conjunto de preguntones variopinto que pide aclaraciones, muestra
contradicciones, intenta amarrar navajas, exige plazos o critica acciones del
gobierno. Siguen existiendo lisonjeros, pero incluso estos intentan legitimarse
con intervenciones más o menos frontales, sea porque la publicidad no llegó a
sus medios o porque las críticas del resto de sus colegas les han hecho mella.
Cualquiera
que se tome la molestia de seguir estas conferencias de prensa podrá darse
cuenta de que la mayoría de las preguntas constituyen denuncias, reclamos y
acusaciones. Una especie de auditoría pública a la que se somete el soberano
cada 24 horas. Una batería de cuestionamientos en vivo y sin filtros que
resultaría incómoda para cualquier jefe de Estado.
No para
López Obrador, que de eso parece pedir su limosna. Algunos críticos han
señalado que en lugar de dedicar tanto tiempo a explicar por qué algo no está
saliendo bien, el Presidente haría mejor en destinar esas horas a gobernar para
que funcione menos mal.
En realidad,
para AMLO esas mañaneras forman parte nuclear de su estrategia para
gobernar. Él da por sentado que el propósito y las acciones de su
administración van a contrapelo de los usos y costumbres que el
conservadurismo, la tradición política y la sociedad de consumo han convertido
en “sentido común”. El éxito o el fracaso de sus políticas en buena medida
dependerá del resultado del debate en el terreno de las ideas. Debe convencer a
la mayoría de los mexicanos y a muchos de los actores económicos y políticos
que reorientar los esfuerzos para mejorar las ramas económicas, las zonas
geográficas y los sectores sociales abandonados durante tantos años, terminará
siendo benéfico para todos, aún cuando exija sacrificios de los estratos que sí
han sido privilegiados. Y para hacerlo debe responder cada día a las muchas
objeciones, resistencias, contraargumentos y acusaciones.
López
Obrador da por descontado que le son adversos la mayoría de los columnistas y
medios de comunicación, que antes recibían cuantiosos ingresos de publicidad, y
entiende que él mismo debe contrarrestar sus ataques. Esa comparecencia diaria
le permite responder a la batería de objeciones del día anterior; mostrar que
los negros del arroz denunciados son eso, meros negros de un arroz que cada vez
es un plato mayor y mejor distribuido.
Al responder
preguntas, el Presidente no solo aborda el cuestionamiento puntual del
reportero, así sea Denise Dresser o Jorge Ramos, aprovecha también para
contestar al columnista que el día anterior afirmó que comprar medicinas en el
extranjero equivale a destruir la industria farmacéutica nacional. ¿Dónde está
su amor por el libre comercio?, se defiende AMLO. ¿Por qué consentir un
monopolio que extorsionaba con los precios de las medicinas al pueblo
mexicano?. O muestra gráficas para contradecir a las ocho columnas de un diario
nacional que afirmaba que la 4T había desatado la violencia.
López
Obrador llegó a la presidencia a fuerza de palabras y a pesar de las enormes
campañas de publicidad y propaganda que buscaron convertirlo en una amenaza
para México. Hoy, a fuerza de argumentos intenta convencer al país que sus
políticas no son un fracaso como afirman sus adversarios y para ello necesita
desmontar las visiones pesimistas, los datos reales o amañados, los descontones
de sus rivales. De eso se trata las mañaneras, aun cuando se exponga a dislates
y costosos exabruptos.
¿Por qué el
Presidente pasa tanto tiempo frente al micrófono? Uno, porque los cambios
que está intentado afectan los intereses creados.
Y dos,
consecuencia de lo anterior, porque cada día, como ningún Presidente antes, su
gobierno recibe una andana de acusaciones, golpes y descalificaciones que sólo
él está en condiciones de afrontar. Su obsesión por las mañaneras no constituye
un acto de soberbia o de protagonismo enfermizo, como más de uno de sus
críticos ha dicho, sino el instrumento para la madre de todas las batallas: la
disputa por la opinión pública. Los medios le son adversos, los poderosos
también; no puede permitirse el lujo de que las mayorías le den la espalda,
porque en el fondo es lo único que tiene. Y para eso necesita hablar,
defenderse, contradecir y convencer.
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