martes, 4 de febrero de 2020

Las Mañaneras: ¿soberbia o autodefensa?


Jorge Zepeda Patterson.

Nadie puede acusar a López Obrador de ser un Presidente que no da la cara. Muchos, en particular sus adversarios, piensan que la da en demasía. Dedica alrededor de hora y media de lunes a viernes a presentar mensajes y responder preguntas de los reporteros que estén dispuestos a llegar a Palacio Nacional antes de las 6 de la mañana. En 14 meses y acercándose a las 300 mañaneras, habrá respondido a poco más de 5 mil preguntas. Algo que contrasta con la opacidad de los anteriores presidentes, en particular Enrique Peña Nieto que luego de la pifia de los libros que no había leído en una sesión abierta de la FIL de Guadalajara durante la campaña, decidió no volver a convocar una rueda de prensa que no estuviera arreglada durante su sexenio.

Algunos aseguran que la mayoría de las preguntas en estas mañaneras son de reporteros paleros, muchos de ellos procedentes de medios digitales que nadie conocía hasta hace poco. Me parece que los que afirman lo anterior no se han tomado la molestia de escuchar estas sesiones recientemente. Es verdad que en los primeros meses abundaron los “patiño” que buscaban quedar bien con el nuevo mandatario, fuese por el servilismo congénito de la prensa palera, por protagonismo o por abrigar la esperanza de que sus zalamerías se tradujeran en sendas partidas de publicidad oficial.

Pero con el transcurso de los meses las mañaneras se han ido convirtiendo en verdaderas sesiones de toma y daca entre un mandatario que le gusta explicarse y un conjunto de preguntones variopinto que pide aclaraciones, muestra contradicciones, intenta amarrar navajas, exige plazos o critica acciones del gobierno. Siguen existiendo lisonjeros, pero incluso estos intentan legitimarse con intervenciones más o menos frontales, sea porque la publicidad no llegó a sus medios o porque las críticas del resto de sus colegas les han hecho mella.

Cualquiera que se tome la molestia de seguir estas conferencias de prensa podrá darse cuenta de que la mayoría de las preguntas constituyen denuncias, reclamos y acusaciones. Una especie de auditoría pública a la que se somete el soberano cada 24 horas. Una batería de cuestionamientos en vivo y sin filtros que resultaría incómoda para cualquier jefe de Estado.

No para López Obrador, que de eso parece pedir su limosna. Algunos críticos han señalado que en lugar de dedicar tanto tiempo a explicar por qué algo no está saliendo bien, el Presidente haría mejor en destinar esas horas a gobernar para que funcione menos mal.

En realidad, para AMLO esas mañaneras forman parte nuclear de su estrategia para gobernar. Él da por sentado que el propósito y las acciones de su administración van a contrapelo de los usos y costumbres que el conservadurismo, la tradición política y la sociedad de consumo han convertido en “sentido común”. El éxito o el fracaso de sus políticas en buena medida dependerá del resultado del debate en el terreno de las ideas. Debe convencer a la mayoría de los mexicanos y a muchos de los actores económicos y políticos que reorientar los esfuerzos para mejorar las ramas económicas, las zonas geográficas y los sectores sociales abandonados durante tantos años, terminará siendo benéfico para todos, aún cuando exija sacrificios de los estratos que sí han sido privilegiados. Y para hacerlo debe responder cada día a las muchas objeciones, resistencias, contraargumentos y acusaciones.

López Obrador da por descontado que le son adversos la mayoría de los columnistas y medios de comunicación, que antes recibían cuantiosos ingresos de publicidad, y entiende que él mismo debe contrarrestar sus ataques. Esa comparecencia diaria le permite responder a la batería de objeciones del día anterior; mostrar que los negros del arroz denunciados son eso, meros negros de un arroz que cada vez es un plato mayor y mejor distribuido.

Al responder preguntas, el Presidente no solo aborda el cuestionamiento puntual del reportero, así sea Denise Dresser o Jorge Ramos, aprovecha también para contestar al columnista que el día anterior afirmó que comprar medicinas en el extranjero equivale a destruir la industria farmacéutica nacional. ¿Dónde está su amor por el libre comercio?, se defiende AMLO. ¿Por qué consentir un monopolio que extorsionaba con los precios de las medicinas al pueblo mexicano?. O muestra gráficas para contradecir a las ocho columnas de un diario nacional que afirmaba que la 4T había desatado la violencia.

López Obrador llegó a la presidencia a fuerza de palabras y a pesar de las enormes campañas de publicidad y propaganda que buscaron convertirlo en una amenaza para México. Hoy, a fuerza de argumentos intenta convencer al país que sus políticas no son un fracaso como afirman sus adversarios y para ello necesita desmontar las visiones pesimistas, los datos reales o amañados, los descontones de sus rivales. De eso se trata las mañaneras, aun cuando se exponga a dislates y costosos exabruptos.

¿Por qué el Presidente pasa tanto tiempo frente al micrófono? Uno, porque los cambios que está intentado afectan los intereses creados.

Y dos, consecuencia de lo anterior, porque cada día, como ningún Presidente antes, su gobierno recibe una andana de acusaciones, golpes y descalificaciones que sólo él está en condiciones de afrontar. Su obsesión por las mañaneras no constituye un acto de soberbia o de protagonismo enfermizo, como más de uno de sus críticos ha dicho, sino el instrumento para la madre de todas las batallas: la disputa por la opinión pública. Los medios le son adversos, los poderosos también; no puede permitirse el lujo de que las mayorías le den la espalda, porque en el fondo es lo único que tiene. Y para eso necesita hablar, defenderse, contradecir y convencer.

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