jueves, 30 de enero de 2020

PAN Guanajuato: la generación Titanic.


Arnoldo Cuellar.

Al llegar a la treintena de años en el poder estatal, el partido Acción Nacional ya ha visto pasar tres generaciones diferentes de políticos. La historia no parece haberse acumulado para generar una experiencia positiva para la población, si en cambio para que se acentúen vicios y se genere una clase política plagada de complicidades y que se decanta a la corrupción cada vez con mayor cinismo.

A los Vicente Fox y Carlos Medina los relevaron los Juan Manuel Oliva y Miguel Márquez. El empujón inicial de la visión empresarial y la llegada del primero a la presidencia de la República consolidaron el impulso al proyecto de atracción de inversión extranjera como el principal eje rector del proyecto panista en Guanajuato.

Los operadores electorales que siguieron a los políticos empresarios no tenían la misma visión, pero sabían como ganar elecciones y como generar clientelas electorales más o menos permanentes.

La bonanza del estado, las buenas finanzas nacionales derivadas del bono petrolero de la primera década de este siglo, el respaldo presidencial a Guanajuato entre 2000 y 2012 que gobernaron presidentes panistas, fue jauja para los gobiernos locales, pero también el inició de la corrupción desaforada.

El enorme recurso de que dispuso Juan Manuel Oliva, lo llevó a inversiones tan faraónicas como inútiles, como la compra de un terreno de mil hectáreas para una nueva y frustrada refinería, la construcción del Parque Bicentenario o la compra de un corredor de más de 100 kilómetros de largo de derecho de vía liberado para un tren que sigue siendo apenas un buen deseo.

Junto con ese flujo de efectivo y esos proyectos descontrolados, se extendió la corrupción. No en balde, Oliva se vio enfrentado a fuertes acusaciones en el fin de su gobierno y denuncias de partidos de oposición, cuando esta existía, que lo obligaron a proyectar como su sucesor a su encargado de la Contraloría y luego Secretario de Desarrollo Social, Miguel Márquez Márquez.

Con este, paradójicamente después de haber sido encargado del combate a la corrupción, los niveles de inmoralidad pública alcanzaron un cenit con la incorporación del modelo del “compadre influyente” sin cargo público, pero con derecho de picaporte en todas las oficinas donde se hacían compras, se asignaban obras y se firmaban contratos.

Miguel Márquez debió de reinventar la figura del maximato a nivel local, algo que en el PRI dejó de tener vigencia en los años 30 del siglo pasado, construyendo de la nada un delfín, imponiéndolo a su partido y heredándole prácticamente tres cuartas partes de gabinete, además de realizar una activa vida pública que de paso impide que crezca el nuevo Gobernador en el ánimo del panismo y de la opinión pública.

Toca a Diego Sinhue Rodríguez, en estas malhadadas circunstancias, asumir un gobierno que tiene fuertes retos al interior y en la realidad exterior. Se trata de la tercera generación de panistas en el gobierno.

Sinhue era un niño que acudía de la mano de sus mayores a los mítines de la plaza principal de León para apoyar a Vicente Fox en su lucha contra el fraude electoral. Su primera candidatura, a regidor, la asumió cuando concluía el gobierno de Juan Carlos Romero e iniciaba el de Juan Manuel Oliva.

Normalmente, una tercera generación tiene la gran oportunidad de retomar el camino, de enfrentar vicios generados por la degradación de sus antecesores, posee la suficiente juventud para rebelarse ante vicios adquiridos y debe tener la energía para combatirlos.

Hasta hoy ese no es el caso. La construcción de la candidatura de Sinhue fue diseñada casi en invernadero por Miguel Márquez: lo escogió, lo arropó, le desbrozó el camino de adversarios y lo aupó a la candidatura y a la gubernatura.

Tanto interés no era gratuito: al mismo tiempo que fabricaba un sucesor, Miguel Márquez protegía todos los manejos oscuros de su administración: la inversión en el Programa Escudo, la compra de medicamentos a un duopolio, los regalos de tabletas, uniformes y mochilas a los millones de escolares de la entidad, las adquisiciones de terrenos para donar a empresas extranjeras. Es decir, todos los temas donde aparecía como gestor Rafael Barba Vargas, (a) El Gallo, el compadre poderoso y hoy, seis años después, multimillonario y exiliado en el extranjero.

Esa enorme losa no ha dejado a Sinhue levantar cabeza. La herencia de los funcionarios de seguridad, a los que no puede correr ni exigir cuentas, que incluso lo dejan plantado cuando quieren, se está convirtiendo hoy en su mayor crisis y su lastre más pesado.

La guerra cruenta que vive el estado, escalando más este 2020, en ausencia permanente de las autoridades y con funcionarios como el secretario de seguridad Alvar Cabeza de Vaca y el fiscal Carlos Zamarripa, que eligen confrontarse con los ciudadanos antes que dar explicaciones o asumir una autocrítica, hace ver al gobierno como una nave al garete cuya errática trayectoria es imposible de justificar con una retórica cada vez más desgastada, que roza ya la psicosis.

Así, sin recursos políticos para enfrentar la crisis interna de gobernanza, de limpiar la casa y hacerse de colaboradores que sean parte de las soluciones y no de los problemas, el nuevo gobierno en manos de jóvenes menores de 40 años no parece ser capaz de construir el equipamiento que sería necesario para enfrentar las graves asechanzas externas contra la tranquilidad y la estabilidad de los guanajuatenses.

La impericia que se observa también se refleja en la pérdida de fortalezas políticas como la división de poderes, el diálogo productivo con la oposición o el respeto a la libertad de prensa. Hoy el gobierno panista tiene la tentación de la unanimidad: no discute en su seno, no lo hace con las fuerzas políticas a las que corrompió y gasta a raudales en los medios para comprar opiniones favorables, al ritmo de un millón de pesos al día desde hace por lo menos 3 años.

No obstante, el control político casi dictatorial al interior de las instituciones del estado, el gobierno del PAN treintañero parece muy débil frente a los problemas reales de la gobernabilidad cotidiana. Al mismo tiempo, esa tentación autoritaria les ha obligado a olvidar los valores democráticos que permitieron a ese partido transitar más de medio siglo como opositor casi testimonial.

Perdidos en la mediocridad de ser una mala copia priista, los panistas de Guanajuato parecen ir directo a chocar con el iceberg de la realidad. Lo grave es que todos nosotros, los guanajuatenses que estamos a bordo de la nave, pagaremos las consecuencias.

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