Arnoldo
Cuellar.
Al llegar
a la treintena de años en el poder estatal, el partido Acción Nacional ya ha
visto pasar tres generaciones diferentes de políticos. La historia no parece
haberse acumulado para generar una experiencia positiva para la población, si
en cambio para que se acentúen vicios y se genere una clase política plagada de
complicidades y que se decanta a la corrupción cada vez con mayor cinismo.
A los
Vicente Fox y Carlos Medina los relevaron los Juan Manuel Oliva y Miguel
Márquez. El empujón inicial de la visión empresarial y la llegada del primero a
la presidencia de la República consolidaron el impulso al proyecto de atracción
de inversión extranjera como el principal eje rector del proyecto panista en
Guanajuato.
Los
operadores electorales que siguieron a los políticos empresarios no tenían la
misma visión, pero sabían como ganar elecciones y como generar clientelas electorales
más o menos permanentes.
La
bonanza del estado, las buenas finanzas nacionales derivadas del bono petrolero
de la primera década de este siglo, el respaldo presidencial a Guanajuato entre
2000 y 2012 que gobernaron presidentes panistas, fue jauja para los gobiernos
locales, pero también el inició de la corrupción desaforada.
El enorme
recurso de que dispuso Juan Manuel Oliva, lo llevó a inversiones tan faraónicas
como inútiles, como la compra de un terreno de mil hectáreas para una nueva y
frustrada refinería, la construcción del Parque Bicentenario o la compra de un
corredor de más de 100 kilómetros de largo de derecho de vía liberado para un
tren que sigue siendo apenas un buen deseo.
Junto con
ese flujo de efectivo y esos proyectos descontrolados, se extendió la
corrupción. No en balde, Oliva se vio enfrentado a fuertes acusaciones en el
fin de su gobierno y denuncias de partidos de oposición, cuando esta existía,
que lo obligaron a proyectar como su sucesor a su encargado de la Contraloría y
luego Secretario de Desarrollo Social, Miguel Márquez Márquez.
Con este, paradójicamente
después de haber sido encargado del combate a la corrupción, los niveles de
inmoralidad pública alcanzaron un cenit con la incorporación del modelo del
“compadre influyente” sin cargo público, pero con derecho de picaporte en todas
las oficinas donde se hacían compras, se asignaban obras y se firmaban
contratos.
Miguel
Márquez debió de reinventar la figura del maximato a nivel local, algo que en
el PRI dejó de tener vigencia en los años 30 del siglo pasado, construyendo de
la nada un delfín, imponiéndolo a su partido y heredándole prácticamente tres
cuartas partes de gabinete, además de realizar una activa vida pública que de
paso impide que crezca el nuevo Gobernador en el ánimo del panismo y de la
opinión pública.
Toca a
Diego Sinhue Rodríguez, en estas malhadadas circunstancias, asumir un gobierno
que tiene fuertes retos al interior y en la realidad exterior. Se trata de la
tercera generación de panistas en el gobierno.
Sinhue era
un niño que acudía de la mano de sus mayores a los mítines de la plaza
principal de León para apoyar a Vicente Fox en su lucha contra el fraude
electoral. Su primera candidatura, a regidor, la asumió cuando concluía el
gobierno de Juan Carlos Romero e iniciaba el de Juan Manuel Oliva.
Normalmente,
una tercera generación tiene la gran oportunidad de retomar el camino, de
enfrentar vicios generados por la degradación de sus antecesores, posee la
suficiente juventud para rebelarse ante vicios adquiridos y debe tener la
energía para combatirlos.
Hasta hoy
ese no es el caso. La construcción de la candidatura de Sinhue fue diseñada
casi en invernadero por Miguel Márquez: lo escogió, lo arropó, le desbrozó el
camino de adversarios y lo aupó a la candidatura y a la gubernatura.
Tanto
interés no era gratuito: al mismo tiempo que fabricaba un sucesor, Miguel
Márquez protegía todos los manejos oscuros de su administración: la inversión
en el Programa Escudo, la compra de medicamentos a un duopolio, los regalos de
tabletas, uniformes y mochilas a los millones de escolares de la entidad, las
adquisiciones de terrenos para donar a empresas extranjeras. Es decir, todos
los temas donde aparecía como gestor Rafael Barba Vargas, (a) El Gallo, el
compadre poderoso y hoy, seis años después, multimillonario y exiliado en el
extranjero.
Esa
enorme losa no ha dejado a Sinhue levantar cabeza. La herencia de los
funcionarios de seguridad, a los que no puede correr ni exigir cuentas, que
incluso lo dejan plantado cuando quieren, se está convirtiendo hoy en su mayor crisis
y su lastre más pesado.
La guerra
cruenta que vive el estado, escalando más este 2020, en ausencia permanente de
las autoridades y con funcionarios como el secretario de seguridad Alvar Cabeza
de Vaca y el fiscal Carlos Zamarripa, que eligen confrontarse con los
ciudadanos antes que dar explicaciones o asumir una autocrítica, hace ver al
gobierno como una nave al garete cuya errática trayectoria es imposible de
justificar con una retórica cada vez más desgastada, que roza ya la psicosis.
Así, sin
recursos políticos para enfrentar la crisis interna de gobernanza, de limpiar
la casa y hacerse de colaboradores que sean parte de las soluciones y no de los
problemas, el nuevo gobierno en manos de jóvenes menores de 40 años no parece
ser capaz de construir el equipamiento que sería necesario para enfrentar las
graves asechanzas externas contra la tranquilidad y la estabilidad de los
guanajuatenses.
La
impericia que se observa también se refleja en la pérdida de fortalezas
políticas como la división de poderes, el diálogo productivo con la oposición o
el respeto a la libertad de prensa. Hoy el gobierno panista tiene la tentación
de la unanimidad: no discute en su seno, no lo hace con las fuerzas políticas a
las que corrompió y gasta a raudales en los medios para comprar opiniones
favorables, al ritmo de un millón de pesos al día desde hace por lo menos 3
años.
No obstante,
el control político casi dictatorial al interior de las instituciones del
estado, el gobierno del PAN treintañero parece muy débil frente a los problemas
reales de la gobernabilidad cotidiana. Al mismo tiempo, esa tentación
autoritaria les ha obligado a olvidar los valores democráticos que permitieron
a ese partido transitar más de medio siglo como opositor casi testimonial.
Perdidos
en la mediocridad de ser una mala copia priista, los panistas de Guanajuato
parecen ir directo a chocar con el iceberg de la realidad. Lo grave es que
todos nosotros, los guanajuatenses que estamos a bordo de la nave, pagaremos
las consecuencias.
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