Enrique
Quintana.
El día de
ayer bromeaba, durante mi participación en el noticiero Así las Cosas, que el
resultado del crecimiento económico durante 2019 podría visualizarse desde la
perspectiva de un vaso medio lleno o medio vacío.
Gabriela
Warkentin y Javier Risco me cuestionaron respecto a cómo era posible ver los
datos que implicaban una caída de la economía como un vaso medio lleno.
Desde
hace algunos días, diversos expertos e instituciones financieras habían
ajustado sus pronósticos respecto al resultado de la economía en 2019 a una
caída de entre 0.2 y 0.3 por ciento. Así que el hecho de que el resultado sea de una caída
más leve, implica que las cosas no fueron tan malas como se anticipaba.
Ya sé que
eso no cambia el hecho de que la economía cayó. Eso es irrebatible.
Pero,
quizás lo más importante es que si se observa la dinámica de la economía desde
el mes de julio del año pasado, puede notarse que en los últimos meses de 2019
el PIB ya no cayó, como en la primera mitad del año, sino que se mantuvo
estable. Eso no es una opinión de quien esto escribe, sino un hecho.
Si esto
ocurrió a pesar de que vivimos un periodo de gran incertidumbre y falta de
definiciones, derivado del arranque del gobierno, de los cambios profundos en
la operación que está haciendo esta administración, y de la incertidumbre que
existía respecto al futuro del Tratado México, Estados Unidos, Canadá; si a
pesar de todo la economía no cayó, quiere decir que las cosas no resultaron tan
mal como parecían.
Ayer, el
presidente de la República señaló, como ha sido su costumbre, que él tenía
otros datos.
Más allá del
chacoteo que usualmente se produce con esta expresión, la realidad es que la
caída de 0.1 por ciento en la economía el año pasado encubre enormes contrastes
regionales y de sectores.
Un segmento
muy importante, de varias decenas de millones de personas, ganó en su poder de
compra durante 2019 por los incrementos reales de los salarios, como aquí le
hemos comentado en diversas ocasiones, y otros más también lo hicieron por el
nivel histórico en la recepción de remesas y por los recursos que llegaron a
través de los programas sociales.
Viendo
hacia adelante nos preguntamos: ¿será el 2020 un año mejor o peor que el
pasado?
Algunos
piensan que todavía tendremos un lapso prolongado de estancamiento o incluso de
caída en la economía. Es cierto que hay riesgos y que las cosas pueden
complicarse, por ejemplo, por la situación de Pemex o por la economía de
Estados Unidos.
Sin embargo,
también existen oportunidades. Se trata del segundo año del gobierno, en el
cual, de modo natural, habrá menos incertidumbre que en el arranque de la
administración. Y, además, empezarán a aterrizarse obras de infraestructura
tanto del sector público como del sector privado. Por otro lado, la
incertidumbre derivada del proceso de negociación del tratado comercial con
Norteamérica se habrá terminado.
Bajo esta
perspectiva, me parece que es plausible pensar que, a diferencia de lo que
ocurrió el año pasado, tendremos un 2020 con un crecimiento modesto, pero
finalmente con un registro positivo.
El tema
de fondo no será el resultado de este año. Lo clave es si, como país, podremos
ponernos de acuerdo para garantizar una mayor inversión en los siguientes años
y garantizar que en un lustro o una década, los niveles de vida –sobre todo de
los más pobres– serán mejores.
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