Enrique
Quintana.
Para muchos
empresarios y analistas, sin lugar a dudas, el mejor de los escenarios en el
sector de la energía hubiera sido la continuidad plena de la reforma energética
instrumentada por el gobierno de Peña Nieto.
El problema
es que ganó la oposición. Por eso, no es sorpresa que hoy las políticas sean
diferentes, pues había otra visión respecto al sector.
La propuesta
del gobierno anterior implicó construir un entramado institucional y legal que
permitiera el debilitamiento de los monopolios (Pemex y CFE) y una regulación
asimétrica para propiciar la creación de un mercado de energía.
La fuerza
política que ganó las elecciones en junio de 2018 lo hizo ofreciendo una visión
distinta: regresar al fortalecimiento de instituciones como Pemex y la CFE.
Al llegar
a la presidencia, el presidente López Obrador encontró, sin embargo, que no
podía entrar en conflicto con muchos de los inversionistas que ya habían
entrado a la industria bajo las reglas de la reforma.
Ofreció,
y hasta ahora lo ha cumplido, no hacer ningún cambio constitucional en materia
de energía.
Sin embargo,
en tanto su visión era diferente, operó en los espacios que podía hacerlo como
en la integración de los órganos reguladores; en modificaciones reglamentarias
y en políticas para el sector.
El
gobierno de la 4T, desde su origen, ha estado en medio de una tensión. Por un
lado, no quiere entrar en conflicto con los empresarios que han invertido en
México bajo el paraguas de la reforma energética. Pero quiere llevar adelante
su estrategia, que implica el darle nueva fuerza y nuevo protagonismo a los
exmonopolios estatales.
Este conflicto
de visiones también se ha expresado en puntos de vista diferentes al interior
del gabinete de López Obrador.
El
Acuerdo para la Infraestructura en Energía que se dará a conocer,
presuntamente, en el mes de febrero, va a expresar esa dualidad.
Ha
trascendido que se restringirá la participación del sector privado en la
producción de hidrocarburos, y se va a limitar, que no a prohibir, el que
tengan participación adicional en el mercado de generación eléctrica.
Igualmente,
en la refinería de Dos Bocas o en los proyectos nuevos de producción solamente
se permitirán los contratistas, como existían antes de la reforma de Peña
Nieto.
Ante
estos hechos, el sector privado tiene una disyuntiva. Por un lado puede
reclamar que se están cambiando las reglas que se establecieron en el gobierno
anterior, pero eso, claramente, era algo que se veía venir.
La otra
posición es encontrar los espacios en los cuales los empresarios privados
pueden seguir participando y haciendo negocios rentables en el sector
energético.
Si todo
se limitara a esa disyuntiva, la problemática sería menor. El tema más
importante para Pemex en los próximos meses es el riesgo de que la agencia
calificadora Moody’s degrade la nota de la deuda de la empresa petrolera y por
lo tanto le quite el grado de inversión.
Ayer, el
director general de Pemex, Octavio Romero, presentó las estimaciones de la
producción de crudo en enero de 2020, y se aprecia un ligero incremento
respecto al nivel de diciembre y otro un poco mayor respecto al nivel de hace
12 meses.
Sin embargo,
eso no garantiza que Moody’s no degrade la deuda de Pemex en los próximos
meses.
Hacienda entiende
perfectamente la relevancia del hecho, por lo que es de esperarse que pronto
desarrollen una actividad intensa para evitar esa decisión de Moody’s, que
podría tener graves consecuencias para el país.
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