Alejandro
Páez Varela.
El tiempo
pasa. Más de un año después de que Andrés Manuel López Obrador asumiera la
Presidencia, la posibilidad de que Enrique Peña Nieto sea juzgado por
corrupción es apenas un susurro sin aliento en el discurso oficial. Y se
alejan, también, con la misma velocidad, otras posibilidades: que sean
investigados y juzgados Carlos Romero Deschamps, Eduardo Medina Mora, Gerardo
Ruiz Esparza y otros señalados durante años como la verdadera Estela de la
Corrupción. El Presidente, en tanto, pelea con molinos de viento; con sábanas
que parecen fantasmas; con papalotes que él mismo amarró a un hilo y no se
alzaron al vuelo: el avión; la polémica sobre el crecimiento y el desarrollo; la
violencia incontrolada. Papalotes que eran promesas, ahora promesas
incumplidas.
Cualquiera
que pensó que López Obrador hizo un pacto de impunidad con Peña podría
celebrar, hoy, que estaba en lo cierto. Esas son las señales que se mandan. “No
somos iguales”, dice el Presidente. Mmmh. Ese cualquiera puede decir que tiene
otros datos.
Es un juego
peligroso, el que arriesga. Apuesta a que los ciudadanos hagan a un lado la
memoria porque entretiene en la construcción de un “mundo nuevo”, pero arrastra
al hipotético “mundo nuevo” a todos los del mundo viejo, intactos. Pide a los
mexicanos no entretenerse, pero ofrece poco a cambio: apenas seguir creyendo,
ciegamente, en lo que habla. Y la desigualdad es la misma. Y la pobreza es la
misma. Y los mismos intocables de ayer son los de hoy. La violencia no cesa, el
país no crece, los cárteles operan como siempre.
Cualquiera
que pensó que López Obrador sólo quería hacerse justicia por aquellos que lo
ofendieron quizás puede decir, ahora, que estaba en lo cierto. Esas son las
señales que se mandan. “No somos iguales”, dice el Presidente. Mmmh: Juan
Collado está detenido, Eduardo Medina Mora se quedó fuera de la Suprema Corte,
Rosario Robles está presa y todos ellos tienen algo en común: haber operado en
su contra en aquél episodio que se conoce como los “videoescándalos”. Apuesta a
que aquellos que han sido ofendidos por la desigualdad, el saqueo y la
violencia hagan a un lado la memoria. Pero él recuerda. El Presidente sí
recuerda.
Sigo
pensando lo mismo que hace un año, o diez: que este país merece justicia y
acabar con la impunidad. Que la política no puede decidir sobre el deseo de
justicia. Que es vergonzoso que César Duarte siga en Estados Unidos, Emilio
Lozoya prófugo y Humberto Moreira absuelto; que hoy nadie se acuerde de Fidel
Herrera, Rodrigo Medina, Luis Armando Reynoso, Miguel Ángel Yunes, Gabino Cué.
Que me da vergüenza un país en donde un ciudadano pueda ver atisbos de justicia
cuando otro país se la procura, como ha sucedido con Genaro García Luna y antes
que él, con Javier Duarte, detenido en Guatemala; Eugenio Hernández, detenido
en Italia; Roberto Borge, detenido en Panamá. Que en los hechos, haya sido Peña
Nieto quien tuviera a más gobernadores presos, todos del PRI. Y ésto último es
casi ridículo.
Pasa el
tiempo. Más de un año después de que López Obrador asumiera, Peña Nieto casi ha
salido del susurro oficial. Y se alejan, también, otras posibilidades. El
Presidente, en tanto, pelea con papalotes que él mismo amarró a un hilo y no se
alzaron al vuelo: la rifa del avión, que si mejor no crecemos porque no hace
falta, que si la violencia ya se “estabilizó. Papalotes que eran promesas.
Promesas incumplidas.
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