Francisco Ortiz Pinchetti.
Me encanta la semana “interfiestas” que se da cada año entre
la Navidad y el Año Nuevo. Son siete días que nos dan la oportunidad única de
poder disfrutar nuestra amada ciudad capital, convertida como por arte de magia
en una metrópoli vivible y gozable. Recorrer el Centro Histórico, visitar sus
museos, pasear por sus parques, admirar sus monumentos. O caminar por sus más
hermosas calles y avenidas, como el Paseo de la Reforma. Una chulada.
Uno de mis placeres favoritos en estos días es viajar en el
Metro por diferentes líneas, sin un destino fijo, sólo por el gusto de poder
acceder al sistema sin aglomeraciones ni empujones, sin ambulantes ni
vagoneros. Y poderme sentar a mis anchas en los asientos libres del vagón
semivacío. Me voy de Mixcoac a Zapata, cambio hacia Indios Verdes, me apeo en Hidalgo,
transbordo hacia el Zócalo, vuelvo hasta Balderas, me lanzo a La Raza, camino
la larga transferencia para seguir a Politécnico, llego hasta El Rosario, y así
de norte a sur, de oriente a poniente, para arriba y para abajo.
Este gozo es mayor por el contraste que ofrece con la
cotidianeidad terrible de nuestro Sistema de Transporte Colectivo: saturado,
tortuoso, sucio, impuntual, peligroso, insuficiente, que a cada rato sufre
interrupciones por el deficiente mantenimiento que reciben los trenes. Y es
cuando me da coraje, carajo, el abandono de las sucesivas administraciones “de
izquierda” de este transporte vital. Durante más de 12 años no se agregó un
sólo metro al Metro.
Quienes se supone
habrían gobernado de manera preferencial a favor de los pobres, se han dedicado
a construir vialidades, segundos pisos, pasos a desnivel y viaductos para la
circulación de los automóviles particulares, mientras han olvidado de plano
–con excepción de Marcelo Ebrard Casaubón, hay que reconocerlo— el Plan Maestro
del Metro capitalino, concebido originalmente en 1985 y ajustado en 1996.
Hoy, a 47 años de la inauguración de su primera línea en
1969 –durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz y la regencia capitalina de
Alfonso Corona del Rosal–, la red tiene 12 líneas con un total de 226
kilómetros y transporta casi cinco millones de pasajeros cada día. Según el
Plan Maestro, debería contar ya con 18 líneas, 480 kilómetros y capacidad para
transportar a 10 millones de capitalinos. A
la fecha hay cinco nuevas líneas trazadas pero pendientes: 10, 11, 13, C y D.
que significarían otras tantas opciones que desahogarían las actuales rutas.
Nos deben además siete ampliaciones y 10 rutas adicionales de tren ligero.
Un ejemplo es la
proyectada y no construida línea 10, trazada a lo largo de la avenida
Insurgentes, de Eulalia Guzmán (Eje 2 Norte) a Cuiculco, en el sur de la
ciudad. Su ruta la cubre actualmente la línea 1 del Metrobús, que padece
terrible sobresaturación. La 10 tendría correspondencias con la línea 2, en
Revolución; la 1, en Glorieta de Insurgentes y la 9 en Chilpancingo; así como
con la B, en Buenavista y con la 12 en Insurgentes Sur. Además conexión con
otras no construidas como la 11 (tren elevado) y la 13. Es decir, sería una
especie de “columna vertebral” de la capital.
Las otras líneas que
según el Plan Maestro nos deben son: la 11, de Santa Mónica a Bellas Artes; la
13, de San Lázaro a Parque Naucalli; la “C”, de Cuautitlán Izcalli a El
Rosario; la “D1”, de Coacalco a Ojo de Agua, y la “D2”, de Coacalco a Santa
Clara.
En cuando a las
ampliaciones de líneas ya existentes están proyectadas –y abandonadas— las de
las línea 4, de Martín Carrera a Santa Clara; 5, de Politécnico a Tlalnepantla;
6, de Martín Carrera a Villa de Aragón; 7, de Barranca del Muerto a San
Jerónimo; 8, de Garibaldi a Indios Verdes; 9, de Tacubaya a Observatorio y
línea “B”, de Buenavista a Hipódromo.
Imaginar lo que sería la red que debería ser resulta un
sueño alucinante, cada vez más lejos de verlo convertido en realidad por el
rezago que se sigue acumulando. Prácticamente toda la red actual fue construida
por gobiernos del PRI, el último de ellos encabezado por Oscar Espinosa
Villarreal. Durante su gestión se construyó la línea “A” y se inició la línea
“B”, inaugurada en el año 2000, durante el gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de
León y el interinato en el DF de la entonces perredista Rosario Robles
Berlanga, que por cierto acusó de peculado al último regente tricolor por un
presunto desvío de más de 420 millones de pesos.
Los gobiernos del Sol
Azteca, en cambio, contradictoriamente con su supuesta línea de responsabilidad
social, han optado por beneficiar prioritariamente al transporte individual, al
automovilista. Sólo Ebrard Casaubón se atrevió e emprender, con apoyos
federales, la línea 12, llamada Línea Dorada, aunque a la postre acusó graves
deficiencias y posibles prácticas de corrupción todavía no dilucidadas.
El abandono del
transporte público, que ahora busca mitigar el gobierno de Miguel Ángel Mancera
Espinosa con nuevas líneas del Metrobús, ha tenido efectos infames para la
población capitalina y parte de la mexiquense, que siguen a pesar del aumento
en la tarifa sin una manera mínimamente digna de viajar por la ciudad. Diez
millones de ellos siguen padeciendo el infierno de los microbuses.
Simplemente no tienen acceso, en su diario trajinar, a este lujo pasajero que
puedo darme en la anhelada semana de asueto que empieza el próximo lunes.
Válgame.
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