Julio
Astillero.
Es tanta la
actual aridez intelectual y política en el campo opositor al gobierno de Andrés
Manuel López Obrador (AMLO) que sus estrategas cometen errores tan elementales
como la convocatoria a una marcha dominical de protesta que difícilmente podrá
dar cuenta de un considerable rechazo a las políticas del actual presidente de
la República.
Ya en otras
entregas de esta columna se ha hablado del continuo fracaso de esa oposición,
que no ha podido hacerse de discurso, organización y bandera adecuados para
enfrentar al todavía muy fuerte obradorismo. Llamar a las calles para medir fuerzas
con el nuevo poder dominante, un día antes de que éste se manifieste en el
Zócalo capitalino, sólo podría ocurrírsele a alguien con una brújula tan
equívoca como es Vicente Fox Quesada, cuya traicionera conducta política (botar
al PRI de Los Pinos, para luego terminar como priísta sin credencial) lo
descalifica claramente para pretender una movilización relevante y
considerable.
Fox Quesada
pretende articular alguna forma de protesta que permita activar fórmulas
mediáticas nacionales y, sobre todo, extranjeras, que hablen de un creciente
enojo popular y del surgimiento de un movimiento social de rechazo a López
Obrador y el partido Morena. Esas fórmulas de cacerolismo inducido han servido
en otros países para ir erosionando poderes populares o de tendencias
progresistas. Fox, siempre servidor de intereses extranjeros, pretende crear un
ambiente de tensión semejante a lo sucedido en 2006, cuando propició la
propaganda socialmente divisoria e intimidante que postulaba que López Obrador
era un peligro para México.
Una
oposición seria y respetable no aceptaría tener como convocante a un personaje
de credenciales tan nefastas como Fox Quesada. En realidad, el aventurerismo
político del ex gobernador de Guanajuato, y luego presidente de México, podría
causar un revés notable a quienes están en contra de las políticas de López
Obrador si es que no consiguen juntar una cantidad suficiente de personas que
demuestre el crecimiento de un presunto hartazgo contra AMLO, que las propias
casas encuestadoras de opinión pública siguen reportando en proporciones muy
bajas.
Ya hubo en
mayo otro intento de mostrar músculo masivo, con un resultado contraproducente.
Ya se verá si en este nuevo intento se rebasan de manera espectacular las
cifras de aquella manifestación realizada en el Ángel de la Independencia. Por
lo pronto, la fuerza obradorista trabaja a todo vapor para volver a la Plaza de
la Constitución (conocida como Zócalo) que en otras ocasiones ha sido llenada
por completo. La comparación entre domingo y lunes es inevitable. Una especie
de medición placera (los opositores, en el Monumento a la Revolución) a un año
del apabullante triunfo electoral de López Obrador.
El abogado
Javier Coello Trejo suministró a la imaginación popular la expectativa de una
estampa inusitada, histórica: un ex ocupante de Los Pinos compareciendo a una
diligencia judicial relacionada con actos de corrupción y lavado de dinero. No
solo él: también debería participar en esos escarceos el virtual vicepresidente
ejecutivo del sexenio recién pasado. Es decir, Enrique Peña Nieto y Luis
Videgaray Caso deberían rendir testimonio ante jueces respecto a lo sucedido en
el caso de Agronitrogenados, un muy pequeño botón de muestra de la corrupción
habida durante el periodo presidencial 2012-2018.
Falta ver si
se sostienen los amagos de Emilio Lozoya, hechos por la vía de su representante
legal, o se diluyen en la medida que el mexiquense Peña Nieto atienda el
mensaje reiterado de quien fue su subordinado en la campaña presidencial de
2012 y luego en Pemex, y que ahora, ante el riesgo de hundirse en solitario
ante uno, solo uno, de los casos de corrupción que se le han imputado, advierte
a sus ex compañeros de andanzas que los jalaría hacia esos abismos aunque fuera
en condición de declarantes a título testimonial.
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