Raymundo
Riva Palacio.
El
magistrado electoral José Luis Vargas estalló una bomba en el Tribunal
Electoral. Al salir en defensa de su integridad ante un señalamiento en el
periódico Reforma,
de que la Unidad de Inteligencia Financiera lo investigaba por inconsistencias
en su evolución patrimonial, respondió escalando el conflicto. La
descalificación de Reforma no fue el puerto de destino, sino que identificó
al diario como parte de una “estrategia encabezada por un grupo económico y
político de ultraderecha para apoderarse del control de las decisiones del
Tribunal Electoral”, y generar un proceso de desestabilización del gobierno del
presidente Andrés Manuel López Obrador. Dentro de ese grupo ubicó a su
contraparte, Reyes Rodríguez, como pieza clave de lo que llama una
“conspiración”.
Esta
“conspiración”, dejó entrever Vargas, quedó de manifiesto cuando Reyes solicitó
1.2 millones de pesos para financiar un viaje a Alemania de varios abogados
panistas, Roberto Gil y el neomorenista Germán Martínez, para que junto con más
de una decena de políticos y académicos participaran en un seminario sobre
América Latina en la Universidad de Heidelberg. El encuentro era en el
Instituto Max Planck, donde se iba a hacer un homenaje al profesor Dieter
Nohlen, estudioso de los procesos de transición democrática, y se hablaría
sobre casos regionales donde ven amenazas a la democracia. Vargas intervino
para frenar la aprobación del presupuesto.
El 28 de
agosto de este año, el Comité de Administración del Tribunal Electoral canceló
el presupuesto y el evento, porque no había “elementos de beneficio
institucional (ni) fundamentos para realizar un seminario en Alemania”. Tres días después, Rodríguez
reaccionó drásticamente y renunció al Comité Académico y Editorial del
Tribunal. “Las directrices de la Escuela Judicial Electoral no pueden estar
sujetas a decisiones que injustificadamente interfieran con ese espacio mínimo
de libertad académica y de investigación”, se quejó el juez electoral.
En la
carta pública que difundió Vargas el lunes, dijo que el propósito del seminario era planear
una estrategia desde diversas trincheras, para desestabilizar al gobierno de
López Obrador y mermar sus posibilidades electorales en 2021 y 2024. No queda
claro cómo un foro académico sirva para encubrir el diseño de una estrategia de
ese y cualquier tipo, ni cómo determina que es una “conspiración” y qué es una
discusión. Menos clara es la razón por la cual Rodríguez solicitó recursos para
financiar el viaje de varios de los asistentes. Y todavía más oscuro es el
trasfondo de este nuevo pleito público.
Vargas sí
lo tiene claro. Rodríguez, apuntó en su carta abierta, tiene “furia” contra él,
y encabeza los esfuerzos dentro del Tribunal para minarlo. Opera, según se
deduce de su denuncia, con Martínez, quien el 5 de septiembre presentó junto
con otros dos senadores de Morena una iniciativa de ley para recortar el
periodo de cuatro de los siete magistrados. El único fin, denunció Vargas, era
controlar la independencia del Tribunal Electoral. Dicho de otro modo, buscar
un cambio en la composición del Tribunal, con el horizonte en las elecciones
intermedias de 2021 y presidenciales de 2024. La iniciativa fue rechazada en
menos de 24 horas. Sin embargo, hay otros intereses que se cruzaron en ese
episodio, por lo que tener una mayoría en el Tribunal Electoral no siempre se
relaciona directamente con elecciones.
Vargas tiene
un pasado laboral panista, cercano a Santiago Creel y a Juan Molinar
Horcasitas, aunque llegó al Tribunal Electoral como propuesta del PRI. En 2011
se negó a anular la elección para la gubernatura en Michoacán, donde perdió
Luisa María Calderón, hermana del entonces presidente Felipe Calderón –que le
costó el cargo de fiscal de Delitos Electorales–, y en 2018 elaboró un dictamen
para anular la elección en Puebla, que ganó la panista Martha Erika Alonso.
Rodríguez también tiene raíces panistas, y durante la discusión sobre Puebla
tomó partido por la entonces presidenta del Tribunal, Janine Otálora, que se
enfrentó a Vargas. De acuerdo con personas que conocen las influencias y el
balance del poder dentro del Tribunal, Rodríguez era, antes que nada, una pieza
de Gil.
La
publicación de Reforma del lunes afloró una lucha de poder dentro del Tribunal.
El señalamiento de que la Unidad de Inteligencia Financiera lo estaba
investigando por inconsistencias en su evolución patrimonial, fue desmentido
por el propio jefe del organismo, Santiago Nieto. La carta pública de Vargas
donde lanza las acusaciones respaldado en la información exhibida como falsa
por Nieto, tuvo respuestas inmediatas. Rodríguez desmintió la imputación y Gil,
ignorando el desmentido de Nieto, exigió a Vargas que explicara de dónde había
salido el dinero señalado por el periódico.
El
Tribunal Electoral no es una institución caracterizada por su discreción, pero
no se recuerdan acusaciones tan graves como las lanzadas por Vargas contra su
propio compañero de sala, personas y empresas. Se enmarcan también en una
campaña de limpia que desde hace meses lleva a cabo el presidente de la Suprema
Corte de Justicia en todo el Poder Judicial, Arturo Zaldívar, y que incluye el
desmantelamiento de una red de complicidades de abogados que llevan casos de
gobernadores y alcaldes, con jueces del Tribunal Electoral, que resuelven
favorablemente por sus clientes.
Vargas
esboza en su denuncia esta línea de acción, cuando señala que la publicación en
Reforma busca “boicotear reformas institucionales que tienen como fin
transparentar instituciones y acabar con los privilegios de grupos privados en
las decisiones de Estado”.
El choque
entre grupos de interés dentro del Poder Judicial está resultando violento, y
la purga de Zaldívar genera resistencias. Vargas no lo menciona abiertamente,
pero en su carta sugiere que iba a ser daño colateral de lo que está haciendo
Zaldívar, alineado al proyecto del presidente Andrés Manuel López Obrador, con
el cual coincide, por ahora, el juez electoral Vargas.
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