Dolia
Estévez.
En los
doce años en que estuvo en la nómina del Cártel de Sinaloa, Genaro García Luna
fue el darling de Washington. Secretarios de Estado y titulares de la DEA, el
FBI, la CIA, la ATF y ICE en dos administraciones, lo exaltaron y condecoraron.
Las insistentes versiones sobre sus nexos con el narcotráfico no mermaron la
confianza que le tenían.
“Sus
medidas contra la corrupción son genuinas”, dice un cable confidencial firmado
por el Embajador Jeffrey Davidow. “Por debajo del radar de la cobertura de los
medios y de anuncios oficiales, los cambios que ha implementado no son
mediáticos, son básicos y sólidos. García Luna ha traído un nuevo liderazgo a
una institución moribunda” (Embajada de Estados Unidos, 12/02/2001).
Otro
comunicado de septiembre de 2007 lo elogiaba por haber asumido el “trabajo de
Hércules” de limpiar y modernizar las “masivamente corruptas” fuerzas de la
policía federal preventiva (Departamento de Estado 09/08/2009).
En la
ministerial inaugural del Grupo Consultivo de Alto Nivel de la Iniciativa
Mérida en diciembre de 2008 en el Departamento de Estado, García Luna fue el
primero en tomar la palabra entre los mexicanos. A través de un intérprete
(nunca aprendió inglés), repitió su letanía de estadísticas sobre
confiscaciones de drogas, dinero efectivo y armas de fuego. Paradójicamente, el
evento fue dedicado a la desarticulación de los cárteles (Departamento de
Estado 12/18/2008).
En otro
viaje en enero de 2012, se entrevistó con Holder (Justicia), Napolitano
(Seguridad Interna), Kerlikowky (zar antidrogas), Petraus (CIA), Clapper
(Inteligencia Nacional), entre otros. Ofreció conferencia magistral patrocinada
por el Instituto México del Centro Woodrow Wilson. Decepcionó con su pésima
oratoria. Se comía las palabras.
Le
pregunté por qué el Gobierno de Calderón no había arrestado a Joaquín “El
Chapo” Guzmán y si creía poder hacerlo en los diez meses que le restaban. “El
esfuerzo es total”, me respondió defensivo. Con dejo de cinismo, como si no
hubiera sido parte del gobierno de Fox, remató: “A este gobierno no se le fugó
El Chapo y esa es una gran diferencia”.
Ese mismo
año, se filtró la famosa conversación telefónica en la que Josefina Vázquez
Mota le reprochaba grabarla, “en lugar de grabar a El Chapo”. Era un secreto a
voces que estaba coludido con os cárteles, particularmente el de Sinaloa.
Aun así, tras
terminar el sexenio de Calderón, se mudó a la Florida con sus millones de
dólares manchados de sangre. Obtuvo la residencia de inmediato. Con ex colaboradores
de la DEA, CIA y el FBI, abrió GLAC Consulting, una consultora de altos vuelos.
La semana
pasada, el hombre de hierro de Felipe Calderón y el operador de la guerra
diseñada en Washington, se cayó de la nube en que andaba. La Oficina del Fiscal
del Distrito Este de Nueva York, la misma que enjuició a El Chapo, acusó a
García Luna de conspiración para traficar cocaína a Estados Unidos a cambio de
sobornos millonarios del Cártel de Sinaloa entre 2001 y 2012 y de hacer
declaraciones falsas. Fue arrestado el martes en Texas, de donde será
trasladado a Nueva York.
¿Causó
sorpresa? Los ex embajadores Roberta Jacobson y Anthony Wayne respondieron que
no, cuando les pregunté en un foro en la Institución Brookings el viernes.
Jacobson dijo que, en México, como en el film “Barrio Chino”, nunca se sabe con
quién se está lidiando por lo que hay que ser cuidadoso. La captura de García
Luna, comentó, le recordó la última frase de la película: “Es el Barrio China,
Jake”. Wayne coincidió. “No me sorprendería, si en el futuro no hay otros
arrestos de gente con la que hemos trabajado muy de cerca”.
De haber
juicio–no está claro si García Luna va a declararse culpable y tratar de
negociar con la fiscalía una pena menor a cambio de información—el gobierno de
Estados Unidos va a negar que sabía que también era operador de El Chapo.
Lo más
que dirán es que había versiones no confirmadas. Lo cierto es que pese a tener
todos los instrumentos para saberlo, las agencias de inteligencia y policíacas
con las que trabajó de cerca se hicieron de la vista gorda porque el hombre
fuerte del calderonismo, el responsable de miles de muertos y desaparecidos,
les daba todo lo que pedían. Les permitió, como dijo Rosario Green, meterse
hasta en la cocina.
A lo largo
de la historia, Estados Unidos ha tolerado a gánsteres, guerrilleros,
narcotraficantes y hasta terroristas bajo la excusa de que son aliados. Es un
hábito perverso de la política exterior estadounidense. Lo estamos viendo en
Afganistán con la guerra interminable y lo vimos en Nicaragua con los narco-pactos
de la CIA para armar a la contra.
García
Luna y la DEA fueron uña y carne. Todo lo que hacía era del conocimiento de la
DEA y viceversa. Cuando su nombre apareció en el juicio de El Chapo, Dave
Gaddis, ex jefe de la DEA en México, me dijo: “Fue un servidor público
trabajador y dedicado. Sería una lástima que tuviera un lado oscuro. No puedo
decir con certeza si tiene o no”. Gaddis compartió muchas horas con García Luna
en reuniones de trabajo, en su finca de fin de semana y en su residencia en la
Ciudad de México (Sin Embargo 23/11/2018). No respondió mi pregunta sobre su
detención.
En los
juicios de El Chapo y del Vicentillo Zambada los fiscales suprimieron toda
información que delatara las alianzas ocultas de la DEA con los cárteles. Si el
encausamiento contra García Luna termina en juicio, volverán a impedir a toda
costa que salga a relucir el contubernio que mantuvo la DEA con el socio
policíaco de El Chapo.
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