Raymundo
Riva Palacio.
En la última
semana, dos asesinatos han sido de alto impacto. Uno fue el de Abril Pérez
Sagaón, que tiene cimbrada a la opinión pública desde que se cometió hace 10
días, y el otro fue el de Brian del Prado, que tuvo una fama efímera por su
participación en un exitoso programa de TV Azteca, la madrugada del domingo
pasado. Los casos están totalmente desvinculados, salvo por el método empleado
en su ejecución: fueron realizados a bordo de una motocicleta, donde viajaban
dos personas. La prominencia de ambos crímenes ha relegado la manera como se
hicieron, que, sin ser un procedimiento nuevo, subraya la tendencia de cómo la
delincuencia está empleando otras formas de ajustar cuentas de una manera
rápida, sorpresiva y que les permita escapar.
Cualquier
conductor en la Ciudad de México habrá notado un número creciente de
motocicletas en la capital, que se desplazan de manera arbitraria por todos los
carriles, en las vías de alta velocidad, o serpenteando por las calles. No se
trata ya de motociclistas de paquetería o comida rápida, sino de aquellos que
por razones económicas y de tiempo, han optado por ese tipo de transporte.
Entre 2013 y 2017, el Inegi reportó un incremento de 90 por ciento en el número
de motocicletas en el país, pasando de un millón 900 mil a tres millones y
medio de unidades. No hay un reglamento especial para motocicletas, cuando
menos en la capital, y la normatividad, que tiene que ver con la movilidad, es
de 2015.
Los
asesinatos de Pérez Sagaón y de Del Prado son los últimos registrados con este
método en la capital. Reportes extraoficiales señalan un incremento en el
número de asesinatos dolosos con este método que, en la Ciudad de México, asocian
con un mayor número de centroamericanos y asiáticos. Sin embargo, no se puede
concluir que el método es importado. Hace un año, por ejemplo, fue asesinado
Jesús García Vallejo, el abogado del exgobernador de Quintana Roo, Mario
Villanueva, que purga una sentencia por delitos relacionados con el crimen
organizado, en Coyoacán, la misma alcaldía donde mataron a Pérez Sagaón y a Del
Prado. Pero tampoco puede establecer, con la información disponible, que eso
revele un patrón.
El fenómeno
es nacional. Un análisis comparativo realizado por el Índice GLAC el año
pasado, estableció que el uso de motocicletas en la logística delictiva
incrementa los delitos contra la integridad física y el patrimonio de las
personas, y observó la existencia de una correlación entre el crimen y el robo
de motocicletas. En el ranking que correlaciona los homicidios dolosos y el
robo de motocicletas, hasta octubre de este año, las entidades donde el
fenómeno es más grave son Baja California, donde la correlación es 0.95,
seguida de Puebla y Tabasco (0.87), Veracruz y la Ciudad de México (0.82). En
el caso de la capital federal, la tasa acumulada de motocicletas robadas en la
Ciudad de México, hasta julio, fue de 16.1 por cada 100 mil habitantes,
mientras que la tasa de homicidios dolosos fue de 10.3.
El crimen en
motocicleta no es un fenómeno nuevo. En 1984, dos sicarios pagados por Pablo
Escobar, jefe del Cártel de Medellín, asesinaron desde una motocicleta al
ministro de Justicia colombiano, Rodrigo Lara Bonilla, en Bogotá. La publicación
Insight Crime reportó, en agosto de 2015, que en los tres años previos mil 537
guatemaltecos habían sido asesinados por criminales motorizados, y otros 699
habían resultado heridos, que contribuyeron a un incremento de 50 por ciento de
homicidios dolosos en esa nación. Ese mismo año en Ecuador, el número de
asesinatos por parte de motoristas era de nueve al día, con lo que sumaron, en
los primeros siete meses de 2015, el 15 por ciento del total de crímenes en el
país.
El uso de
sicarios motorizados es común en América Latina. En Centroamérica ha sido una
táctica desarrollada por las pandillas, como los maras salvadoreños, que han
comenzado a instalarse en la zona de Tepito. No hay un consenso sobre cómo
enfrentar ese método, y se han probado varios sin que hayan perdurado. Cuando
se popularizó el sicariato motorizado en Colombia, las autoridades en Medellín
prohibieron que viajaran hombres en ese tipo de transporte, y después de varios
años, un tribunal revocó la medida. Hace 10 años, el entonces presidente
guatemalteco, Álvaro Colom, prohibió que viajaran dos personas en motocicleta
–uno maneja y el otro dispara–, pero su sucesor, Otto Pérez Molina, revocó la
restricción.
El fenómeno
del sicariato motorizado ya se instaló en México, y muy pocos han reparado en
los riesgos que entraña. Uno de los escasos es el gobernador de Michoacán,
Silvano Aureoles, que ha tenido conversaciones a nivel federal sobre la
posibilidad de prohibir todas las motocicletas en su estado. Si esa fuera una
solución eficaz, seguramente ya lo habría hecho. Lo mismo se podría decir de
Tabasco. Si el total de homicidios dolosos es llevado a cabo casi en su
integridad por asesinos en motocicletas, si se prohibiera ese tipo de vehículo,
se acabaría con el homicidio doloso. Sin embargo, no hay soluciones lineales, y
mucho menos cuando la opción por las motocicletas están relacionadas con
factores económicos.
De cualquier
forma, las autoridades tienen que comenzar a analizar las tendencias de
homicidios dolosos desde motocicletas y atajar ese tipo de crimen antes de que
los desborde. Cómo se puede hacer, es algo que se tiene que estudiar desde
diversos ángulos. La contracara es qué sucederá entre la población, si
prolifera este tipo de asesinatos. En la calle, en el tráfico, en los
congestionamientos, se sentirán como un pato sentado en espera que le disparen.
El pánico ante esa posibilidad será mayúsculo y generará tensiones sociales
adicionales. No hay que esperar a que eso suceda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.