miércoles, 29 de enero de 2020

El nuevo PRI; no, el nuevo PRD, no… Morena


Adela Navarro Bello.

Tiene tribus políticas como el PRD, está integrado por viejos priístas, los legisladores de su partido votan en bloque -sin importar qué- como el PRI o el PAN, pero no es ninguno de esos institutos, sino Morena, que encarna lo peorcito de cada uno de los otrora grandes partidos.

Morena, el instituto político que representado por su fundador, faro luz y guía, Andrés Manuel López Obrador, mandó a la lona político electoral a los partidos en el 2018, cuando con 30 millones de votos ganó la Presidencia de la República, se está desmoronando… solo.

Sin liderazgos en las nuevas oposiciones, ¿realmente alguien sabe, así rápido, quién dirige el PRD? A lo mucho quizá identifique al líder panista, y entrecerrando los ojos para agudizar la mente, a lo mejor llega a dilucidar el nombre del dirigente del PRI, en esas condiciones, ante la ausencia de una oposición real, los de Morena han sabido capitalizar el triunfo del 2018 que se extendió al 2019, y ejercer como partido en el poder. (Por cierto los nombres de los dirigentes son, en el orden de mención, Ángel Ávila Romero, Marko Cortés Mendoza, y Alejandro Moreno Cárdenas).

Morena continuó con su modelo fundacional de dar cabida entre sus filas a políticos que fueron de otros partidos, aparte de quienes durante las distintas campañas se han adherido más por el interés político que por la coincidencia ideológica, por seguir en la nómina, y porque pues son viejos conocidos, y este es precisamente uno de los factores que los tiene ahora divididos.

Ciertamente muchos partidos están en esa circunstancia, los políticos migran de siglas como si de una moda se tratara, el PRD hizo alianza con el PAN, el PRI con quien se dejó, y Morena con quienes quiso y le convenían para un objetivo final, ganar el poder.

Pero Morena, con esa mezcla de idiosincrasias políticas y sin el liderazgo del Presidente Andrés Manuel López Obrador, está autodestruyéndose.

La dirigencia nacional del partido es la primera disputa de gran tamaño, el próximo año vendrá la lucha de poder por las candidaturas a gobernador en quince estados de la República Mexicana, de ahí que varios se quieran agenciar el liderazgo nacional para incidir en las elecciones estatales.

Sin que sean atacados, criticados o evidenciados por las nuevas oposiciones que prefieren el silencio cómplice para negociar en el juego del poder político, legislativo y judicial, los de Morena se están dando con todo, y en ello arrastran su gobernabilidad y su futuro electoral, porque Andrés Manuel López Obrador ya no estará en la boleta, será el partido y quienes así dispongan en la cúpula guinda.

En el centro del conflicto, ahora tienen, a partir del domingo 26 de enero, dos presidentes nacionales. Alfonso Ramírez Cuellar, electo por un Congreso Extraordinario para sustituir a Yeidckol Polevnsky, quien a su vez no ha podido organizar una elección interna y ha mantenido, de acuerdo a las autoridades electorales, al partido en constantes irregularidades, pero quien se reconoce como presidenta del partido “por estatuto”. Y eso sin contar a los otros dos que aspiran a la dirigencia nacional, Bertha Luján, y el coordinador de los diputados de Morena en la Cámara Federal, Mario Delgado.

Cada uno de los cuatro, Ramírez, Polevnsky, Luján, Delgado, son a su vez apoyados, patrocinados y empujados por otros grupos de morenistas que, o están en la administración pública, o en el Poder Legislativo, o en el partido, y todos a proporción, manejan una cuota de poder público o partidista; salieron más ambiciosos que los jefes de las tribus perredistas, que de tanto luchar entre ellos perdieron el partido hasta casi desaparecerlo.

De la división de Morena, auguran, saldrán otros movimientos políticos o partidos, el desgaste de los guindas ha sido tan rápido como tan corto el periodo ejercido de la presidencia la República que encabezan con López Obrador. Les está sucediendo lo que un ex presidente no quería pero que al final ocurrió: ganaron el gobierno y perdieron el partido.

Con los deslindes públicos del Presidente Andrés Manuel López Obrador sobre lo que ocurre en Morena, sus dos presidentes, las corrientes, y los llamados de la autoridad electoral a respetar los reglamentos, está claro que al Mandatario no le importa mucho por estos días el partido, lo cual será aprovechado por sus seguidores del primer círculo, los cuatro aspirantes entre ellos, para enfrentarse unos a otros utilizando prácticas priístas como convocar Congresos Extraordinarios con solo una parte de la membresía, con actitudes panistas de pelearse en tribunales, y su esencia perredista de formar grupos de poder para controlar parcelas del gobierno e imponer candidatos.

La lucha por la dirigencia es apenas el inicio del resquebrajamiento de Morena, instituto que ha dado cuenta de no representar transformación alguna, a lo más, adopta y se adapta a las viejas prácticas políticas, como cualquier partido en el poder. Nada nuevo.

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