Adela
Navarro Bello.
Tiene tribus
políticas como el PRD, está integrado por viejos priístas, los legisladores de
su partido votan en bloque -sin importar qué- como el PRI o el PAN, pero no es
ninguno de esos institutos, sino Morena, que encarna lo peorcito de cada uno de
los otrora grandes partidos.
Morena, el
instituto político que representado por su fundador, faro luz y guía, Andrés
Manuel López Obrador, mandó a la lona político electoral a los partidos en el
2018, cuando con 30 millones de votos ganó la Presidencia de la República, se
está desmoronando… solo.
Sin
liderazgos en las nuevas oposiciones, ¿realmente alguien sabe, así rápido,
quién dirige el PRD? A lo mucho quizá identifique al líder panista, y
entrecerrando los ojos para agudizar la mente, a lo mejor llega a dilucidar el
nombre del dirigente del PRI, en esas condiciones, ante la ausencia de una
oposición real, los de Morena han sabido capitalizar el triunfo del 2018 que se
extendió al 2019, y ejercer como partido en el poder. (Por cierto los nombres
de los dirigentes son, en el orden de mención, Ángel Ávila Romero, Marko Cortés
Mendoza, y Alejandro Moreno Cárdenas).
Morena
continuó con su modelo fundacional de dar cabida entre sus filas a políticos
que fueron de otros partidos, aparte de quienes durante las distintas campañas
se han adherido más por el interés político que por la coincidencia ideológica,
por seguir en la nómina, y porque pues son viejos conocidos, y este es
precisamente uno de los factores que los tiene ahora divididos.
Ciertamente
muchos partidos están en esa circunstancia, los políticos migran de siglas como
si de una moda se tratara, el PRD hizo alianza con el PAN, el PRI con quien se
dejó, y Morena con quienes quiso y le convenían para un objetivo final, ganar
el poder.
Pero Morena,
con esa mezcla de idiosincrasias políticas y sin el liderazgo del Presidente
Andrés Manuel López Obrador, está autodestruyéndose.
La
dirigencia nacional del partido es la primera disputa de gran tamaño, el
próximo año vendrá la lucha de poder por las candidaturas a gobernador en
quince estados de la República Mexicana, de ahí que varios se quieran agenciar
el liderazgo nacional para incidir en las elecciones estatales.
Sin que sean
atacados, criticados o evidenciados por las nuevas oposiciones que prefieren el
silencio cómplice para negociar en el juego del poder político, legislativo y
judicial, los de Morena se están dando con todo, y en ello arrastran su
gobernabilidad y su futuro electoral, porque Andrés Manuel López Obrador ya no
estará en la boleta, será el partido y quienes así dispongan en la cúpula
guinda.
En el centro
del conflicto, ahora tienen, a partir del domingo 26 de enero, dos presidentes
nacionales. Alfonso Ramírez Cuellar, electo por un Congreso Extraordinario para
sustituir a Yeidckol Polevnsky, quien a su vez no ha podido organizar una
elección interna y ha mantenido, de acuerdo a las autoridades electorales, al
partido en constantes irregularidades, pero quien se reconoce como presidenta
del partido “por estatuto”. Y eso sin contar a los otros dos que aspiran a la
dirigencia nacional, Bertha Luján, y el coordinador de los diputados de Morena
en la Cámara Federal, Mario Delgado.
Cada uno de
los cuatro, Ramírez, Polevnsky, Luján, Delgado, son a su vez apoyados,
patrocinados y empujados por otros grupos de morenistas que, o están en la
administración pública, o en el Poder Legislativo, o en el partido, y todos a
proporción, manejan una cuota de poder público o partidista; salieron más
ambiciosos que los jefes de las tribus perredistas, que de tanto luchar entre
ellos perdieron el partido hasta casi desaparecerlo.
De la
división de Morena, auguran, saldrán otros movimientos políticos o partidos, el
desgaste de los guindas ha sido tan rápido como tan corto el periodo ejercido
de la presidencia la República que encabezan con López Obrador. Les está
sucediendo lo que un ex presidente no quería pero que al final ocurrió: ganaron
el gobierno y perdieron el partido.
Con los
deslindes públicos del Presidente Andrés Manuel López Obrador sobre lo que
ocurre en Morena, sus dos presidentes, las corrientes, y los llamados de la
autoridad electoral a respetar los reglamentos, está claro que al Mandatario no
le importa mucho por estos días el partido, lo cual será aprovechado por sus
seguidores del primer círculo, los cuatro aspirantes entre ellos, para
enfrentarse unos a otros utilizando prácticas priístas como convocar Congresos
Extraordinarios con solo una parte de la membresía, con actitudes panistas de
pelearse en tribunales, y su esencia perredista de formar grupos de poder para
controlar parcelas del gobierno e imponer candidatos.
La lucha por
la dirigencia es apenas el inicio del resquebrajamiento de Morena, instituto
que ha dado cuenta de no representar transformación alguna, a lo más, adopta y
se adapta a las viejas prácticas políticas, como cualquier partido en el poder.
Nada nuevo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.