Raymundo
Riva Palacio.
Finalmente,
la farsa de la rifa del avión presidencial que no se rifará llega al plazo
establecido por el presidente Andrés Manuel López Obrador como último recurso
para esconder un fiasco que él mismo ocasionó al prometer en la campaña de
2018, sin nada que pudiera soportar su palabra, que vendería una aeronave que
comparaba, también de manera frívola y tramposa, con el Air Force One que
utilizan los presidentes de Estados Unidos. La rifa está programada para hoy a
las cuatro de la tarde, donde veremos los vericuetos que haga el Presidente
para vestir de gesta patriótica –después de todo es 15 de septiembre, ¿no?– lo
que ha sido un calvario.
Con López
Obrador todo puede suceder. Sus comparecencias mañaneras en Palacio Nacional
son como entrar a la casa de los sustos en una feria, donde uno tiene claro
cómo inicia el recorrido pero no sabe cómo terminará. Cuando anunció la rifa el
viernes 7 de febrero, dijo que esperaba recaudar tres mil millones de pesos de
la rifa, de los cuales se entregarían 100 premios de 20 millones de pesos cada
uno, por un total de dos mil millones de pesos. Habría seis millones de
cachitos para venta, lo que permitiría, dijo, de venderse todos los números,
obtener tres mil millones.
Con la
tercera parte de lo recaudado, esos mil millones fuera de premios, López
Obrador detalló que se repartirían de la siguiente manera: 900 millones para
completar el avalúo del avión, 400 millones a la Fuerza Aérea para mantener el
avión durante dos años, y una cantidad menor para los billeteros. Si usted hace
la suma, dan al menos mil 400 millones de pesos, pero esa diferencia es una
exquisitez. Las matemáticas no dan, pero es el menor de los problemas.
En el
momento en que se anunció la rifa, el gobierno esperaba recaudar 150 millones
de dólares, que al tipo de cambio en ese momento (18.66 pesos por dólar)
equivalía aproximadamente a dos mil 800 millones de pesos. El avión lo habían
tasado en 130 millones de dólares, que a ese tipo de cambio equivalía a dos mil
245 millones de pesos. El avión está pagado en su totalidad y es propiedad de
Banobras, que hizo un muy buen acuerdo para el tipo de cambio de la operación:
menos de 11.35 pesos por dólar.
Esta farsa
comenzó cuando al empresario hotelero más cercano a López Obrador se le ocurrió
la rifa del avión y el Presidente le compró la idea, sin pensar en las
complicaciones que acarrearía. El Presidente chantajeó a empresarios para que
le compraran paquetes, pero no le fue como esperaba. De hecho, con nadie le fue
como pensaba que le iría. La idea de la rifa siempre fue extravagante y
tramposa, que primero causó risa en el extranjero y luego críticas. Aquí se
volvió un problema real para el gobierno por la tozudez presidencial de desaparecer
por la vía más gritona, lo que él usó como símbolo de derroche.
El
presidente Enrique Peña Nieto también pensó en rechazar el avión que le heredó
el presidente Felipe Calderón, pero antes de tomar la decisión, Banobras
solicitó a la empresa británica Ascend Flightglobal Consultancy un informe
sobre las opciones de venta. La consultora dijo que sus posibilidades eran
limitadas, por lo que para lograrlo, tendría que haber un descuento por
readaptación, que iría de 30 a 50 por ciento de su valor original. La
recomendación era mantenerlo y operarlo. Ese reporte fue entregado al equipo de
López Obrador durante la transición.
La opción de
mantenerlo era intransitable para López Obrador. Fue una de sus grandes ofertas
de campaña, donde el rédito político era inmensamente superior al ahorro real
de usarlo o no usarlo, que es marginal. Ayudaba a su narrativa porque era algo
que fácilmente se podía imaginar la gente, como cuando anunció la rifa que dijo
que resolvería “este problema que nos heredaron de los gobiernos faraónicos”.
No le
heredaron ningún problema, pero se creó uno, en el que está metido actualmente
y, a menos que apareciera un comprador de carne y hueso que le pagara 130
millones de dólares –no en su equivalente en pesos– por el avión, salvará cara
realmente y demostraría que su empeño en deshacerse de él sin gasto adicional,
era correcto. Por ahora, eso no existe.
Hasta el
lunes de la semana pasada, se había vendido el 63.58 por ciento del total de
los cachitos, que equivalía a mil 907 millones de pesos, según informó el
director de la Lotería Nacional, Ernesto Prieto. Para cubrir los premios de la
rifa, estaban cortos por 93 millones, y para compensar la falsa venta del
avión, el gobierno estaba a más de mil millones de pesos de alcanzar su meta
original. Pero como la memoria es corta, el Presidente ya no se refirió al todo
del dinero que esperaba recolectar de la rifa este lunes, cuando anunció que se
había “cumplido la meta” –falso– de cubrir los premios.
Tampoco dijo
cómo hizo la Lotería Nacional para vender el 30 por ciento de los cachitos que
faltaba una semana antes, que en realidad no se vendieron. El gobierno asumió
el costo y con la ayuda de sindicatos colocó de manera gratuita boletos. En
números redondos, puso 93 millones para financiar 93 millones de premios que
faltaban por cubrir, el gobierno terminó pagando unos 186 millones de pesos
más, mediante el subsidio provocado por la genialidad de la rifa. A ello habría
que añadirle los mil millones que no pudieron conseguir de la rifa.
Será la
primera vez que la Lotería Nacional entregue un premio completo cuyas series no
fueron vendidas en su totalidad, sino pagadas por el gobierno para minimizar el
daño en la imagen a Presidencia por la farsa de la llamada rifa del avión. Sólo
resta decir, que siga el circo.
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