Diego
Petersen Farah.
Las escenas
de las batallas campales entre la Guardia Nacional y los agricultores de
Delicias, Chihuahua, son impresionantes. Cuando la policía enfrenta a
manifestantes en reclamo de derechos –o lo que consideran que son sus
derechos–, terminan invariablemente en abusos de fuerza, aunque la Comisión
Nacional de Derechos Humanos no se entere o no se quiera enterar.
Los
campesinos de esa región de la frontera reclaman el derecho agua y están, por
supuesto, en contra de que se pague desde esas presas la deuda, legítima y
documentada, que tiene el Gobierno de México con el Gobierno estadunidense. En
la decisión de cómo y de dónde pagar no fueron, por supuesto, consultados los
campesinos; la decisión fue tomada unilateralmente por Gobierno federal a
través de la Conagua. Y ese es justamente el tema: la gobernanza del agua en
México está completamente rebasada. Cada día le cuesta más trabajo a la
comisión que sus decisiones, buenas o malas, correctas o no, se operen. En su
diseño institucional, pensada para el país de hace 30 años, la Conagua era la
única que decidía sobre el destino del agua para evitar enfrentamientos entre
los distintos usuarios de una cuenca. Detrás había un Gobierno central fuerte y
bastante autoritario, pero con capacidad de imponer sus decisiones. No es que
el Gobierno actual sea menos autoritario, sino que las comunidades son mucho
más combativas.
Hoy, con
recursos hidráulicos cada vez más escasos y comunidades con mayor capacidad de
organización y más conscientes de sus derechos, la Conagua se topa un día sí y
otro también con grupos dispuestos a oponer resistencia a resoluciones hechas
desde el centro y con lógica técnica, quizá correcta, pero no por ello menos
burocrática en el sentido literal de la palabra: decisiones tomadas desde una
oficina, un escritorio. Lo mismo sucede si hablamos de los trasvases a Estados
Unidos, de la presa de Zapotillo en Jalisco y Guanajuato, de la construcción de
la termoeléctrica en Morelos o la concesión a una empresa cervecera en
Mexicali. No se trata de si la decisión es correcta o no, siempre habrá
discusión al respecto, sino de la capacidad política de una Gobierno para que
esos proyectos se hagan realidad.
Más que
reformas a la Ley de Aguas Nacionales (las últimas se hicieron en enero de este
año) lo que necesitamos es una nueva gobernanza del agua, un mecanismo en lo
que los usuarios de una cuenca participen en las decisiones en torno a la
gestión y el uso de los recursos hidráulicos. Nada muy novedoso: en Holanda
este tipo de gestión en la que los usuarios del agua toman sus propias
decisiones data de la edad media.
Llevamos
años diciendo que las batallas del futuro serían por el agua. Pues bien, el
futuro ya llegó. Entre más tardemos en aceptarlo y en tomar decisiones al
respecto más enfrentamientos, proyectos fallidos y encono social y,
desgraciadamente muertes, vamos a acumular.
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