Diego
Petersen Farah.
Contrario a las famosas reglas no
escritas del sistema político mexicano, los ex presidentes Carlos Salinas y
Felipe Calderón andan desatados. El primero en gira de medios; el segundo
debatiendo en twitter cual furibundo activista. Pareciera que un día se dieron
cuenta que la “regla no escrita” simplemente no era sino “un mito genial” (como
la pobreza, según Pedro Aspe) eso de que los presidentes tenían que comportarse
como muertos vivientes. Los zombis de la política se dieron cuenta que la reja
que supuestamente los contenía no tenía candado alguno: abrieron la puerta y
salieron a la realidad a cazar reflectores y devorar Pejes y corruptos (claro,
los corruptos de otros partidos, porque comer corruptos del mismo color siempre
indigesta).
¿Tiene algún
efecto que dos presidentes tan cuestionados como Salinas y Calderón salgan a la
luz pública? Para muchos, los heaters de estos personajes, toda crítica a Andrés Manuel en boca de ellos es alabanza para el
tabasqueño. Pero si algo caracteriza a estos dos ex personajes es que
polarizan. Una buena parte de la sociedad los odia profundamente, otra los
estima y los alaba.
En cualquier
lista de los mejores presidente de México que haga alguien de derecha
aparecerán Salinas y Calderón (el orden cambia si quien hace la lista es
panista o priista, pero en todas están ambos). En las listas de la izquierda los dos aparecen en el fondo, son los
representantes más puros de los vende-patrias y el neoliberalismo.
Presidentes como Fox y Zedillo no llegan a esa polarización, a ellos se les
malquiere como a cualquier ex Presidente y básicamente por el hecho de haber
ocupado la silla presidencial.
El activismo público de los
presidentes vivientes tendrá sin duda un efecto sobre la vida política del
país. Si bien es cierto que ayudará a que los militantes de sus propios
partidos recuperen un poco el orgullo golpeado, sobre todo en el caso del PRI,
también lo es que el efecto más claro será la polarización: Andrés Manuel
contra todos los demás. Ese es el escenario en el que las cúpulas políticas y
empresariales creen que pueden derrotar a López Obrador y lo están construyendo.
La regla de
los ex Presidente callados era sin duda un absurdo en un régimen democrático.
El primero que lo vio y lo entendió así fue Vicente Fox, otra cosa es que sus
mismos correligionarios hubiesen preferido que usara la boca solo para comer,
pero es más un tema del contenido de sus declaraciones que de la violación a la
“regla no escrita”.
Es muy sano
que los ex presidentes jueguen en el terreno político, entre otras cosas porque
permitirá desmitificar la figura de ex mandatario, pues todos creen que mueven
los hilos del poder y manejan al país cual titiriteros y muchas veces no se
mandan (ni se entienden) ni a sí mismos.
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