jueves, 27 de abril de 2017

¿Hasta cuándo aguantaremos a Trump?

Raymundo Riva Palacio.

Por razones estratégicas, la relación con el presidente Donald Trump se procura mantener con la mayor cordialidad y con la muy firme intención de que no haya nada que pueda molestarlo. Esta lógica de subordinación política no tiene como principal razón de ser que Estados Unidos sea el principal socio comercial de México, y que cualquier diferencia de fondo que haya entre los dos países afecta directamente a la economía mexicana, como ha vuelto a suceder en los últimos días, donde el renacimiento del discurso incendiario de Trump hacia este país evaporó la recuperación del peso contra el dólar y volvió a poner muy nerviosos a los mercados. La razón de la estrategia aprobada por el presidente Enrique Peña Nieto es otra. Sus principales asesores lo convencieron de que si llevaba la fiesta en paz con Trump, una vez que dejara la presidencia garantizaría que el gobierno de Estados Unidos no buscaría perseguirlo por delitos que le quieran imputar. Es decir, su postura frente a Trump busca un blindaje jurídico cuando deje Los Pinos.


El presidente no entiende muy bien cómo opera el sistema en Estados Unidos, ni el político ni el jurídico. Ubicar a la Casa Blanca en el contexto de Los Pinos, desde donde se pueden entrometer en los poderes Legislativo y Judicial para alinearlos a sus objetivos, es un error. Los poderes en aquella nación sí funcionan como contrapesos unos de otros, autónomos, independientes y de una constante fricción que produce un mejor gobierno, mejores leyes y mejor justicia. En la mente del presidente y sus asesores está la amenaza de que la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, en 2014, sea el pretexto para llevarlo al Tribunal Internacional de La Haya y juzgarlo por esos crímenes, como se ha venido ventilando desde entonces.

Por esa razón contrató a dos respetados abogados que analizaron el caso, concluyeron que no habría forma de enjuiciarlo. Los abogados, grandes penalistas sin experiencia internacional, le dieron tranquilidad. El reforzamiento existencial del presidente, según la estrategia que avaló, fue aguantar los embates de Trump para no agraviarlo y que buscara venganza al terminar el sexenio. El presidente, sin embargo, omite dos cosas: quienes están armando el caso de genocidio no trabajan en el gobierno, sino en organizaciones no gubernamentales refractarias a las presiones de Washington, y que a Trump lo que piense, sienta y afecte a Peña Nieto le da exactamente lo mismo.

La última señal se dio el miércoles, cuando el portal Politico.com reveló que Trump está considerando firmar una orden ejecutiva para salirse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. La orden fue elaborada por Peter Navarro, el director del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca, con la colaboración de Stephen Bannon, el estratega en jefe de Trump. Navarro es uno de los funcionarios con quien mejor relación tiene el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, y con quien revisaba los términos de la renegociación del acuerdo. Bannon fue quien insultó a la primera delegación mexicana que visitó la Casa Blanca de Trump, a principio de año, encabezada por Videgaray, quien estuvo a punto de levantarse de la mesa ante los agravios. Bannon era el propietario del portal Breitbart News, que al día siguiente de la elección de 2012 publicó que los mexicanos habían electo a un presidente financiado por los cárteles de la droga.

El mensaje de Trump al pedir la redacción de la orden ejecutiva, vuelve a sacar la parte más negativa del presidente estadounidense con respecto a México. Politico.com señaló que la intención es forzar a México y Canadá a renegociar el acuerdo en los términos que desea la Casa Blanca. La semana pasada, recordó Politico.com, Trump afirmó: “El TLCAN ha sido muy, muy malo, para nuestro país. Ha sido muy, muy malo para nuestras compañías y para nuestros trabajadores, y le vamos a hacer algunos grandes cambios o nos saldremos del TLCAN de una vez por todas”. Esos cambios incluyen imponer tarifas y barreras arancelarias, que reiteradamente ha rechazado el gobierno mexicano. La última vez, el martes en el Congreso, Videgaray les dijo a los diputados que si esa fuera la imposición, México estaría listo para dejar el acuerdo comercial.

Si Trump firma o no la orden en los próximos días, como se anticipa, no modifica en absoluto la actitud del presidente estadounidense hacia México. Pensar que ser modosos con Trump es el mejor camino para la paz interna de Peña Nieto es una equivocación.

Si a Peña Nieto le fincan una acusación internacional por genocidio, no será porque se llevó bien o mal con Trump. Es irrelevante. Ese caso correría por diferentes correas. Lo que no es nimio es que se siga manteniendo una actitud pasiva frente al jefe de la Casa Blanca.


El fin del TLCAN afectaría a los tres países, muy probablemente más a México en el corto plazo. Pero no será el fin del mundo. La réplica económica para Estados Unidos, coinciden los expertos, sería devastadora para muchos sectores económicos e industriales en aquella nación. México no puede seguir a la deriva por la bipolaridad política de Trump. Tampoco prolongar la incertidumbre por actitudes pusilánimes originadas en razones personales. Si Trump quiere usar una pelota dura con México, que empiece el juego. Incluso, Peña Nieto podría ganar mucho del capital político interno que ha perdido, al enfrentar con dignidad la embestida del presidente estadounidense. La apuesta, en las condiciones actuales, vale la pena.

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