Raymundo
Riva Palacio.
Por razones
estratégicas, la relación con el presidente Donald Trump se procura mantener
con la mayor cordialidad y con la muy firme intención de que no haya nada que
pueda molestarlo. Esta lógica de subordinación política no tiene como principal
razón de ser que Estados Unidos sea el principal socio comercial de México, y
que cualquier diferencia de fondo que haya entre los dos países afecta
directamente a la economía mexicana, como ha vuelto a suceder en los últimos
días, donde el renacimiento del discurso incendiario de Trump hacia este país
evaporó la recuperación del peso contra el dólar y volvió a poner muy nerviosos
a los mercados. La razón de la estrategia aprobada por el presidente Enrique
Peña Nieto es otra. Sus principales
asesores lo convencieron de que si llevaba la fiesta en paz con Trump, una vez
que dejara la presidencia garantizaría que el gobierno de Estados Unidos no
buscaría perseguirlo por delitos que le quieran imputar. Es decir, su postura
frente a Trump busca un blindaje jurídico cuando deje Los Pinos.
El presidente no entiende muy bien
cómo opera el sistema en Estados Unidos, ni el político ni el jurídico. Ubicar
a la Casa Blanca en el contexto de Los Pinos, desde donde se pueden entrometer
en los poderes Legislativo y Judicial para alinearlos a sus objetivos, es un
error. Los poderes en aquella nación sí funcionan como contrapesos unos de
otros, autónomos, independientes y de una constante fricción que produce un
mejor gobierno, mejores leyes y mejor justicia. En la mente del presidente y sus
asesores está la amenaza de que la
desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, en 2014, sea el pretexto para
llevarlo al Tribunal Internacional de La Haya y juzgarlo por esos crímenes,
como se ha venido ventilando desde entonces.
Por esa
razón contrató a dos respetados abogados
que analizaron el caso, concluyeron que no habría forma de enjuiciarlo. Los
abogados, grandes penalistas sin experiencia internacional, le dieron
tranquilidad. El reforzamiento existencial del presidente, según la estrategia
que avaló, fue aguantar los embates de Trump para no agraviarlo y que buscara
venganza al terminar el sexenio. El presidente, sin embargo, omite dos cosas: quienes están armando el
caso de genocidio no trabajan en el gobierno, sino en organizaciones no
gubernamentales refractarias a las presiones de Washington, y que a Trump lo
que piense, sienta y afecte a Peña Nieto le da exactamente lo mismo.
La última
señal se dio el miércoles, cuando el portal Politico.com reveló que Trump está
considerando firmar una orden ejecutiva para salirse del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte. La orden fue elaborada por Peter Navarro, el
director del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca, con la
colaboración de Stephen Bannon, el estratega en jefe de Trump. Navarro es uno
de los funcionarios con quien mejor relación tiene el secretario de Relaciones
Exteriores, Luis Videgaray, y con quien revisaba los términos de la
renegociación del acuerdo. Bannon fue quien insultó a la primera delegación
mexicana que visitó la Casa Blanca de Trump, a principio de año, encabezada por
Videgaray, quien estuvo a punto de levantarse de la mesa ante los agravios.
Bannon era el propietario del portal Breitbart News, que al día siguiente de la
elección de 2012 publicó que los mexicanos habían electo a un presidente
financiado por los cárteles de la droga.
El mensaje
de Trump al pedir la redacción de la orden ejecutiva, vuelve a sacar la parte
más negativa del presidente estadounidense con respecto a México. Politico.com
señaló que la intención es forzar a México y Canadá a renegociar el acuerdo en
los términos que desea la Casa Blanca. La semana pasada, recordó Politico.com, Trump afirmó: “El TLCAN ha sido muy, muy
malo, para nuestro país. Ha sido muy, muy malo para nuestras compañías y para
nuestros trabajadores, y le vamos a hacer algunos grandes cambios o nos
saldremos del TLCAN de una vez por todas”. Esos cambios incluyen imponer
tarifas y barreras arancelarias, que reiteradamente ha rechazado el gobierno
mexicano. La última vez, el martes en el Congreso, Videgaray les dijo a los
diputados que si esa fuera la imposición, México estaría listo para dejar el
acuerdo comercial.
Si Trump firma o no la orden en los próximos
días, como se anticipa, no modifica en absoluto la actitud del presidente
estadounidense hacia México. Pensar que ser modosos con Trump es el mejor
camino para la paz interna de Peña Nieto es una equivocación.
Si a Peña Nieto le fincan una
acusación internacional por genocidio, no será porque se llevó bien o mal con
Trump. Es irrelevante. Ese caso correría por diferentes correas. Lo que no es nimio es que se siga manteniendo una actitud pasiva frente
al jefe de la Casa Blanca.
El fin del TLCAN afectaría a los tres
países, muy probablemente más a México en el corto plazo. Pero no será el fin
del mundo. La
réplica económica para Estados Unidos, coinciden los expertos, sería
devastadora para muchos sectores económicos e industriales en aquella nación. México no puede seguir a la deriva por la
bipolaridad política de Trump. Tampoco prolongar la incertidumbre por actitudes
pusilánimes originadas en razones personales. Si Trump quiere usar una
pelota dura con México, que empiece el juego. Incluso, Peña Nieto podría ganar mucho del capital político interno que ha
perdido, al enfrentar con dignidad la embestida del presidente estadounidense.
La apuesta, en las condiciones actuales, vale la pena.
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