Julio
Astillero.
A unos días
de celebrar su triunfo electoral de un año atrás, Andrés Manuel López Obrador
mantiene lo esencial de su capital político: la esperanza mayoritaria en un
cambio absolutamente necesario, impostergable.
Parecería
improbable que un año después de aquella apabullante victoria múltiple en las
urnas, el mismo político líder mantuviera una aceptación popular tan alta e
incluso creciente, conforme a los métodos demoscópicos ahora acríticamente
aceptados. En términos numéricos se sostiene en lo alto, aunque es evidente que
implica un desgaste el mantener un año de virtual ejercicio de poder
presidencial (apenas dos días después de la elección ya había tomado el control
virtual del país, lo que se formalizó el pasado uno de diciembre con su toma formal
de posesión).
Sin embargo,
y a pesar de esa aritmética tan favorable, la oposición de élite al obradorismo
ha ido nucléandose (no en los partidos no morenistas, sino en las instancias
empresariales y financieras) y habilitando banderas de lucha (particularmente,
los señalamientos de dañina impericia económica del actual gobierno: los
recortes, las restricciones, la incertidumbre). Puede ser que hoy los números
demoscópicos no se estén moviendo de manera grave en contra del Presidente
hiperactivo, pero no se puede negar que hay una estrategia en curso que puede
bajar los grados de aceptación del tabasqueño entre el segmento amplio de
votantes que lo apoyaron y apoyan, pero no en términos absolutos ni
irrevocables.
Tal vez la
clave del sostenido respaldo a López Obrador y de la enorme incapacidad de los
opositores para bajarle puntos de popularidad resida en la misma causa del
enorme triunfo electoral que se conmemorará en el Zócalo capitalino el próximo
lunes: la corrupción gubernamental anterior y la disfuncionalidad criminal de
las instituciones heredadas fueron tan groseras y lesivas para los ciudadanos
que estos prefieren sobrellevar los errores e insuficiencias de la actual
administración porque consideran que no pueden ser tan graves como la podredumbre
previa y porque, a fin de cuentas, otorgan un bono de confianza a los actuales
operadores (en específico, al mando unipersonal que pronto vivirá ya de planta
en Palacio Nacional) y no aceptan que pueda haber un cambio a los esquemas
anteriores.
Lo menos
aburrido de la (nueva) farsa electoral priísta ha sido la exclusión del ex
gobernador oaxaqueño Ulises Ruiz Ortiz (le habría faltado cumplir algunos
requisitos, y por ello se le dejó fuera de la contienda, aunque faltaría ver si
el rechazado recurre ante el tribunal electoral). Solo fueron autorizados a
participar en la elección de nuevo dirigente nacional del partido tricolor tres
de los aspirantes: Ivonne Ortega, ex gobernadora de Yucatán que se ha
especializado en inscribirse en procesos con triunfador predeterminado y
aparentar oposición interna; la veracruzana Lorena Piñón, cuya mayor ganancia
es asomarse a este escaparate, y el predeterminado Alejandro Moreno, a quien
han seleccionado previamente los mandatarios estatales priístas que sustituyen
el dedo presidencial cuando el nonagenario partido no está en la silla
principal de Palacio Nacional.
En otro
tema: la realización durante cuarenta y cinco días de campañas de farsantería
terminará por confirmar al respetable público que el partido antaño dominante
cumple ahora un papel tragicómico. Nadie cree ni creerá que se produzca una
pizca de competencia real, más allá de lo retórico, cuando los poderes de los
gobernadores se han decantado por el mencionado Alejandro Moreno, virtual
candidato de lo que queda de oficialismo priísta.
Moreno ha
pedido licencia a la gubernatura de Campeche y, según sus adversarios, como la
yucateca Ortega, y otras evidencias, cuenta con el beneplácito de los poderes
morenistas ahora hegemónicos. Apodado Alito, ahora sería A(m)lito, como
referencia a los entendimientos con que el partido dominante busca pavimentarse
caminos durante lo que queda del sexenio andresino y, a su vez, el priísmo
busca mantenerse con vida artificial y en espera de algún prodigio de resurrección.
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