Por Majo
Siscar / Taula por México.
El tufo
se siente desde lejos. Un vapor ácido penetra por las fosas nasales, enrojece
los ojos, reseca la garganta y baja por el esófago hasta generar sensación de
náusea. El arroyo El Cepillo se ha convertido en un flujo de petróleo. Es el
riachuelo que da de beber a más de dos mil personas que viven en El Remolino,
una localidad rural a orillas del Golfo de México. Reventó una de las docenas
de tuberías que serpentean bajo las casas, ríos y cultivos del sureste mexicano.
“En las
noches es peor, sube el gas y nos arden más los ojos y para el bebé imagínese,
no para de llorar”, dice Julia, una señora que vive a escasos cien metros
ladera arriba del arroyo. Pero lo peor es quedarse sin agua. A El Remolino,
como en muchos pueblos rurales mexicanos, no llega la red municipal. Así que
los vecinos construyeron una canalización que les abastece desde el riachuelo.
Cada familia paga una pequeña cuota mensual de mantenimiento, pero no tienen
planta potabilizadora, ni estudios que aseguren su calidad. Ahora, con el
vertido de petróleo el agua no sirve ni para echarla al retrete.
El
Remolino es una de las 73 poblaciones rurales del municipio de Papantla, la
cuna de la civilización totonaca que construyó ciudades monumentales que ahora
son reclamo turístico, sobre un subsuelo de petróleo y gas.
Mil años
después, 45 por ciento de los habitantes de Papantla sigue siendo indígena.
Y 5 de cada 10 viven bajo el umbral de la pobreza y no tienen una tubería que
les lleve agua a casa, según las estadísticas del Consejo Nacional de
Población. Lo que sí tienen son tuberías de aceite bajo sus pies y pozos entre
sus pastos.
No siempre
fue así, la historia de la industria petrolera mexicana comenzó justo aquí,
cuando en 1868, los totonacas le mostraron al doctor estadounidense Adolfo
Autrey de dónde sacaban el chapapote que usaban para ungüentos y pasta de
dientes. Fue en esta región donde se instaló la primera refinería del país, en
1880, y a finales del siglo XIX se encontró uno de los grandes yacimientos que
permitieron el auge petrolero mexicano: la “Faja de Oro”. Tras tal apelativo, a
unos 40 km de Papantla, se instalaron campamentos de las grandes petroleras
estadounidenses que luego se convertirían en la ciudad de Poza Rica.
La urbe
que podría haber sido Houston, si no hubiera estado en México. Ahora, con solo 200 mil habitantes, Poza
Rica es una de las ciudades más contaminadas del país, llena de atascos y dónde
los comercios, las escuelas, o las farmacias conviven con pozos petrolíferos.
EN OTROS
PAÍSES las empresas petroleras desarrollaron toda una industria de
investigación y tecnología a su alrededor, Pemex se ahogó en la corrupción, la
burocracia y el despilfarro. Aún así, en 2005, Papantla contaba 3 mil 220 pozos
petroleros en explotación.
El
Presidente que gobernó entre 2006 y 2012, el conservador Felipe Calderón
Hinojosa, abrió la extracción de hidrocarburos a la inversión privada. El
siguiente mandatario Enrique Peña Nieto amplió este modelo al promulgar la
Reforma Energética en 2013, que además otorgó a la extracción de hidrocarburos
la categoría de actividad preferencial sobre cualquier otro uso de la tierra,
incluso sobre el medio ambiente.
EMPRESAS
PRIVADAS, RESPONSABILIDADES OPACAS.
En seis años
se adjudicaron a 73 empresas 107 bloques para la extracción petrolera, un
área de 88 mil kilómetros cuadrados. Antes hubo contratos a terceros para
construir plataformas, centrales, u otras obras asociadas que tienen muchos más
años de recorrido. De hecho, una de las empresas pilares de Actividades de
Construcción y Servicios (ACS), Dragados Offshore, comenzó a andar en México en
1998 de la mano de Pemex, con la construcción de una plataforma de proceso y
compresión de gas.
Desde
entonces la presencia de ACS en el país ha crecido exponencialmente. México es
el sexto país en volumen de negocio para el corporativo español, que tiene
activos por mil 441 millones de euros, conseguidos en su gran mayoría gracias a
contratos públicos. No es casual que el actual presidente de Avanzia, la marca
bajo la que ACS se presenta en México, fuera subgobernador del Banco de México
con la apertura liberal en la década de los 90 y ministro de Hacienda entre
2000 y 2006.
El
petróleo y el gas son solo un pedacito del pastel de ACS en México, que explota
a través de Grupo Cobra y su filial Iberoamericana de Hidrocarburos (IHSA).
IHSA tiene, en su totalidad o a medias con otras empresas, al menos seis
bloques petroleros que, según la agencia Efe, le permitirían una producción de
más de 40 mil barriles diarios. El subsuelo de Papantla es solo uno de estos
bloques: San Andrés.
El bloque
San Andrés se adjudicó a la empresa Oleorey, una sociedad creada entre el grupo
mexicano Alfa y Monclova Pirineos Gas, filial de Cobra. Estas dos corporaciones
ganaron otro contrato en la misma licitación, solo que 200 kilómetros más al
norte, en el bloque Tierra Blanca, municipio de Álamo. Allí crearon la empresa
Petrolíferos Tierra Blanca, que como Oleorey, son solo nombres fiscales. No
tiene ni página web, y su dirección no viene completa ni en google maps. Es
como una muñeca rusa.
Este
método de crear diferentes personalidades jurídicas, más allá de para contratos
ad-hoc, como en estos casos, es el modus operandi de ACS. Al ser un holding
empresarial, es decir, un grupo de sociedades en el que existe una empresa
dominante con empresas subordinadas, dificulta la rendición de cuentas y
responsabilidades y permite, por ejemplo, seguir concursando a licitaciones
públicas pese a que en enero de este año 2019 la Secretaría de la Función
Pública del Gobierno de México inhabilitó a una de sus subsidiarias, Avanzia
Instalaciones, durante un año y tres meses como sanción por malas prácticas en
la licitación de contratos del aeropuerto.
“Se
conoce como velo corporativo. Las empresas pueden hacer lo que quieran al
esconderse en cajas negras. En la mayoría de las industrias extractivas se
invisibiliza el verdadero propietario. Esto dificulta las negociaciones, que de
por sí, nunca pueden ser en condición de igualdad entre una comunidad y una
multinacional”,
explica Omar Escamilla, de la consultora Empower, que trabaja en transparencia
empresarial.
“Si solo
dejaran aquí unos centavitos de lo que extraen, esto sería primer mundo”, dice Francisco Xochicaua en El
Remolino, mientras caminamos entre naranjos para llegar al arroyo contaminado
por la última fuga.
Xochicaua es
el comandante de la policía comunitaria, una ronda voluntaria que se encarga de
vigilar la comunidad ante la falta de servicios del Estado. No lleva arma ni
uniforme. Los mayores problemas que enfrenta son los pleitos de borrachos y dar
fe de incidentes petroleros como el que nos muestra. El derrame no es
comparable con los grandes incidentes que acaparan portadas como el del
Deepwater Horizon de la British Petroleum en el Golfo de México (2010), pero
igualmente no se cumple la debida diligencia de la empresa, no se respetan los
derechos ambientales de las comunidades, ni el derecho humano al agua.
Esto
contradice el propio código de ética de IHSA, filial de ACS, que especifica que
la empresa “evita la contaminación y racionaliza el uso de recursos naturales y
energéticos” o que “genera riqueza en las comunidades donde labora de la forma óptima
y eficaz”. También contraviene
las políticas de gestión ambiental de Cobra o sus valores éticos y los propios
acuerdos firmados por el grupo ACS como el Pacto Mundial de la ONU sobre
empresas y derechos humanos.
Fermina
Pérez Atzin tiene 50 años y ya de pequeña iba a vender frutas y postres a los
obreros petroleros que ganaban, al menos, cinco veces lo que un jornalero del
campo. Pemex se instaló en esta zona rural en la década de los 60 bajo el áurea
de progreso que desprendían sus camiones, maquinaria e instalaciones.
De hecho, en
la zona establecieron una colonia para los petroleros que incluso tenía
clínica, algo que todavía no abunda en estas localidades. Ahora está en ruinas.
Y el bienestar solo llega en forma de remesa que mandan aquellos que emigraron
a Estados Unidos, cuya frontera está a 12 horas de autobús.
“Uy,
antes aquí era bien bonito, había muchos peces en el arroyo, hasta camarón, y
más selva”, explica
la tía de Fermina, María Pérez, mientras calienta tortillas en el fogón de
leña.
Su marido,
Apolinar Tiburcio, flaco como un fideo, recuerda que cuando llegó Pemex,
empleó a mucha gente de la comunidad, hombres como él, para abrir zanjas para
los gasoductos. Ahora ya ni da trabajo ni indemniza cuando les contamina,
explica mostrando un papel donde exigen a Oleorey que pague sus naranjos u
otras plantaciones echadas a perder por los vertidos de petróleo.
Mientras los
pagos se atrasan, Oleorey y Pemex evaden sus responsabilidades entre una y
otra. El caso más flagrante es otra filtración de gas y petróleo que gotea
incesantemente desde abril de 2015 en otro arroyo cercano, Tejones, que bordea
la carretera regional y exhibe su contaminación en público. Los vecinos de la
región han puesto infinidad de oficios quejándose, pero la fuga lleva más de
mil 600 días. Pemex ha colocado unos diques que evitan que el aceite siga el
curso del río, pero el agua contaminada sigue río abajo.
Esta dispersión
de responsabilidades ya se deriva de los contratos creados por la
administración Calderón.
Mientras
en la cláusula 14.1 Oleorey –o Tierra Blanca en el otro bloque, porque tienen
contratos idénticos– se compromete a “asegurar que los hidrocarburos no se
derramen o desperdicien (…) y a evitar el daño a los mantos que contengan
depósitos de agua”, la cláusula 14.3. considera que, como finalmente todos los
hidrocarburos producidos por la empresa son propiedad de Pemex, la paraestatal
será “responsable por daños o afectaciones”.
Francisco
Cravioto, investigador y miembro de la Asamblea Veracruzana de Iniciativas y
Defensa Ambiental, señala que “estos contratos fueron corrupción legalizada,
Pemex dejó sus instalaciones y trabajo a los contratistas que ahora dan el
servicio de extracción sin arriesgar nada y sin dejar nada a la gente local.
Algunas
de las condiciones de estos contratos fueron cuestionadas por la Auditoría
Superior de la Federación en su fiscalización de las cuentas públicas de 2012.
Pero eso es solo una muestra ínfima del modo de operar de Pemex durante años de
asociación público-privada, en que llegó a fraudes tan escandalosos como pagar
nueve millones de dólares en el 2011 para remolcar hasta aguas mexicanas una
plataforma petrolera desde Emiratos Árabes Unidos que en realidad nunca salió
de México.
Los
contratos que firmó Oleorey y Petrolíferos Tierra Blanca establecían que los
contratistas debían aportar al menos el 1 por ciento del beneficio a las
comunidades locales, que se canalizarían a través de los Programas de Apoyo a
la Comunidad y Medio Ambiente.
El nombre de
este programa y el de Oleorey capitanean la barda de la escuela primaria de
Emiliano Zapata, a 4 kilómetros de Remolino. La empresa sufragó la mitad de
la valla de la escuela, construyó dos aulas y un techo para la cancha deportiva
que protege a los niños del aplomado sol del trópico. Hicieron algunos
arreglos, como cambiar unas láminas de amianto por otras de zinc y algunas
ventanas, pero la escuela, a la que asisten 99 alumnos de 6 a 12 años, no tiene
comedor, ni agua en los baños.
“No nos preguntaron qué necesitábamos,
vinieron a construir el domo (techo) y ya, pero por ejemplo no hicieron gradas,
que nos podrían haber servido como auditorio”, se queja la maestra Maria Isabel
Patiño Valle, y explica que ni siquiera les han dado un protocolo por si
hubiera una explosión.
La
central de turbinas de San Andrés, que bombea el gas que se extrae junto al
petróleo, está a menos de un kilómetro de la escuela, y a menos de cien metros
de algunas viviendas. En marzo, por ejemplo, hubo un pequeño incendio que se
controló, pero vecinos como Patiño sienten que “hay riesgo”.
Junto a
la central hay un quemador para ventear el gas sobrante que las 24 horas tiene
una flama de varios metros. Los vecinos de Emiliano Zapata ya no recuerdan una
noche oscura ni el silencio. Al igual que la profesora de primaria, el director
de la Telesecundaria se queja de su ruido y su contaminación.
Un
colegio que de por sí ofrece una educación precaria. Pese al empeño del
profesorado, las telesecundarias y telebachilleratos son un modelo educativo de
segunda en los que unos videos sustituyen a maestros especializados en las
comunidades apartadas y a las que se dedica menos presupuesto. Los jóvenes
rurales que quieren ir a la universidad preparan su prueba de acceso con un
solo profesor que tanto les da lengua española como física y química. ¿Cuántos
llegarán a ser ingenieros petroleros?
Felipe
Gutiérrez es uno de los mayores críticos hacia la extracción petrolera en
Emiliano Zapata. En la fachada de su casa pintó un busto del Che Guevara con un
“No al fracking”. De más de 300 pozos en operación en San Andrés, 172 se
hacen con fractura hidráulica, según el mapeo de la organización Cartocrítica a
partir de los datos de la Comisión Nacional de Hidrocarburos.
En 2010
esta Comisión ya hizo un informe sobre la explotación de petróleo en los
yacimientos de la región donde señalaba los riesgos sociales, ecológicos,
políticos y sobre las economías locales. Todo ello sin que Pemex ni sus
subcontratistas hubiesen puesto en marcha medidas para atender las
problemáticas sociales y ambientales asociadas.
“El fracking se realiza en México desde la
década de los 90, aunque ni se decía, ni se registraba como tal. Por ello no se
tienen estudios de impacto ambiental. En los Estados Unidos sí se ha demostrado
que pone en riesgo la salud y el medio ambiente, hay evidencias claras que
aumenta los casos de cáncer de mama y las enfermedades respiratorias; pero aquí
no hay legislación, y con el secreto industrial no sabemos ni qué sustancias
químicas emplea cada empresa. Además, se prioriza el agua para la industria
antes que para el consumo humano”, explica la ingeniera Beatriz Olivera, del Centro de Análisis
Fundar.
A la
falta de información se suman las estrategias de división y criminalización de
la protesta de los vecinos. Por ejemplo, en 1978 Pemex expropió el 20 por
ciento del territorio de Emiliano Zapata e indemnizó a la mitad más uno de los
propietarios de la tierra comunal para ganar la asamblea que la rige. El resto,
que también sufre las afectaciones del petróleo, no recibió dinero alguno.
Tanto Pemex como Oleorey juegan al desgaste, regatean los pagos por
afectaciones y cuando los dan los retardan hasta la impaciencia y en última
instancia recurren a la criminalización.
Felipe
Gutiérrez y el entonces comisario de Emiliano Zapata, Gumersindo González, fueron
acusados formalmente por daños a la propiedad ajena, como represalia por
haberse movilizado junto a toda la comunidad en 2014 para cortar la carretera
durante tres días hasta que les dieran solución a uno de los derrames de
entonces. La demanda no prosperó por falta de evidencias, pero amedrentó al
vecindario ante futuras movilizaciones.
Mientras
tanto, en las comunidades cuesta ver mejoras. El Libro Blanco sobre los
contratos otorgados en 2012 en la zona norte de Veracruz asegura que, desde el
1 de octubre de 2012 (fecha de inicio de Oleorey) hasta el 30 de junio de 2018,
debería haber invertido 3 millones de dólares –uno por ciento de su contrato–
en desarrollo sustentable para las comunidades y el medio ambiente, de los
cuáles habría ejercido 2 millones 382 mil 172 según el mismo documento. Esta
reportera no pudo averiguar el desglose de los servicios en que Oleorey y Pemex
han gastado ese dinero, pero tal cantidad debería ser visible en un bloque petrolero
donde viven unas 15 mil personas.
Sin embargo,
en la docena de localidades en las que Oleorey saca petróleo, los
testimonios se repiten: vacas que no tienen dónde beber o pastar, otras reses
envenenadas puntualmente, naranjos que se secaron al reventar una tubería, y
derrames en los arroyos.
Y para
compensarlo, indemnizaciones puntuales, camiones cisterna con agua y techos y
paredes en las escuelas con el logo de Oleorey reluciente.
La
historia es calcada en la comunidad de Tierra Blanca Booxter, el epicentro de
las extracciones de petróleo y gas natural de Petrolíferos Tierra Blanca, la
misma empresa que Oleorey.
Entre 2014 y
2018 el PACMA repartió en todo el estado de Veracruz unos 287 millones de
pesos, y la gran mayoría (196 millones) se han ido a obras de infraestructura.
En el área rural de Papantla las calles son de tierra, y son los vecinos
quiénes deben limpiarlas si no quieren que la voluptuosidad de la selva las
devore. Lo que sí construyeron con fondos del programa en todas las localidades
fueron comedores comunitarios, que servían almuerzos varios días a la semana a
precio simbólico, en lo que el Gobierno de Enrique Peña Nieto llamó la Cruzada
contra el Hambre. Nada más alejado de la realidad campesina.
Para la
periodista veracruzana Flavia Morales, “estas comunidades son un ejemplo de
las fallas sistemáticas en la aplicación de estos fondos, y son tan
sistemáticas que ya lo han asimilado y asumen las migajas y la contaminación
con naturalidad”, dice en entrevista.
La
reportera fue becada por el International Center for Journalists para
investigar cómo el Gobierno de Veracruz desvió fondos petroleros y encontró
que, entre 2015 y 2016, el ex Gobernador Javier Duarte, hoy preso por
corrupción, no comprobó más de 50 millones de euros. Además, encontró obras
abandonadas, con sobrecostos o con fallas de construcción graves. El siguiente
Gobierno veracruzano, de Miguel Ángel Yunes, también usó esos recursos para sus
fines electorales y otorgó las obras a empresas afines. Aunque estos fondos no
vienen de empresas contratistas, revelan el mismo patrón de discrecionalidad.
El nuevo
Presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, quien tomó posesión el 1 de
diciembre de 2018, ha erigido la recuperación de Pemex como bandera. El
mandatario quiere sanear sus cuentas y volver productiva la producción que ha
caído a sus mínimos históricos. Originario de una región petrolera, conoce bien
“cómo se abandonó a la gente y los apoyos se quedaban en el camino y no
llegaban, porque los intermediarios se quedaban con el dinero”, como dijo a
finales de enero cuando se comprometió a revitalizar estas comunidades.
En Papantla
todavía lo esperan mientras el agua para lavarse la cara sigue llegando en
camiones cisterna.
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