Alejandro Páez Varela.
“He escrito en el pasado que los ciudadanos que votaron por
un cambio hicieron historia con Andrés Manuel López Obrador, el primer
izquierdista en ser Presidente de México; también he dicho que para que López
Obrador haga historia, le faltan seis años: ya veremos. Pero el falso dilema
plantea que millones tomen una decisión ya, ahora mismo: ódialo o ámalo, o te
caigo a palos”.
Así lo escribí el 4 de diciembre de 2018. Hace 363 días de
eso. Sigo pensando lo mismo: los ciudadanos hicieron historia; falta que el
Presidente haga historia. Ahora le restan cinco años.
También me parece que no puede escatimarse ninguno de los
logros: el peso está fuerte, y eso no es poca cosa; el comercio fluye y somos
ya el primer socio de Estados Unidos; se logró un aumento histórico en el
salario y se refuerza con una inflación bajo control; no hay contratación de
deuda en un país acostumbrado al derroche de las cúpulas y al endeudamiento;
hay un reparto más equitativo de los beneficios del Estado por medio de
programas sociales; no han subido los impuestos y no se les perdonan a los
empresarios, lo cual adelanta una estrategia para beneficiar a las mayorías en
un país profundamente desigual. En resumen: ¿recuerda aquella imagen difundida
por la campaña de Felipe Calderón donde caían y caían ladrillos y luego se
decía que nos iba a llevar el carajo, que AMLO era un peligro para México? Pues
no pasó.
A la vez, urge insistir en ello, la estrategia de seguridad
parece haber quedado corta frente a la emergencia. Y la economía no crece,
punto. En ambos temas no debe haber eufemismos como respuesta o regateos a la
crítica: la 4T queda a deber. Si crece la economía se impulsa el mercado
laboral; si no se contiene la violencia se viene todo abajo. Esos son los dos
grandes pendientes del Presidente López Obrador y si no lo digo yo porque no le
gusta a muchos, no importa: justo esos faltantes alimentan a la oposición. Les
guste o no que lo diga, de eso se alimenta la oposición.
De lo de ayer: sí hubo más gente opositora en la calle que
los intentos de los últimos meses. También hubo movilizaciones en 18 estados;
nada despreciable. Pero si alguien me pregunta cómo resumo lo visto ayer, lo
diré en pocas palabras: las calles siguen siendo de la 4T. La oposición estará
moralmente derrotada, como suele decir el Presidente, pero se alimentará de lo
que deje de hacer López Obrador. Hay avances, no son suficientes. Debe apretar
el paso.
“Todavía no hay crecimiento económico como deseamos”, dijo el
Presidente ayer. “Pero insisto en una mejor distribución de la riqueza”.
“En otros lugares –Chile, Colombia, Bolivia y Ecuador–, los
presidentes son asediados por manifestantes. Pero cuando el líder de México
llegó a este pueblo de montaña un viernes reciente, la multitud lo adoró. Los
campesinos caminaron por millas para saludarlo”. Así empieza un texto de The
Washington Post de la semana pasada. Y tiene razón, guste o no: AMLO sigue representando
la única esperanza para millones que esperaron durante generaciones a que se
les haga justicia.
López Obrador tiene en estos momentos 68 por ciento de
aprobación, según el consolidado de encuestas que realiza Oraculus. Un 26 por
ciento desaprueba su mandato, dice el mismo ejercicio. Reforma publicó ayer
domingo su propia encuesta: coincide con la aprobación, pero dice que hay un
crecimiento hasta el 31 por ciento en el descontento. Como sea, son niveles
bastante altos para el Presidente en el contexto que vivimos. (Hasta Evo
Morales estaba cayendo antes del golpe de Estado). Y es el mejor promedio de un
Presidente hasta donde se tiene información, que es desde Ernesto Zedillo,
quien empezó el sexenio con una crisis marca PRI (es decir: marca diablo) y
cuya popularidad para noviembre de 1995 era de 39 por ciento contra un 53 por
ciento que lo detestaba. Logró revertirlo con el tiempo (y el préstamo
multimillonario de Estados Unidos) para cerrar con 67 por ciento de aceptación
y 26 por ciento de rechazo.
Enrique Peña Nieto fue exactamente al revés. Abrió con fuerte
aceptación y en noviembre de 2012 tenía 47 por ciento de aprobación contra un
45 por ciento que lo rechazaba. En noviembre de 2007, aunque había lanzado su
(inicialmente) popular guerra, Felipe Calderón tenía 64 por ciento a su favor
con un 28 por ciento que lo desaprobaba. En noviembre de 2001, Vicente Fox
Quesada sumaba 60 por ciento de aprobación contra un 30 por ciento que no lo
quería.
Lo que sucedió con Peña fue que a partir de su primer
noviembre se fue hundiendo hasta el abismo en el que se retiró. A Calderón y a
Fox les subieron los inconformes mientras avanzó el sexenio, pero más o menos
con aprobación mayoritaria.
Lo que explico es que a partir de este momento el camino de
López Obrador es incierto. Nadie tiene comprada la aceptación per se. Esa es la
experiencia a la que conduce el análisis de estas series. Un Presidente debe
generar la idea de que tiene las cosas bajo control y además, debe tenerlas
bajo control. Hay una oportunidad con la economía para 2020, confío (el
arranque del plan de infraestructura con la iniciativa privada, sus
megaproyectos, sus programas sociales y la firma del T-MEC); también puede dar
golpes con el combate a la corrupción y eso pasa por meter a prisión a los
peces gordos, algo que muchos esperan de él. Esos dos caballos bien lazados
pueden jalar la carreta. Pero la inseguridad me sigue pareciendo un búfalo
suelto en la llanura, dando patadas, desbocado. Y mientras, veo al domador con
una flor en la mano esperando junto a un charquito; esperando a que venga a
tomar agua y se coma la flor de su mano. El búfalo no come flores y su
naturaleza es otra: no bajará al agua nada más porque sí.
Los ciudadanos que votaron por un cambio hicieron historia
con López Obrador. Y para que López Obrador haga historia… ya veremos.
Sugiero que al Presidente le urge escuchar la crítica y no
verla como un enemigo a vencer; debe cosechar de ella lo que le convenga, y
para eso debe aprender a escuchar. Y debe empezar a aflojar, a aflojar. Actuar
cada vez con menos pasión y con más cálculo. Él sabe hacer eso: calcular. Debe
entretenerse menos en las diatribas (ya ganó, ya venció): ahora, toda su
energía debe ser para unir lo que se ha desunido; zurcir lo destejido para
construir, con todos, la Nación que soñamos y que él ha prometido. Debe
convocar a un gran pacto social, sin conservadores y sin liberales; sin
simpatizantes o adversarios: un pacto que incluya a todos. Ese es un López
Obrador que ha faltado.
Le restan cinco años, y ya: quedará en manos de la Historia.
El tiempo apremia. El tiempo vuela.
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