Julio Astillero.
Yeidckol
Polevnsky Gurwitz (su nombre original es Citlali Ibáñez Camacho) ha tenido
hasta ahora una especie de vida política extra, a pesar de los graves y
continuos tropiezos que ha cometido como encaramada sustituta en la dirección
del partido que actualmente tiene los poderes Ejecutivo y Legislativo a escala
federal y en varios estados.
Sin embargo,
por lo que se ve y lee, ese bono de extraña continuidad en el poder formal de
Morena está por llegar a su fin. El próximo domingo podría realizarse un
congreso nacional extraordinario de dicho partido, el cual ha sido convocado
por Bertha Luján, presidenta del consejo nacional de Morena y opositora de
Polevnsky, quien no ha aceptado la validez de la convocatoria al hipotético
congreso ni sus eventuales resultados.
Se ha dicho
en esta misma sección que Polevnsky es una especie de accidente político con
escala en Morena. Nada habría de apuntar a ubicarla como dirigente de un
partido-movimiento, como el que actualmente preside (a título de secretaria
general encargada de la presidencia), cuando era ortodoxa dirigente en ascenso
en la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra), que
llegó a dirigir (ya se sabe que en esas cámaras empresariales los verdaderos
capitalistas colocan en los cargos directivos a empleados ejecutivos o a
empresarios menores).
Tampoco
aparecía en su horizonte patronal de aquellas épocas el fuego del converso que
a su paso al obradorismo le ha llevado a una retórica apasionada a favor de las
figuras más acendradas de la izquierda mundial y latinoamericana y de gobiernos
y sistemas políticos muy distantes de las coordenadas originales que manejaba
en Canacintra.
Sin embargo,
Polevnsky fue incorporada a la plantilla obradorista como otros personajes de
conductas políticas zigzagueantes o francamente adversas al persistente
político tabasqueño que fueron adquiridas como un guiño hacia segmentos
sociales y electorales de derecha o de un centro indecisos. En esa tesitura fue
candidata a cargos de elección popular (en 2005 quedó en tercer lugar en la
elección de gobernador del estado de México, que se adjudicó el priísta Enrique
Peña Nieto) y luego, de 2006 a 2012, fue senadora de primera fórmula (no por
mayoría de votos) por el estado de México a nombre del Partido de la Revolución
Democrática.
Durante la
campaña presidencial de López Obrador cumplió con aplicación un papel de
sacrificio: hacer alianzas con grupos ajenos o abiertamente contrarios al
ideario andresino, cediendo candidaturas con gran viabilidad de triunfo (por el
efecto de AMLO), a cambio de que esos grupos financiaran sus propias campañas y
los actos correspondientes del aspirante presidencial en sus demarcaciones. El
origen de la temprana y evidente contradicción entre los postulados de Morena y
de AMLO, respecto a muchos grupos y políticos regionales, adquirentes de cargos
legislativos o de gobierno, proviene de esas faenas de extremo pragmatismo
ejecutadas por la obediente Yeidckol que aprovechó para colar o promover cuotas
propias.
Los
servicios de Polevnsky ya no son necesarios en esta etapa política, aunque ella
sigue empecinada en el coqueteo político con personajes priístas o de otros
partidos que parecen inaceptables ahora: en Nuevo León, con la esposa de un
priísta de cepa; en Sinaloa, con un empresario llamado el Zar de la Carne. En
esa ruta ha desoído las campanadas cupulares que apuntan a Bertha Luján como
candidata casi oficial al relevo en Morena.
Ya antes se
habían producido críticas duras a Polevnsky por parte de miembros directivos
del Instituto Nacional de Formación Política de Morena. Ahora, escritores y
académicos han hecho circular un comunicado en el que convocan a que dicho
partido sea un referente ético y no una olla de grillos, a que recupere su
capacidad de movilización y se reconstituya como organización de activo apoyo a
la llamada 4T (https://bit.ly/30IitWG). ¿Adiós Polevnsky?
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