Raymundo
Riva Palacio.
Si las
columnas en los periódicos fueran un indicador de qué tantas posibilidades hay
que el Senado legalice la cannabis para uso médico, científico, lúdico e
industrial, estaríamos en el umbral de la aprobación de una ley disruptiva,
profundamente liberal y, también, altamente polémica. Inspirada por Jorge
Alcocer, su coordinador de asesores, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez
Cordero, ha dado la gran la batalla para que se apruebe este mes, como anunció
el Senado que se presentaría el dictamen.
La
legalización de la cannabis ha sido vista desde ángulos económicos, sociales y
de violencia, fortaleciéndose la línea de pensamiento que sostiene que es el
mejor camino para reducir la inseguridad. El argumento es lineal: si se
legaliza, el crimen organizado perderá los incentivos para luchar por su
producto, la mariguana, su poder se verá disminuido, y se someterá a los
designios del mercado, enfrentando la competencia de los productores
extranjeros de la droga.
El argumento
es enarbolado por especialistas. Los homicidios podrían bajar hasta 80 por
ciento, ha dicho Santiago Roel, director de Semáforo Delictivo. Quitar la
regulación, ha señalado Juan Francisco Torres Landa, de México Unido Contra la
Delincuencia, eliminará el poder del narcotráfico. El secretario de Seguridad y
Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, es de quienes más creen que la
legalización reducirá la violencia. La legalización se encuentra en el programa
de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien, sin embargo, en
los últimos tiempos no se ha mostrado entusiasta. La legalización no es una
prioridad, dijo, pero si el Senado lo hace, acatará su decisión.
La discusión
sobre la legalización de la mariguana en México tiene años, y era inviable
hasta que en Estados Unidos comenzaron a aprobarla. Ya son 23 los estados que
lo han hecho, incluido California, el principal productor de mariguana en el
continente. El contagio se extendió a México, aunque a diferencia de Estados
Unidos, aquí se quiere una ley federal, mientras que allá es estatal. Salvo que
el Presidente vuelva a fijar una posición que cambie el humor de los
legisladores de Morena, la aprobación vendrá sin que se hayan explorado sus
virtudes y defectos sin contaminación política o ideológica. Si se debatiera
sin esos vicios, se vería que no hay consenso en el mundo sobre si la
legalización reduce o no la violencia.
Evelina
Gavrilova, Takuma Kamada y Floris Zoutman escribieron en la edición de enero
del año pasado de The Economic Journal, que la legalización de la mariguana
para fines médicos en los estados de la Unión Americana que tienen frontera con
México, condujo a una fuerte reducción en el crimen violento, del orden de 13
por ciento. Ese porcentaje fue aun mayor en aquellos condados a menos de 350
kilómetros de la frontera. Sus resultados, dijeron, fueron consistentes con la
teoría de que la descriminalización de la producción y distribución de la
mariguana conduce a la reducción del crimen violento en los mercados tradicionalmente
controlados por las organizaciones mexicanas de narcotráfico, que son las que
más contribuyen al fenómeno en esa región.
Pero un año
antes, Mike Adams reportó en Forbes que funcionarios del gobierno de California
afirmaban que la legalización de la mariguana estaba provocando más crímenes.
En Sonoma, a unos 100 kilómetros de San Francisco, uno de los condados de mayor
producción de vino, Adams registró que los funcionarios locales se quejaban que
todo el negocio de la mariguana legal no había hecho nada por la comunidad,
salvo el incremento de “invasiones a casas, crímenes violentos y asaltos”. El
fenómeno no era aislado. Lo mismo encontró en otros condados donde la violencia
se detonó por la obtención de la mariguana mediante cualquier medio para transportarla
a la costa este, y venderla en el mercado negro. Como resultado, dijo el jefe
de la policía de Sonoma, “los cuerpos se están apilando”.
Adams
recordó que no era la primera vez que la mariguana legal había sido asociada
con un incremento en crímenes violentos. En 2017, el entonces procurador Jeff
Sessions, dijo que la legalización de la venta de mariguana en estados como
Colorado –uno de los ejemplos más utilizados en México para reforzar el
argumento de la legalización–, era culpable de la violencia en algunos de los
suburbios de sus ciudades. En su estudio, Gavrilova, Kamada y Zoutman
argumentan que al legalizar la mariguana, se descriminaliza de facto el
consumo.
La
diferencia principal entre los estados que la permiten para uso medicinal, no
es su disponibilidad sino el origen de la droga. Los estados que tienen leyes,
explicaron, permiten la producción local de la mariguana dentro del mercado de
Estados Unidos y disminuyen la barrera para entrar en él, creando una
competencia con los cárteles de la droga mexicanos. En el reporte de Adams, el
comisionado de Agricultura de Sonoma dijo que los problemas de violencia no se
ubicaban en aquellos lugares donde estaba legalizada la mariguana, sino donde
había prohibición.
Los
argumentos establecen una correlación entre la apertura del mercado con la
disminución de la violencia, pero expertos estadounidenses han advertido que
las experiencias en otros países no pueden trasladarse a México por los
problemas de violencia, impunidad, bajos ingresos e inseguridad que no tienen
Estados Unidos, Holanda o Canadá. La debilidad institucional y la corrupción
agudizan las diferencias.
Este es,
quizás, el ángulo más importante soslayado, al compararse naciones cuyas
condiciones sociopolíticas son asimétricas. Esa visión, dice una experta
mexicana, no visualiza que las organizaciones criminales se enfocan a los
mercados ilícitos y mutan de mercado. Junto con ello, otro aspecto ignorado es
que la mariguana no es el detonador de la violencia en México, sino la cocaína
y las metanfetaminas. De aprobarse, que nadie se sorprenda si la violencia no
baja.
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