Dolia
Estévez.
Donald Trump no tiene política hacia
América Latina. No ha pisado pie en el patio trasero. Ni hay señales de que
alguna vez lo haga. Prefiere que los lideres vengan a prestarle pleitesía.
Después de África, quizá América Latina sea el continente que menos le importa.
Sólo México, Venezuela y Cuba aparecen en su radar. Y no por otra cosa que, por
deseos de cumplir promesas pasadas, como dar marcha atrás a la apertura
histórica hacia Cuba y rehacer o deshacer el tratado comercial con México.
La actitud obsequiosa de Luis
Videgaray de ofrecer a México de palero en la embestida diplomática contra
Nicolás Maduro–el indefendible verdugo del pueblo venezolano a quien Trump
acusa de ser cómplice de Raúl Castro–es parte del andamiaje.
La
negligencia sería mayor de no ser por Marco Rubio. El senador cubanoamericano
logró ganarse el oído de Trump. Él fue quien le vendió retroceder en Cuba. Es
su pieza clave en el Capitolio. Durante la famosa audiencia senatorial en la
que el despedido ex director del FBI James Comey exhibió a Trump como un
mentiroso patológico, Rubio se auto designó abogado defensor de facto del
mandatario. Lo defendió a capa y espada y acusó a Comey de “filtrador” al
servicio de The New York Times.
No siempre
fue así. En la campaña, Trump ridiculizó a Rubio llamándolo “Little Marco”
debido a su relativamente corta edad y desplantes infantiles en los debates.
Rubio trató de ponerse al tú por tú intercambiando insultos con el blasfemo
precandidato pero le salió el tiro por la culata. Hoy son aliados. Se cubren mutuamente las espaldas. Intercambian
favores. Hacen componendas. Tú me das Cuba y yo te defiendo. No hay duda que,
como dicen los clásicos, el poder marea a los tontos y vuelve loco a los
pendejos.
CUBA.
Este
viernes, se espera que Trump anuncie en Miami, para ser exactos en la llamada
“pequeña La Habana”, el revés parcial de aspectos clave de la política de
normalización hacia Cuba instrumentada por Barack Obama. Endurecerá las restricciones para viajar a la isla, lo que no sólo
afectará a la industria turística cubana, en la que el régimen comunista de
Castro tiene fuertes intereses, sino a las empresas hoteleras y de transporte
estadounidenses que en los últimos dos años han hecho inversiones importantes.
Resulta
paradójico que Trump cierre oportunidades al sector que lo hizo billonario
cuando, no hace mucho, ejecutivos de Trump Tower exploraron, en violación al
embargo, la posibilidad de abrir un club de golf y una sucursal de la cadena de
hoteles propiedad del presidente.
También resulta inverosímil que uno
de los pretextos esgrimidos por Rubio para apretar la política cubana sea la
violación de derechos humanos y falta de libertades en la isla. Al gobierno de
Trump le importa muy poco el tema de los derechos humanos en el mundo. Trump se
siente mejor entre represores como Erdogan y los monarcas árabes que entre líderes
europeos respetuosos de los derechos humanos.
Es ridículo
creer que el regreso al pasado ayudará a mejorar los derechos humanos en Cuba.
En años recientes, aún antes de la formalización de relaciones con EU, ha
habido un leve mejoramiento en esa materia y un mayor acceso al Internet. Entre
menos aislada esté Cuba, mejores serán las posibilidades para que la naciente
sociedad civil cubana conquiste las libertades democráticas fundamentales a las
que tiene derecho.
VENEZUELA.
Venezuela
obsesiona tanto a Rubio como Cuba. Fue él quien gestionó la reunión de febrero
de Trump con la activista venezolana Lilian Tintori, esposa del líder opositor
encarcelado. Tintori llegó a la Oficina Oval de la mano de Rubio. “Venezuela
debería sacar de prisión inmediatamente a Leopoldo López, prisionero político y
esposo de @liliantintori (la acabo de conocer con @marcorubio)”, tuiteó Trump.
Semanas después, Enrique Peña Nieto
siguió los pasos de Trump. También recibió a Tintori en Los Pinos. “El
presidente Peña Nieto está preocupado de lo que está viviendo el pueblo
venezolano… el
presidente… está impulsando desde México, con la región… resultados concretos con
la OEA”, dijo Tintori.
Las insólitas reuniones de Trump y
Peña con Tintori sirvieron de preámbulo al endurecimiento de la política ante
la dictadura de Maduro.
MÉXICO.
Videgaray, quien en esas fechas
visitó la Casa Blanca varias veces, subió a México al ring. De la noche a la
mañana tomó el liderazgo en la OEA para tratar de deponer a Maduro. No se sabe
si fue a petición expresa de Trump. Fuentes diplomáticas
asumen que sí, pero no hay corroboración. El conducto natural de una
petición así sería Jared Kushner, yerno y asesor de Trump, con quien Videgaray
conversó varias veces sin informar a la opinión pública. México, desde luego,
niega ser palero de Washington.
Hay quienes
dicen que el activismo de Videgaray más bien puede interpretarse como respuesta
a la justificada critica de que México no tiene política exterior y de que
estaba marginado en América Latina especialmente con un canciller novato sin
experiencia que ve más hacia al Norte. Otros
argumentan que México peca de acomedido bajo la creencia de que quedando bien
con Trump podrá arrancarle concesiones en la mesa de negociaciones comerciales.
De ser el caso, sólo queda concluir
que Videgaray es más ingenuo de lo que aparenta. A estas alturas del juego el
gobierno peñista debería saber que no hay campo de maniobra en el trato con el
presidente más mentiroso, inepto, ignorante y petulante de la historia de EU.
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