jueves, 15 de junio de 2017

PRD: Victoria o precipicio.

Leonardo Kourchenko.

¡Qué novedad! A lo largo de sus 27 años de historia, el PRD ha experimentado más divisiones, rupturas, fugas, renuncias, que tal vez, ningún otro partido político en la historia política de México, incluido el PRI.

Alejandra Barrales, hoy presidenta nacional del partido, concluirá el periodo para el que fue votado el desaparecido Carlos Navarrete el próximo mes de septiembre, el partido tendrá que realizar un proceso de elección interna para la nueva dirigencia nacional.

Un nuevo liderazgo que tiene la misión histórica de definir las elecciones del 2018: ¿construirá una alianza con el PAN? ¿logrará, a pesar de los desaires y los insultos, reconstruir su derruida relación con AMLO? o ¿pretenderá ir sólo con su propio candidato en las elecciones presidenciales?


Estos tres escenarios bien pueden significar no solamente el futuro del partido, su sobrevivencia como fuerza política ya no mayoritaria –después del aplastante crecimiento de Morena– sino complementaria para la construcción de alianzas y de posibles victorias electorales.

El papel que la historia le permite desempeñar hoy al PRD es inusitado. De tercera fuerza política y segunda en sus mejores momentos, pasó a una distante cuarta fuerza a nivel nacional, según los últimos conteos de votos. Pero su rol ahora de partido bisagra, de complemento que inclina la balanza puede ser crucial para el 2018.

Silvano Aureoles, gobernador de Michoacán, ha saltado a la palestra para disputarle una eventual candidatura asegurada al jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera. En esa contienda se perfilaba también Graco Ramírez, de Morelos, quien parece hoy un poco rezagado, después de haber impulsado un acuerdo de perredistas para construir una candidatura única.

Si el PRD va solo, y los tres grandes (PRI, PAN y Morena) lo hacen también, tendremos un escenario electoral donde el voto se disperse. Muchos piensan que eso beneficia en automático al PRI porque todo el voto opositor se atomiza en diferentes fuerzas. Sonaría lógico, pero después del Estado de México y de Veracruz, todo puede suceder.

Nadie tiene una victoria asegurada, ni siquiera AMLO, quien internamente lo acaricia como un hecho consumado. No es así, necesitan de la alianza partidista y de proyecto.

La victoria de panzaso del PRI en Edomex lo demuestra: sin el Verde y su aportación al conteo, el PRI hubiera perdido frente a la maestra Delfina Gómez.

De la misma forma, si Morena y el PRD hubieran sido capaces de limar sus asperezas, su victoria hubiera resultado aplastante. Pero no sucedió y hay muchos en diferentes oficinas públicas y cúpulas partidistas, que no aprendieron la lección.

Si el PAN se fractura con una candidatura independiente de Margarita, y Ricardo Anaya en la boleta, su resultado se verá indefectiblemente debilitado.

Por lo pronto, toca al PRD su proceso interno, discusión, debate, confrontación de programas y estrategias. Se identifican tres corrientes: la de izquierda irrenunciable, más cercana a la nostalgia por Andrés Manuel y la tristeza por los desencuentros, pero lista y dispuesta a la reconciliación o, en caso dado, al abandono a favor de Morena; la más cercana a los azules, cierta de que las alianzas con el PAN han resultado exitosas y prometen más; y por último la que defiende al deslucido sol amarillo y quiere ir sólo hasta el final.

¿Qué corriente dominará la sucesión de la Barrales?, ¿qué líder despunta como el visible arquitecto de la campaña del 2018? No se ven tiradores, sino más bien, una gruesa lista de abandonos y renuncias, de posibles cabezas que han caminado hacia AMLO.

Con todo, el papel que el PRD juegue en las elecciones presidenciales, puede inclinar la balanza del electorado y del ganador definitivo. A vender caro su amor, una vez definido su proyecto, el problema es que esas definiciones internas han sido siempre costosas, dolorosas y de ruptura interna. Veremos

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