Leonardo Kourchenko.
¡Qué
novedad! A lo largo de sus 27 años de historia, el PRD ha experimentado más
divisiones, rupturas, fugas, renuncias, que tal vez, ningún otro partido
político en la historia política de México, incluido el PRI.
Alejandra
Barrales, hoy presidenta nacional del partido, concluirá el periodo para el que
fue votado el desaparecido Carlos Navarrete el próximo mes de septiembre, el
partido tendrá que realizar un proceso de elección interna para la nueva
dirigencia nacional.
Un nuevo liderazgo que tiene la
misión histórica de definir las elecciones del 2018: ¿construirá una alianza
con el PAN? ¿logrará, a pesar de los desaires y los insultos, reconstruir su
derruida relación con AMLO? o ¿pretenderá ir sólo con su propio candidato en
las elecciones presidenciales?
Estos tres escenarios
bien pueden significar no solamente el futuro del partido, su sobrevivencia
como fuerza política ya no mayoritaria –después del aplastante crecimiento de
Morena– sino complementaria para la construcción de alianzas y de posibles
victorias electorales.
El papel que
la historia le permite desempeñar hoy al PRD es inusitado. De tercera fuerza
política y segunda en sus mejores momentos, pasó a una distante cuarta fuerza a
nivel nacional, según los últimos conteos de votos. Pero su rol ahora de
partido bisagra, de complemento que inclina la balanza puede ser crucial para
el 2018.
Silvano
Aureoles, gobernador de Michoacán, ha saltado a la palestra para disputarle una
eventual candidatura asegurada al jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera. En
esa contienda se perfilaba también Graco Ramírez, de Morelos, quien parece hoy
un poco rezagado, después de haber impulsado un acuerdo de perredistas para
construir una candidatura única.
Si el PRD va
solo, y los tres grandes (PRI, PAN y Morena) lo hacen también, tendremos un
escenario electoral donde el voto se disperse. Muchos piensan que eso beneficia
en automático al PRI porque todo el voto opositor se atomiza en diferentes
fuerzas. Sonaría lógico, pero después del Estado de México y de Veracruz, todo
puede suceder.
Nadie tiene
una victoria asegurada, ni siquiera AMLO, quien internamente lo acaricia como
un hecho consumado. No es así, necesitan de la alianza partidista y de
proyecto.
La victoria
de panzaso del PRI en Edomex lo demuestra: sin el Verde y su aportación al
conteo, el PRI hubiera perdido frente a la maestra Delfina Gómez.
De la misma
forma, si Morena y el PRD hubieran sido capaces de limar sus asperezas, su
victoria hubiera resultado aplastante. Pero no sucedió y hay muchos en
diferentes oficinas públicas y cúpulas partidistas, que no aprendieron la
lección.
Si el PAN se
fractura con una candidatura independiente de Margarita, y Ricardo Anaya en la
boleta, su resultado se verá indefectiblemente debilitado.
Por lo pronto, toca al PRD su proceso
interno, discusión, debate, confrontación de programas y estrategias. Se
identifican tres corrientes: la de izquierda irrenunciable, más cercana a la
nostalgia por Andrés Manuel y la tristeza por los desencuentros, pero lista y
dispuesta a la reconciliación o, en caso dado, al abandono a favor de Morena;
la más cercana a los azules, cierta de que las alianzas con el PAN han
resultado exitosas y prometen más; y por último la que defiende al deslucido
sol amarillo y quiere ir sólo hasta el final.
¿Qué corriente dominará la sucesión
de la Barrales?, ¿qué líder despunta como el visible arquitecto de la campaña
del 2018? No se ven tiradores, sino más bien, una gruesa lista de abandonos y renuncias,
de posibles cabezas que han caminado hacia AMLO.
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