Raymundo Riva Palacio.
La prensa
política se sacudió el viernes pasado de una manera asombrosa, luego que en la
víspera el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, publicó en
Twitter una fotografía con el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, en
los jardines de la Universidad Internacional de Florida, en un receso de la
conferencia sobre seguridad y prosperidad centroamericana. Videgaray escribió
una frase: “Como desde hace casi 30 años, con @JoseAMeadeK caminando juntos”.
Como desde el ITAM, brazo con brazo, suficiente para generar diversas
interpretaciones, todas ellas electorales.
¿Por qué
Videgaray y Meade sin estar con ellos el secretario de Gobernación, Miguel
Ángel Osorio Chong, otro protagonista de esa conferencia en Miami? En el
horizonte de la sucesión presidencial en 2018, ¿era un mensaje de cohesión de
grupo político frente al aspirante más aislado dentro del gabinete del
presidente Enrique Peña Nieto? ¿Era acaso un desdén al jefe de la política
interna del país? El primer plano de la fotografía se prestó a varias
explicaciones semióticas, pero existe otra razón, profunda y desconocida por el
gran público, del porqué, de la nada,
Videgaray publicó esa gráfica, que no pareció una imagen tomada en forma
circunstancial, sino planeada y fabricada para un propósito concreto: mostrar
que entre él y Meade no existen tensiones ni distanciamiento, sino que
mantienen la misma cercanía como aquella que se forjó en los 90 en la
universidad.
Dentro de
las más altas esferas del poder han notado que desde hace varios meses se han dado enfrentamientos entre los dos
secretarios. Funcionarios del gobierno y políticos con acceso a la casa
presidencial, dicen que se originaron por una mayor cercanía de Meade con Peña
Nieto y la creciente capacidad del secretario de Hacienda para captar la
atención del oído presidencial, donde el intermediario durante más de cuatro
años de administración, Videgaray, fue desplazado. Son los celos de Videgaray,
explicaron políticos, los que llevaron a la tensión con Meade, que tuvo uno de
sus momentos culminantes cuando se decidió la candidatura del PRI al gobierno
del Estado de México.
Cuando la
senadora Ana Lilia Herrera fue hecha a un lado por la unción de Alfredo del
Mazo, Videgaray, quien la había
propuesto como candidata porque si bien estaba abajo del entonces diputado en
las encuestas de preferencia electoral, estaba menos vinculada al Presidente y,
por lo mismo, tendría mayor espacio para poder decir cosas en la campaña, le
pidió al Presidente, como premio de consolidación, la dirección de Banobras,
cuyo titular, Abraham Zamora, había llevado a Relaciones Exteriores como jefe
de Oficina. Cuando le informó a Meade, el secretario de Hacienda protestó y
Videgaray le dijo que era una decisión tomada por el presidente, y que, si no
le parecía que le dijera a él, según políticos que supieron de esta
conversación. Meade fue con Peña Nieto y le explicó que necesitaba a un
financiero, no una política, para poder hacer un buen cierre en el principal
banco de desarrollo del país. El presidente reculó y Meade logró que nombrara a
un viejo colaborador suyo y amigo cercano, Alfredo Vara Alonso.
Las tensiones, de acuerdo con
funcionarios y políticos, continuaron y han estado afectando lo que parecía iba
a ser el paso natural de Meade a la presidencia del Banco de México en otoño,
una vez que se hiciera efectiva la renuncia de Agustín Carstens. Esta mudanza contaría con todo el
respaldo de Videgaray, autor intelectual del eventual nombramiento. Sin
embargo, de acuerdo con la información recabada, Videgaray tuvo segundos
pensamientos. Si Meade saliera, ¿a quién impulsaría como su sucesor? Con poca
duda, el sustituto sería el director de Pemex, José Antonio González Anaya,
cuya línea de amistad es con Meade, no con Videgaray. El poderoso secretario
terminaría de perder el control y ascendencia, sobre todo del gabinete
económico y órganos autónomos, por lo que en los nuevos realineamientos a quien
está impulsando es al subsecretario de Ingresos de Hacienda, más cercano a
Videgaray que a Meade, Miguel Messmacher.
Meade se
quedaría entonces en Hacienda hasta el final del sexenio. Tampoco sería
candidato. La especulación sobre su unción no tiene puerto de destino en este
momento. Si hay alguien de todos los suspirantes en el entorno de Peña Nieto
que por definición no podrá ser candidato del PRI, es Meade. Existe un candado
desde hace más de una década en los requisitos para aspirar a la candidatura
presidencial, que exige una militancia mayor a los 10 años y haber tenido un
cargo de elección popular. Meade no sólo carece de ello, sino que ni siquiera
es miembro del PRI. Forzar su candidatura desde Los Pinos podría generarle una
rebelión priista al presidente. A menos que en la próxima Asamblea Nacional del
PRI, en agosto, se cambiaran los estatutos para eliminar esos candados, Meade
está eliminado de la competencia.
Hablar sobre
él en términos de sucesión presidencial es tan ocioso como plantear hoy en día
que Videgaray sigue acariciando la posibilidad de ser candidato. La racional
del canciller es exactamente la misma por la que se oponía a Del Mazo: es
demasiado cercano a Peña Nieto y los temas prácticamente seguros en la campaña,
como corrupción, contaminan tanto al presidente como a él. Videgaray debe saber
la poca viabilidad que tiene su eventual candidatura, y conoce del obstáculo
estatutario de Meade. Los dos irán juntos al 2018, pero no en calidad de tándem
sucesorio sino, hoy por hoy, acompañando a Peña Nieto hasta el final de su
sexenio. Claro, si no sacude el trapecio el presidente a contrasentido.
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