Salvador Camarena.
Este fin de semana, la exgobernadora
de Yucatán Ivonne Ortega, suspirante de la candidatura presidencial tricolor,
criticó “viejas prácticas” de su partido. Horas después en Twitter la tundieron
con ataques rubricados con la leyenda #LaCorrupciondeIvonne. Ortega respondió a
los ataques cuestionando: “¿Fuego amigo?”
Este episodio sirve para retomar un
aspecto no suficientemente atendido: las campañas electorales y el uso de las
redes sociales para avasallar al contrincante.
Allá por los
años ochenta, gracias a monitoreos académicos y ciudadanos se pudo demostrar
que el PRI-Gobierno destrozaba cualquier principio de equidad en propaganda y
cobertura informativa.
En medio de
un entorno de creciente reclamo democratizador, esos estudios obligaron al
régimen a limitarse al tiempo que se produjeron leyes (con las consiguientes
penalizaciones) para normar, en aras de la equidad, propaganda y coberturas. Es posible que hayamos caído en el extremo
de la sobrerregulación, pero ese es otro tema. El caso es que ese marco
normativo también generó incentivos perversos.
Hoy tenemos
los enemil espectaculares de #pokemoreno (antes conocido en Puebla como
#GoberBala) en toda la República, las revistas que no circulan pero que sí se
anuncian y a lo grande, etcétera, etcétera, hasta llegar al tema de la
propaganda, favorable o negativa, en las redes sociales de Internet.
En las
recientemente concluidas elecciones –y sólo por poner un ejemplo– en los días
de la llamada veda electoral fue notorio en Twitter el activismo de ustedes se
puede imaginar quién en contra de la maestra Delfina Gómez, a quien trajeron
duro y dale a toallazos digitales con este o aquel hashtag. Nadie puede probar que esos ataques fueron
decisivos en el resultado electoral en el Estado de México, pero en la revisión
del desaseo de estas competidas elecciones debería incluirse el tema de las
redes sociales y su incidencia en los comicios.
Hace un mes,
Alberto Serdán dio una conferencia en el Instituto Nacional Electoral, en donde subrayaba que ya “sea
obstaculizando o callando la libertad expresión, los actores políticos pueden
usar a estos medios (las redes sociales) para alienar a la opinión pública,
des-movilizarla y despolitizarla a través de quirúrgicas campañas de ofensas,
insultos, amenazas, manipulación y desinformación que neutralizan toda
posibilidad de deliberación pública y alejan a las personas del ejercicio de su
ciudadanía”.
Serdán
apuntaba también que “mientras que la
propaganda electoral desplegada en canales de televisión y radio se apega
razonablemente a las disposiciones legales; en Internet la propaganda electoral
avanza más allá de los límites permitidos por la legislación electoral en
términos de frecuencia y calidad con campañas negativas”.
En esa
ocasión Serdán dijo que “el INE está llamado a fomentar el debate público como
antídoto a las campañas negativas”. Me temo que no es por ahí. El INE y otras
entidades (universidades, observatorios ciudadanos, etc.) deben empezar por
reconocer que este reto es descomunal.
Se trata de descubrir, en un océano
particularmente opaco como es Internet, las manos que mecen las redes.
Se trata de revelar operaciones
secretas u ocultas que mediante el uso de medios digitales (leer Facebook
influye en las elecciones http://bit.ly/2ta7rZc) pretenden tumbar del caballo a
equis jinete y posicionar a su contrario.
Se trata de entender de qué manera vía
SMS o fake news también se está librando esta guerra.
Porque no sólo será importante saber
quiénes, con dinero surgido de dónde, a quiénes y cuánto pagan por denostar o
encomiar a tal o cual candidato, se trata de comprender que, por esa vía, y de
nueva cuenta, se está desollando la democracia.
Es mucho más
que fuego amigo, es un grave desafío a la ley.
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