Julio
(astillero) Hernández López.
A pesar de
los esfuerzos morenistas por destacar las presuntas virtudes habidas en los
recientes comicios estatales, la realidad es que, salvo en lo referido a la
forma pacífica en que se desarrollaron (obviamente, con sus excepciones), el
saldo merecería una lectura autocrítica desde el poder dominante de la política
en todo el país, el asentado en Palacio Nacional.
Una de las
características que debería preocupar a los estrategas que están en busca de
una Cuarta Transformación nacional es el abstencionismo en varios de los seis
estados en los que hubo elecciones, especialmente en los dos en que se ofreció
un platillo tan atractivo como fue la designación de gobernadores. Ni en Puebla
ni en Baja California hubo masas que conmocionaran las urnas. Elecciones
desangeladas, pasivamente rechazadas. Es probable que al desánimo votante contribuyeran
los turbios historiales de los candidatos oficiales, Luis Miguel Barbosa Huerta
y Jaime Bonilla Valdez, capaces de ahuyentar hasta a bases morenistas, y no se
diga a segmentos sociales no afiliados al morenismo, pero que tal vez hubieran
votado por el nuevo partido dominante si los candidatos hubieran sido menos
inaceptables.
Ganó el
presidente Andrés Manuel López Obrador las dos candidaturas gubernamentales en
juego, pero con abanderados que contradicen los postulados programáticos de
Morena. Y, si ha de concederse un sentido indicativo a ese abstencionismo (tres
de cada 10 ciudadanos con derecho al voto lo ejercieron en esas entidades), las
coordenadas podrían llevar a ubicar una especie de reticencia a convalidar
decisiones cupulares generadoras de triunfos electorales a partir de padrones
asistenciales y tretas dignas del viejo régimen, cuando menos en Puebla y Baja
California.
Una lectura
especial merece Tamaulipas, dominado férreamente por el priísmo durante décadas
y ahora gobernado formalmente (en esa entidad, como en otras, el verdadero
poder no es el político o institucional) por un muy pragmático panista:
Francisco García Cabeza de Vaca. A contrapelo de las tendencias nacionales, en
la tierra regida por los cacicazgos y el crimen organizado, el Partido Acción
Nacional ganó de manera apabullante la elección del congreso estatal. Morena,
el fenómeno electoral tan extendido en otras latitudes, aplastado en
Tamaulipas.
El
monrealismo, la aún invertebrada corriente disidente al interior de Morena, ya
había denunciado que en aquella entidad norteña se estaban realizando pactos
políticos entre Morena y el gobernador García Cabeza de Vaca para presentar
candidatos morenistas inviables y dejar el camino libre al panismo. Alejandro
Rojas Díaz-Durán, integrante de esa corriente disidente (ha sido castigado por
la Comisión de Honor y Justicia de Morena, pero ha impugnado tal decisión ante
las instancias judiciales correspondientes), ha afirmado que el caso de
Tamaulipas será emblemático de cómo perder una elección, cuando hace 3 meses el
ánimo social y las encuestas favorecían a Morena 3 a 1. Lo advertimos a tiempo
y ahí están los famélicos resultados.
Aun cuando
ha de considerarse que las elecciones generales, que incluyen la presidencial,
cuentan siempre con mayor concurrencia electoral que las intermedias o
extraordinarias, es de atenderse el diagnóstico presentado por Rojas
Díaz-Durán: Morena fue el partido que perdió más base electoral en los procesos
que se llevaron a cabo el pasado domingo 2 de junio. En 2018 sacó 4 millones
511 mil 536 votos en estos estados de la República y ayer sólo sacamos en total
un millón 567 mil 28 votos. Es decir, perdimos 2 millones 944 mil 508
electores. Casi 3 millones de votos menos que la elección anterior, o sea 65
por ciento menos votación.
Del lado de
los opositores a Morena, ha de decirse, tampoco hay nada que realmente
justifique posicionamientos alegres. Claudia Ruiz Massieu y Marko Cortés,
dirigentes formales del PRI y el PAN, respectivamente, tratan de hacer piruetas
analíticas y declarativas que de alguna manera les permitan decir que algo
avanzaron. Nada hay de eso.
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