Salvador
Camarena.
Sin
necesidad del papeleo de una extradición, sin que se requiera un avión de la
FGR cruzando en ambas direcciones el Atlántico, es más, sin que se 'ocupe'
ponerle un convoy para que le transporten a una suite de hospital, Andrés
Manuel López Obrador podría saber mucho, mucho más sobre la corrupción del
sexenio pasado.
Si nuestro
adalid quisiera, lo que no sabría y podría desvelar de los fraudes del peñismo.
Si tuviera curiosidad, y un poquito de iniciativa, el habitante de Palacio
Nacional sabría mucho y de primera mano sobre las transas del pasado. Lo único
que necesita es tratar a Rosario Robles como trata a Emilio Lozoya. ¿Querrá?
Porque si
Andrés quisiera, su excompañera de partido le podría contar de, para empezar,
la 'estafa maestra'. De cómo un gobierno federal aceitó todo un mecanismo de
desvío de recursos usando universidades, tecnológicos o institutos de radio y
televisión pública.
Si Andrés
quisiera, su gobierno podría tener varios y no sólo un Lozoya.
Podría
tener, para empezar, a Lozoya contándole cómo le hizo él mismo en Petróleos
Mexicanos para que desde esa empresa se desviaran cientos de millones de pesos.
De hecho, desde 2011, tiempos de Juan José Suárez Coppel en la dirección de
Pemex, y hasta los dos primeros años de la gestión petrolera del preso
consentido de AMLO, en la paraestatal se desviaron 3 mil 576 millones de pesos,
entregados a través de seis universidades a casi un centenar de empresas
fachada, o que no entregaron los servicios contratados.
¿A poco al
presidente de la República honesta le parecen de poca monta tales fraudes a la
ley y al erario? ¿A poco no se le antoja saber cómo operaban esos desvíos,
incluso, en el final del sexenio de su malquerido Felipe Calderón?
Si Andrés
quisiera, con mucho menos de los privilegios dados a Emilio el cantador seguro
Rosario dejaría de preocuparse y le podría recordar a las autoridades actuales
que ella era la titular, sí, de la Sedesol que sólo en dos años entregó 2 mil
240 millones de pesos a empresas fantasma, pero que ni modo que ella hubiera
hecho tal maniobra solita, sin que Emilio Zebadúa, su omnipresente oficial
mayor, viera mayor cosa de esos desvíos, y sin que el jefe de jefes de Robles
no le hubiera reclamado que qué pasó, que los amigos comparten, o al menos
charpean, que para eso la integraron hace mucho mucho a la familia mexiquense.
¡Uy, si
Andrés quisiera!, cuánto dinero no podría regresar a las arcas estatales sólo
de la 'estafa maestra'. Porque está visto que sólo con que él supiera los
nombres de los que se agandallaron, seguro esos abusivos correrían a decirle
que todo fue un error, que fueron instrumentalizados por el sistema, ese
“aparato organizado de poder” que les torcía la mano hasta que la abrían y en
ella se les pegaban miles de millones de pesos.
Pero Andrés
no quiere saber. No quiere que Lozoya cuente de la 'estafa maestra'. No le
quita el sueño que el otro Emilio, Zebadúa, escupa las verdades, y las
cantidades, que se desviaron desde la Sedesol.
Bien raro.
El Presidente no quiere que se abran otros grandes temas de corrupción que,
entre otras cosas, le ayudaron a llegar a la Presidencia.
Quién sabe
por qué trata así a Rosario mientras a Emilio está a punto de enviarle un puro
para la pronta recuperación. ¿Será machismo? Porque ni modo que sea sólo
revanchismo: ¿de qué le sirve castigar a Rosario sin lograr que la cúpula de la
ex-Sedesol pague lo que se perdió? Sabe.
¡Uy, si
Andrés quisiera!, lo de Lozoya apenas una anécdota semanal de la corrupción fuera.
Pero por lo visto no quiere. Y así nomás no se puede. Ni modo.
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