Diego
Petersen Farah.
En política
nada hay más complicado que la congruencia. Todos quisiéramos que nuestros
políticos fueran absolutamente congruentes entre lo que dicen y lo que hacen,
pero eso es imposible. Si hicieran lo que dicen y prometen, y solo eso, el país
sería una caos, un conflicto permanente. Si solo prometieran lo que pueden
cumplir a cabalidad, las campañas serían lo más parecido a un retiro espiritual
de silencio. Por eso la ambigüedad y la contradicción son inherentes a la
política.
Pero hay de
contradicciones a contradicciones. Una cosa es tener que mediar entre la
realidad y el deseo de transformación y la otra es cometer actos abiertamente
contradictorios y, al menos en apariencia, por la simple voluntad de decir aquí
quien manda soy yo. El nombramiento de Isabel Alvirde como Embajadora en Estambul
es quizás el “chayote”, el “embute”, más grande de la historia de este país.
Sí, es cierto, desde que Calígula hizo Cónsul a su caballo el servicio exterior
se ha utilizado para cualquier tipo de arbitrariedades, desde desterrar
enemigos o expresidentes hasta para pagar favores o premiar amigos. Pero
justamente por eso, porque es una arbitrariedad y un abuso de poder uno no lo
espera de una personaje que un día sí y otro también acusa de corruptos a sus
antecesores y ataca a los periodistas que lo critican porque, sin presentar
prueba alguna dice que eran chayoteros, actúe de una manera distinta.
La
designación de Isabel Alvirde como Embajadora en Estambul es grave por lo que
significa en términos de corrupción del poder, y muy grave por lo que representa
para el servicio exterior mexicano. No solo es un insulto a los miembros de
carrera del servicio exterior, que tristemente están más que acostumbrados a
este tipo de imposiciones con lógica política, sino al país que recibe
semejante representación. Estambul es hoy por hoy una de las grandes capitales
del mundo y geopolíticamente el punto de encuentro no solo entre dos
continentes sino entre dos culturas cada vez más encontradas. Pensar que
alguien sin experiencia diplomática puede representar con eficiencia y eficacia
los intereses de México en ese país es una quimera; pensar que la relación con
Turquía es tan poco trascendente que una persona sin experiencia, por el simple
hecho de compartir la visión o la amistad del Presidente, puede ser Embajadora en
ese país, es una irresponsabilidad.
El problema
no es el nombre ni lo que representa Isabel Alvirde, que, por supuesto, es muy
discutible, pues se trata de una periodista con la adulación a flor de piel
cuya convicción más profunda es estar bien con el poder en turno, sino el hecho
en sí mismo.
En lo dicho,
para ser diferentes se parecen demasiado a sus tan odiados antecesores.
Estambul no tiene la culpa.
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