Raymundo
Riva Palacio.
Emilio
Lozoya ha dado muestras muy importantes de inteligencia estratégica. En dos
días de juicio ha puesto a volar el imaginario de una nación que quiere sangre
de corruptos, le ha inyectado helio a los sueños del Presidente para que pueda
cumplir el mandato de 30 millones de votos y derruir el sistema político que
enfrentó sin éxito casi dos décadas, y subordinado a la Fiscalía General a sus
tiempos, formas y deseos. Con apenas probaditas, no ha aportado absolutamente
ninguna de las pruebas que ofreció para no pisar la cárcel, está alistándose
para irse a vivir a la casa de sus padres y vivir en libertad provisional
mientras lo cuida la Guardia Nacional, al tiempo de ir construyendo la idea de
que es inocente y vengarse de quienes siente y cree que lo abandonaron y
traicionaron.
Por segundo
día consecutivo se declaró inocente de las imputaciones que le hace la Fiscalía
por operaciones con recursos de procedencia ilícita en el caso de Odebrecht,
como el martes hizo lo mismo en el tema de Agronitrogenados. Además, repitió la
misma frase preparada por la defensa: “En relación con los hechos que se me
imputan, fui intimidado, presionado, influenciado e instrumentalizado”. Sus
abogados añadieron que Lozoya “fue utilizado en su calidad de instrumento no
doloso en el marco de un aparato organizado de poder”.
La
estrategia de Lozoya es tramposa, lo que no habla mal de él necesariamente,
sino de la Fiscalía General, donde si el fiscal Alejandro Gertz Manero no
empieza a exigirle pruebas, terminará pidiéndole perdón, para llevar al extremo
grotesco lo que está sucediendo. Lozoya está utilizando la retórica para
confundir. No puede declararse inocente si al mismo tiempo afirma estar
negociando con la Fiscalía para convertirse en testigo colaborador. Para apelar
al criterio de oportunidad, que es lo que busca le otorguen para disminuir sus
penas o que le condonen sus actos criminales, como establece ese recurso,
primero tiene que ser culpable de un delito. Si fuera inocente, no tendría
necesidad de recurrir a esa figura.
Lo que dicen
sus abogados también es engañoso. Cuando afirman que fue “un instrumento no
doloso”, se refiere al artículo 13, fracción IV del Código Penal, sobre las
personas responsables de delitos. Los abogados la conocen como la “autoría
mediata”, que significa que la persona incurrió en un delito sin saber que
estaba cometiéndolo, por lo que es inocente. Los expertos sostienen que esa
fracción no se aplica en el caso de Lozoya. La propia búsqueda del criterio de
oportunidad y los testimonios de los exejecutivos de Odebrecht sobre los
sobornos, por unos 10.5 millones de dólares al exdirector de Pemex, lo
contradicen.
Los fiscales
aún no lo confrontan porque se encuentran en la presentación de las
imputaciones. Lozoya igualmente ha respondido, y colocado las piezas sobre el
ajedrez que está jugando. El martes y miércoles dijo que daría los nombres de
las personas que lo presionaron, dejando ver su estrategia: está preparando una
acusación directa contra el expresidente Enrique Peña Nieto, y el exsecretario
de Hacienda y de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray. Ellos dos son los
primeros objetivos claros cuyas siluetas dejó ver en los dos primeros días de
audiencias.
Sus cabezas
son las que había ofrecido desde un principio a Gertz Manero, en su
“Declaración Nitrogenados”, descrita en este espacio, donde los acusó de haber
sido los arquitectos de un mecanismo de corrupción desde el poder mismo, como
lo han parafraseado sus abogados. Eso ya lo sabía Gertz Manero, quien después
de 48 horas de juicio, aún no tiene nada en las manos de todo lo que ofreció.
Por ejemplo, no ha entregado ninguno de los videos que se comprometió,
manteniendo en la oscuridad a los fiscales sobre la valía y contundencia de
ellos.
Lozoya está
manejando el juicio en sus tiempos. Ayer mismo le solicitó al juez de control
definir el miércoles su situación jurídica con respecto al caso Odebrecht. Las
jugadas las está definiendo el exdirector de Pemex, junto con los tiempos del
juicio. La Fiscalía General, al solicitar el martes la ampliación a seis meses
para que puedan acumular pruebas, le regaló a Lozoya un primer periodo para que
pueda ir administrando la documentación para construir el caso de corrupción
contra los gobiernos de Peña Nieto y, eventualmente, Felipe Calderón.
Los tiempos
le funcionarán políticamente bien a López Obrador, pero hasta un cierto límite.
El Presidente no podrá mantener el discurso de lo mucho que aportará Lozoya
para mostrar la corrupción del pasado si, en efecto, no produce las pruebas
esperadas. Probablemente en Palacio Nacional no hay angustia todavía por la
falta de pruebas, pero en la Fiscalía General deben estar preocupados. El
juicio ya comenzó y no les ha dado nada todavía. Lo único que han recibido son
frases y promesas ante el juez, pero dentro de su propia estrategia de defensa.
La Fiscalía
General ha cumplido con lo que le pidió Lozoya a través de su padre: no pisaría
la cárcel cuando llegara a México, ir del aeropuerto de la Ciudad de México a
un hospital, y de ahí a su casa. Tampoco dio algo políticamente útil para la
narrativa del Presidente, como la fotografía al llegar a México. La imagen al
entrar a la cárcel no existe porque ni siquiera estuvo cerca del reclusorio.
Entonces, nada para el caso jurídico, nada para la semiótica. El trato a Lozoya
es notoriamente excepcional a cambio de migajas y promesas de un poco de pan.
Es una burla.
Gertz Manero
tendría que estar revisando si a todo lo que hizo para que Lozoya regresara a
México, le ha faltado una segunda parte de estrategia, antes de que junto con
López Obrador empiece a perder todas sus piezas en el astuto ajedrez que está
jugando Lozoya.
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