Raymundo
Riva Palacio.
El ser
puntero, casi permanentemente, en las encuestas presidenciales, ha construido
la percepción de que Andrés Manuel López Obrador ganará la presidencia en 2018. Un sistema político infectado con
escándalos por ineficiencia y corrupción, junto con crecimiento económico
mediocre y millones de mexicanos que se sienten desconectados del bienestar,
forman un cuerpo al que todos los días se alimenta con discursos de que no
importa todo lo bueno que se haga, sólo se ve lo malo, o que no hay crisis
salvo en la mente de los mexicanos, que revela una claudicación ante el debate
público por la incapacidad para entender el fenómeno mexicano que, además, no
es sólo mexicano sino universal. López Obrador, a diferencia de su lucha
por alcanzar la presidencia en 2006 y 2012, fue alcanzado por las
circunstancias que llevaron al poder a Donald Trump y alumbraron al desconocido
Bernie Sanders, que volvió provincianos a los globalizadores ingleses, o colocó
en la final presidencial de fotografía en Francia a Emmanuel Macron y Marine Le
Pen.
Mal haría,
sin embargo, quien trace analogías mecánicas entre cada una de esas personas
que están cambiando el metabolismo en el mundo. Lo que los une no es su
pensamiento, programa o ideología, sino un discurso que apeló a electorados
agraviados por aquellos a quienes los franceses llaman “los burgueses
bohemios”, un segmento estudiado por Christophe Guilluy en un relevante libro
para estos tiempos escrito en 2014, La Francia periférica, a quienes el autor,
geógrafo de profesión, ha dicho que su análisis no sólo se aplica a su país
sino a todo el Occidente, porque fueron quienes dañaron el tejido social y
económico al crear dos sociedades, los que tienen y los que no, con un egoísmo
que no vio sus consecuencias en el largo plazo.
“El sistema
globalizado construyó sus fortalezas, y protegidas por el muro del dinero y el
deseo de permanecer sólo entre ellas mismas, las élites pudieron disfrutar las
ventajas de la globalización en toda su magnitud”, escribió Guilluy. Esto,
precisó en relación a su país, “lejos de la Francia periférica, donde se
olvidaron de la existencia de la clase trabajadora”. El libro explora la
división indisoluble de las clases sociales en función de lo que poseen y a lo
que tienen acceso, así como la emergencia de una contrasociedad. López Obrador ya había construido un
discurso para los desposeídos muchos años antes de que Guilluy comenzara
incluso a pensar su libro, y desarrollado una retórica excluyente para definir
los campos de los ricos y los pobres –aunque en los últimos meses la ha
matizado–, y la necesidad de tomar el poder para cambiar ese rumbo convertido en
proyecto de nación de las minorías.
En una
entrevista con la agencia Reuters en octubre 2014, Guilluy decía que su país
había perdido la fe en los partidos de centroderecha y centroizquierda
convencionales, por lo que en ese momento estaban volteando al extremista
partido del Frente Nacional de Le Pen. Las elecciones presidenciales en Francia
demostraron este domingo su hipótesis: los dos partidos que dominaron la
política francesa desde la Segunda Guerra Mundial se colapsaron. Guilluy decía
en su libro que el patrón de voto en Francia se volcaba a quienes representaban
el antisistema, provenientes de las zonas rurales y menos educadas, que
superaban al electorado en las grandes ciudades, principales beneficiarias de
la globalización. Este mismo fenómeno es lo que le dio a Trump la presidencia,
puso al Reino Unido en la antesala de la salida de la Unión Europea. Esos
votos, dijo Guilluy, se han ido a los llamados partidos 'populistas'.
En el caso mexicano, donde no se dan
diferencias tan notorias entre electores de las urbes y las medianas y pequeñas
ciudades o comunidades rurales, la ventaja para López Obrador es mayor. Sin una
geografía tan clasistamente dividida como en Francia, Inglaterra y Estados
Unidos, en México se juntan los desconectados del progreso con las grandes
zonas electorales, en las comunidades rurales, y también regiones enteras como
el sur del país, donde el avance de Morena, el partido fundado por López
Obrador, ha crecido de manera significativa en sus menos de dos años de
existencia. Las grandes dificultades para llevar el progreso al sur de México,
a través del ambicioso programa de Zonas Económicas Especiales, revela a un
México de segunda clase, donde el mundo globalizado no quiere invertir.
La diferencia geográfica con
electorados en otras naciones no disminuye el potencial de López Obrador sino
lo incrementa. El respaldo que ha ido ganando no se da sólo en el campo, sino
también en las ciudades, particularmente en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, donde
se concentra cerca de 20 por ciento del total del padrón electoral, y se
encuentran concentrados los principales generadores de información e ideas del
país, que tienen influencia nacional y ayudan a moldear voluntades. López Obrador está en el mejor lugar y el
momento más apropiado para alcanzar la presidencia el próximo año. A su
realidad se le acomodó la realidad del mundo. Lo impulsa el discurso oficial
que admite la derrota ante la sociedad y que hasta ahora no se ha dado cuenta
de que la claudicación al debate de las ideas por la vía de la tozudez del
mensaje anclado en una narrativa perdedora, donde el bienestar se plantea como
hipótesis para el futuro, allana el camino para quien menos quisieran ver
gobernando al país.
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